Monstruos del sueño y de la razón, entrevista con Juan Villoro

Artes
/ 14 febrero 2022

Un misterioso incendio en la Cineteca Nacional -enigma y el secreto de la primera juventud- la patria móvil del exilio, las tramas de la corrupción y la violencia como envés y tejido de una pesquisa sobre la identidad personal y nacional son algunos de los temas explorados en ‘La tierra de la gran promesa’, la más reciente novela del escritor mexicano.

Con motivo del lanzamiento de su novela “La tierra de la gran promesa” (Random House, 2021), y en el marco de su participación en el conversatorio “La poesía desde la novela” que se llevó a cabo en Saltillo, platicamos con el escritor Juan Villoro sobre este reciente trabajo literario.

Un personaje -en una frase que se convierte clave para la trama de tu última novela- afirma que “El cine mexicano es rencor con palomitas”... también, el incendio de la Cineteca Nacional, en el año de 1982, aparece como símbolo de la destrucción del país... ¿Cómo y cuál es tu acercamiento, tu exploración al mundo del cine?

“Mira, yo quise estudiar cine, no para dirigir o actuar; sino lo que me interesaba era escribir guiones. Entonces me enteré que había en Italia una preparatoria que daba cursos especiales de cine. Y yo admiraba particularmente el cine italiano, el de sus directores más importantes, pero también otros más jóvenes de entonces, como Marco Bellocchio, que sigue filmando, o Bertolucci. Me entusiasmé con esa idea, me metí a estudiar italiano al Instituto Dante Alighieri... pero luego me enteré que aquella escuela era medio fantasma, no tenían muy buenas clases, y al final no me fui. Luego, fui muy aficionado al cine de autor, gracias a un dominico: Fray Julián Pablo, que fue asistente de Luis Buñuel, y organizó el Centro Cultural Universitario, afuera del Campus de la UNAM. Mi generación aprendió a ver cine ahí, gracias a la programación que hacía Fray Julián Pablo, que era extraordinaria. De ahí me quedó la cercanía con el cine, tengo muchos amigos que se han dedicado a eso. También, por razones alimentarias, he escrito algunos guiones. Por cierto, escribí uno aquí en Saltillo, en el Rancho el Morillo, de la película Vivir Mata; un guión original para una película que dirigió Nicolás Echavarría.

Así, me atraía mucho la figura de un documentalista —que se parece mucho a la de un cronista— para indagar los límites en la exploración de la verdad y el compromiso moral que tienes cuando atiendes a la invitación de terceros para cubrir una noticia y probablemente te conviertes en vocero de ellos. Si alguien te da una exclusiva, un contacto o te permite entrar a una casa de seguridad para entrevistar un capo del narcotráfico, naturalmente no lo está haciendo por altruismo, sino para que tú digas cosas que van a tener consecuencias precisas que le interesan a esa gente. Creo que eso es algo que hay qué tomar en cuenta como periodistas, y en el caso de un documentalista es algo aún más marcado; porque en su trabajo intervienen muchísimas personas: desde quien mete dinero en la película hasta los muy diversos colaboradores que puedes tener. Todo eso me interesaba visto desde el ángulo del cine, y también quizá en un aspecto compensatorio, al sentir que una parte de mi generación fue perdida para el cine, porque antes de que la gente de mi edad empezara a hacer películas hubo un momento muy importante, con Echeverría, de apoyo al cine independiente. Así, surgieron autores muy interesantes como Arturo Ripstein, Alberto Isaac, Jorge Fons y muchos otros. Pero luego, con López Portillo, se privilegió el cine de ficheras; se le dio la espalda al cine de calidad. Los cineastas que ya existían pudieron sobrevivir, pero los que empezaban tuvieron mucho trabajo para proseguir y no fue sino hasta años después que surgió otra generación, que es la que en parte se vincula con Hora Marcada, este programa donde hicieron episodios Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y muchos otros y luego, posteriormente, la llegada de González Iñárritu, que fue definitiva. Entonces, la mía quedó como una generación sándwich; aunque, por supuesto, hay buenos directores: como los hermanos García Agraz, Diego López, Alejandro Pelayo y otros, aunque fue una generación muy castigada. También me pareció interesante explorar un personaje que pertenecía a esa generación”.

$!Villoro estuvo en Saltillo, en el Centro Cultural Vito Alessio Robles, el pasado martes 8 de febrero.

Llama la atención los dichos de tus personajes, casi epigramáticos, que operan como claves de ciertos momentos de la novela, como cuando alguien dice que “se celebra lo que se destruye”, entonces La tierra de la gran promesa podría leerse como un amplio retrato generacional; con estos jóvenes que retoman las consignas de su tiempo, que van a transformar la realidad, que van a hacer gran cine, una visión idealista... la imagen del documentalista como testigo también, así como el padre del protagonista: el notario. Prosigues esta idea del artista que da testimonio de su tiempo.

“Sí, Diego González es hijo de un notario que también es un documentalista, pero sólo que de defunciones, testamentos, inventarios y otro tipo de cosas. Él es alguien que quiere ser objetivo respecto a la realidad. Y a mi me interesaba contrastar dos temas: una línea narrativa que tiene qué ver con el inconsciente de Diego. Una de las ventajas de la novela respecto al periodismo es que en la novela puedes suponer cuál es la vida secreta de una persona, y Diego es una persona que habla dormido y de alguna manera se confiesa. Además está casado con una sonidista: por lo tanto ella puede entender el discurso nocturno de Diego y empieza a descifrarlo y ver de qué se trata. Puede grabarlo incluso. Todo eso es algo que Diego no controla. La novela surgió originalmente de una invitación de un director de cine brasileño que convocó a diez escritores de América Latina a que cada uno hiciera un relato para un capítulo de una serie de televisión, donde el único requisito era que el protagonista debía dormirse y despertarse. No necesariamente eran historias de sueños, pero tenían qué ver con el hecho de dormir y despertar en algún momento. Entonces yo escribí una historia -que, como se trataba de algo para ser filmado- me pareció interesante que fuera un cineasta casado con una sonidista. Y la historia tenía que ver con eso: esa confesión nocturna, involuntaria, del personaje. Ese fue el germen de la novela. Y como tantos proyectos que tienen qué ver con el cine o la televisión, éste no se hizo. Me quedé con esa historia, y entonces me pregunté ¿Cuál sería el relato diurno de Diego? Si es alguien que no controla lo que dice y lo que hace mientras está dormido, como todos nosotros ¿Cuál es su situación cuando está despierto? Y pensé que si fuera un documentalista, él trataría rigurosamente de ser objetivo respecto a la realidad, de saber exactamente qué es lo que está cubriendo, pero nuestra realidad es tan complicada, que incluso ese relato en la vigilia, con los ojos abiertos, puede ser tan incontrolable como el relato que él cuenta cuando está dormido. Y la evidencia está, justamente, en que hay muchas gentes que controlan lo que él hace en el cine. Entonces, aunque él quiere acercarse a la objetividad, no se da cuenta o comete suficientes errores para meterse en una encrucijada en donde él ya no domina la narrativa. Ese contraste me interesaba mucho”.

Sí, lo dice un personaje femenino “el problema de un tiempo como éste es que ya nosotros no controlamos la narrativa. El tema del narco no lo podemos contar ni siquiera entre todos”.

“Exacto. Y además el propio narco establece sus propias líneas narrativas. Lo vimos con la captura del Chapo Guzmán, a quien se le atribuyeron delitos en más de sesenta países; probablemente muchas de las cosas de las que lo acusan sean ciertas, pero también es probable que le hayan endilgado toda clase de delitos que habían cometido otras personas, lo cual es muy reconfortante para sus competidores. Porque si El Chapo es responsable de todo, es un genio del mal que hizo absolutamente todas las cosas, los demás quedan en libertad para seguirlas haciendo. Entonces, el narco se beneficia de ciertas narrativas, las establece, marca sus zonas, manda sus mensajes: hay toda una gramática del espanto que se puede ver incluso con los asesinatos, que son muertes de autor. Todas estas huellas están trazando una narrativa, y entonces el protagonista, queriendo tener una mirada neutra, se ve en una serie de encrucijadas que él no domina”.

Finalmente, uno de los temas importantes de esta novela es un examen a la manera en que la verdad o la pos verdad se establece en un tiempo como éste, a través de distintos dispositivos o plataformas, en las cuales ya es prácticamente imposible mantener un control... Como que ocurre con tu protagonista, a partir de un episodio en las redes sociales...

“Efectivamente, porque en las redes sociales es fácil saber lo último, y es muy difícil saber lo primero. Es decir, el antecedente. Es muy raro que alguien, cuando ve un tuit, busque todo el hilo que lleva a lo que ocasionó el primero. Entonces, en el caso del Diego, él es protagonista de un reportaje muy bien documentado hecho por Adalberto Anaya -que es una especie de némesis, cómplice, que luego es un adversario y que finalmente es compañero en desgracia-. Es decir, cambia de signo la relación entre ellos. Y Adalberto Anaya documenta, bastante bien, que el documental de Diego (Retrato hablado), ha recibido una serie de apoyos provenientes del crimen organizado, que él no ha tomado en cuenta. El periodista sospecha que el cineasta dejó México, huyendo a Barcelona, después de haber delatado a Salustiano Roca, alias El Vainillo. Él comparte el dato de que Salustiano es localizado debido al medidor eléctrico que está en la película, y la casa de seguridad pudo ser localizada por esto. Entonces se convierte en denunciante. Todo eso es real. Al leer este reportaje Diego González se siente retratado de manera agresiva, pero auténtica. Y eso precipita un escándalo en las redes sociales. Lo que pasa es que la dinámica de las redes sociales transforma con mucha facilidad los motivos y las causas y agrega nuevas causas que quizá no son las que se deben discutir. En el caso de Diego, él, que de alguna manera ha sido cómplice involuntario del crimen organizado -lo cual es gravísimo- después, algunas informaciones secundarias informan que él ha ganado premios, que ha recibido apoyos del gobierno: es un privilegiado. Por lo tanto, la jauría se va contra sus privilegios, diciendo: ‘No puede ser, que le dieron la beca que a mi no me dieron’ y se van por esa parte que es mucho menos grave. A él le ofende que esto suceda, pero sabe que es culpable de algo peor. Al final, él es más crítico consigo mismo, que lo que lo puede ser la jauría digital, pero tiene enfrente todos estos ataques que pueden ser muy desagradables. Y esa es parte de la dinámica de los linchamientos en red, que han llevado, lo sabemos, incluso a que gente se suicide. Entonces, quería yo explorar un poco la relación de la red, con la pos verdad, como la llamas con toda razón”.

Al final, cuando se desenlaza todo este drama, alguien le recomienda a Diego ‘salir a cazar conejos, para cazar venados’, es decir lo que se va encontrando en el acto de la creación, lo que no sabías o no estaba al principio ¿Qué encontraste tú a lo largo de la escritura de La tierra de la gran promesa que no había antes?

“Antes, recogí unas crónicas en un libro que lleva como título Safari accidental, que tiene que ver con esto. Que cuando tú vas de safari, buscas una presa y consigues otra. A veces lo que atrapas es mejor que lo que buscabas al principio. A veces es peor. Eso para mi es una metáfora de la construcción de la novela. A diferencia del cuento, donde tú puedes controlar la estructura desde el principio y saber de antemano la mayoría de las cosas que van a suceder, en la novela, escrita a lo largo de varios años, tú te tienes qué extraviar para encontrar el camino que secretamente estabas buscando, pero que no conocías del todo. Así mi me pasó al escribir esta novela, que empecé explorando la vida de una persona que habla dormido, luego buscando cuál era su relación con la realidad. Entonces, apareció el tema del documentalista. Y luego qué responsabilidades comporta eso. De dónde venía él, quiénes eran sus padres y qué relación tenía con su padre. Y todo eso me fue llevando a un pequeño extravío, en donde yo sentí que la clave de todo debía estar en un sueño. Estuve en el taller de cuento de Augusto Monterroso y él nos decía que no debíamos escribir cuentos, sobre todo porque desconfiaba de los cuentos que nosotros escribíamos, que eran profundamente arbitrarios: porque cuando tú escribes un cuento todo se vale. Puedes volar, te pueden matar y luego resucitaste. Puede no haber lógica y eso se presta para una literatura francamente pacheca y alucinada. Entonces, él nos decía: ‘Por favor, no traigan cuentos’. Aunque admiraba mucho a escritores que no necesariamente escriben cuentos, pero que tienen una textura narrativa como si todo fuera soñado. Pienso en Kafka o en Rulfo. En donde sin que deliberadamente sea un sueño, hay una lógica muy parecida. Siempre recordé esto. Se que el sueño es una fuerza extraordinaria que está dentro de nosotros y una de las cosas más misteriosas del sueño es que aparecen como sorpresas asuntos que estaban dentro de nosotros: sabíamos que estaban ahí, pero sólo adquieren significado a través del sueño. Nos aleccionamos a nosotros mismos con esto. Obviamente esta idea es el principio del psicoanálisis. El momento de condensación para mi importante en alguien que habla dormido era que una revelación significativa ocurriera durante un sueño. Que tuviera sentido. Que el lector no supiera en principio que está leyendo un sueño. Es como si el lector se durmiera en el libro y el lector despertara y pudiera continuar con la trama real. Extraviarme para llegar a ese sueño fue lo más importante”.

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