Un bosque flotante de Jorge F. Hernández

Artes
/ 14 enero 2025

“Bosque es memoria”

I. Debut.

Los “garbanzos de a libra” no son tan escasos como las miradas deseosas y capaces de encontrar tesoros malamente pasados por cotidianos o poco profundos.

Los motivos de la filosofía, amén de reposar el sueño de los justos en los libros de las grandes mentes, esperan ser descifrados en hábitos domésticos del día con día; probablemente de esta manera Javier Marías encontró en el futbol aquello de “la recuperación semanal de la infancia” aludiendo a esos primeros sentidos de pertenencia, diversión y asombro que despliegan el mundo con sus claroscuros cuando dos fuerzas antitéticas se enfrentan.

Así, Jorge F. Hernández vuelve a Mantua en la dialéctica etérea y física que sólo la tinta en el papel provee, un espeso bosque en los alrededores de Washington en el cual transcurrió velozmente su niñez, una época pretérita donde el mundo era de papel y los helados constituían el más valioso de los botines andantes, siempre custodiados por “Sísifos” motorizados, cuyo seudónimo canta la condena del trabajo asalariado: los goodhumorman.

All those years ago, como escribió su tocayo de apellido Harrison, provocaron con sus visitas acontecimientos que marcaron la vida del escritor y devinieron en la gestación de anécdotas que, narradas con una perspectiva a toro pasado, son descritas en “Un bosque flotante”, una novela a manera de principio de autobiografía y (quizá) reconciliación, no únicamente consigo, sino también con la memoria propia, la de su madre, la de los amigos y la comunitaria, pues es bien sabido que los hechos trascendentales ocurren al menos un par de veces: en el mundo de los hechos y en la narrativa.

Juan Villoro escribió al respecto, encontrando un singular ejemplo de ello en los programas deportivos que dedican largas y tensas tertulias a discutir disputas pamboleras que en el terreno de juego apenas duraron unos cuantos segundos, pero con el poder de la imaginación es posible prolongarlas hasta el paroxismo, mejorando la vida por escrito como él mismo ha señalado.

Así pues, hay dos hechos que marcan la infancia de Jorge, quien escribe rigurosamente este texto “en primera persona” como ejemplar discípulo de Ibargüengoitia y su mítico espacio en la revista Proceso: la pérdida de la memoria de May, su mamá, y un atroz atentado cuya trama mantiene en vilo la tensión de la historia, empero, demuestra la existencia de amistades perennes, no solo a prueba de balas, sino capaces de enfrentar a demonios hechos carne.

Bautizado en agua de azar, con elegantes remates de humor y una atmosfera musical que suena a James Taylor, el autor confirma que -como dijo el menos simpático de los que se apellidan Marx- las cosas de la vida ocurren dos veces: primero como tragedia y luego como comedia. Por ello, al final -o antes de ser posible-, el buen humor es capaz de descafeinar hasta las más shakesperianas tragedias, no para volverlas sosas, sino para lucrar con el lado ridículo de los dramas en beneficio de la literatura.

Lejos de la nostalgia, este retrato de época hace las de una ventaba arqueológica a un tiempo al filo de la navaja en donde la mente es capaz (casi lúdicamente) de jugar malas pasadas para recordarnos que ni siquiera la propia imaginación está siempre en nuestra defensa.

No es casual que esta reconstrucción de hechos sobre la infancia se ejerza en las entrañas de un bosque, la atmósfera de silencio e introspección que generan estos arbolados espacios ha devenido en líneas de otros notables contempladores de la naturaleza en reposo, Henry David Thoreau, con atinada puntería dejó por sentado “fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentarme solo a los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que la ella me tenía que enseñar... para no darme cuenta, en el momento de morir, de que no había vivido.”

Es quizá en la infancia, punto intermedio de la inconsciente inocencia, donde la vida nos da un empellón para entrar en escena, el telón de lo inesperado se levanta y –de manera intempestiva- llega el momento de dar la batalla, cuando se tiene toda la vida por delante y, sólo a veces, lo mejor está por venir... como la otredad.

“Un bosque flotante”

Autor: Jorge F. Hernández.Alfaguara.

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