Chavela, la mujer que retó al demonio

Cuando todo mundo la daba por muerta, La Vargas regresó del infierno luego de 15 años dedicados al alcohol. Ella presumía que se había tomado 45 mil litros de tequila y se presentaba como ‘La occisa’. Pero tuvo una nueva oportunidad, conoció la gloria y también a la que se convirtió en su biógrafa oficial. María Cortina habla en exclusiva con Vanguardia sobre su nuevo libro: “Chavela Vargas: De Lorca a Pedro Páramo”.

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/ 2 diciembre 2022
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Dicen que cuando Chavela Vargas hablaba, el Diablo se sentaba al lado suyo y tomaba nota. Y es que la cantante tocó a las puertas del infierno y como no atendían su llamado, la abrió a patadas. La mujer que nació donde le dio su fregada gana, se hablaba de tú a tú con el innombrable y cuando éste le dio el paso, se fueron de parranda juntos. La Vargas le recordaba sus viejos amores a punta de canciones y con la electricidad de esa voz reposada en tequila. En el infierno se le veía a los dos abrazados, dando tumbos, entonando eso de “tomate esta botella conmigo y en el último trago me dejas”.

Cuentan que el Diablo se la pasaba llorando, abandonó sus quehaceres, se olvidó de su misión en el mundo y andaba de pico caído, sin ganas de joderle la existencia a nadie. Entonces sucedió lo inaudito: Decidió apagar las mechas donde tenía a fuego lento a la Dama del Poncho Rojo y decidió dejarla salir del hoyo. El chamuco estaba dispuesto a rehabilitarse y con esa amiga a la que todos llamaban la paloma negra de los excesos, no lo iba a lograr nunca. Así que la dejó regresar con el cuento de que nos siguiera atormentando acá en la tierra, regalándonos un poquito de fuego, para que nos fuéramos acostumbrando. Lo que no sabía el chamuco es que esa voz también nos hacía tocar el cielo, serviría para remendarnos el corazón con un repertorio adolorido que le componía José Alfredo Jiménez en una servilleta, pensando en que nadie lo iba cantar mejor que su cuatacha Isabel, como él la llamaba.

Y es que cómo no la iba a dar por muerta, si su figura ya sólo era una sombra de lo que un día fue. Y es que, a esa enorme leyenda, se le veía arrastrándose por las calles de Tepoztlán, tomando con los teporochos alcohol que, de tan mala calidad, podía curar heridas. La cantante tuvo que tocar fondo y turistear en el infierno para decidir bajarse de ese caballo desbocado. Un día de cruda en la que sentía que se moría, decidió dejar la tomada y empezar una nueva vida. Chavela decía que su hígado debería estar en un museo porque se tomó todo el tequila del mundo y seguía de pie, dando la batalla. Y tenía razón, su corazón, sus riñones, sus entrañas aguantaron las revolcadas y el lodazal de 15 años dedicados a empinar el codo.

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Pero Chavela no estaba muerta, andaba de parranda. Regresó a los escenarios gracias al español Manuel Arroyo, quien cruzó el océano para venir a buscarla y sacarla del callejón de los sueños rotos. Lo logró, la convenció de regresar el alma al cuerpo, de subir de nuevo a los escenarios. Chavela muy pronto se arrepintió, pero ya estaba ahí, temblando de miedo, con la resaca escurriéndole por la frente, con las manos temblando por la abstinencia. Pero calzonuda como siempre ha sido, le pidió a su voz que saliera a saludar a su público, que no la abandonara en medio del escenario y ese monstruo despertó, salió como toro de lidia y arrolló a quienes se dieron cita en “El Hábito”, un espacio que fue creado por el mismísimo Salvador Novo. Si eso no se trataba de un milagro, no sé de qué otra forma llamarlo. Chavela estaba aferrada al entablado, como un Cristo con los brazos abiertos, cubierta con su jorongo y armada con esa arma que sólo ella puede desenfundar: La fuerza, la nostalgia, el dolor, la garra y el inmenso amor de unas cuerdas vocales que iban rumbo a la muerte y ahora celebran que estaban de vuelta en este mundo tan raro.

Ahora le gritaban al viento, a los dioses, que seguían vivas, que tenía mucho que decir, mucho que cantar, mucho que llorar y que maravilla escucharla entonar: “Cuando lejos te encuentres de mí, cuando quieras que esté yo contigo, no tendrás un recuerdo de mí, ni tendrás más amores conmigo”. No hizo falta decir más, Chavela y su voz de relámpago, estaba de vuelta para cimbrar al mundo e iluminarlo todo.

La periodista María Cortina, quien se convirtiera en su biógrafa oficial, la conoció en ese nuevo comienzo. La vio bajarse de un avión en España, dejar a todos plantados por correr a sentarse en su banca favorita para ponerse al corriente con el hombre que más amó en vida. Esa mujer bronca era aficionada a las letras, a la poesía, a las palabras que, de tan bien dichas, de tan bien escritas, les salen alas y toman vuelo. Ella llegaba a España con el fin de encontrarse de tú a tú, codo a codo, con Federico García Lorca. La cita siempre era el mismo lugar: La Residencia de Estudiantes, donde el poeta estudió junto a Dalí, Luis Buñuel y el lugar que Chavela agarró como punto de encuentro con su fantasma favorito.

A este lugar llegaban para abrazarla en caravana Pedro Almodóvar, Joaquín Sabina, Martirio, Miguel Bosé, todos hacían reverencia cuando la Vargas ponía un pie en la Madre Patria y junto a ellos, organizándole a una prensa que hacía montón, estaba una periodista de guerra que extrañaba la adrenalina de sus coberturas en zonas de conflicto y con la que ahora charlo en exclusiva para Vanguardia. Lo primero que me cuenta es justo eso: “¿Puedes creerlo?, extrañaba y pedía a gritos volver a reportear entre balas, en zonas de guerra y llegó un terremoto, una Adelita, una guerrillera a comandar mi vida, a cambiarlo todo, a llenarla de adrenalina. Conocí a Chavela Vargas”.

Pero María, quien dice no tener oído para la música, desde su más temprana infancia sabía que el nombre de Chavela significaba una cosa: Parranda: “Siempre lo dije, no tengo porqué decir mentiras, me declaro ignorante en la historia de la música, además canto pésimo, pero de niña el nombre de Chavela Vargas me remitía a que mi papás ya se iban de copas, que iban a agarrar por su cuenta la parranda. Ellos eran unos fans muy aguerridos y la seguían por todos lados, se esperaban a que estuviéramos dormidos y se salía en su búsqueda. Yo sabía que iban a llegar a altas horas de la noche cuando Chavela cantaba en algún lugar de la Ciudad de México. Mis padres eran muy bohemios y había discos de ella por toda la casa y a mi me llamaba la atención que hubiera una chavela que se escribiera con “V””.

El mundo de la pequeña María era un mundo raro, se sabía diferente y la música de Chavela pobló sus soledades y sin quererlo le forjó un carácter: “Durante mi adolescencia fui rebelde y diferente con mi entorno social y esa diferencia me hizo radical y en lugar de estar en cosas de mi edad o en una discoteca, yo estaba imprimiendo volantes llamado a una huelga de los obreros de no sé dónde, nunca me sentí atraída por ese mundo de la música y la fiesta”.

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Esa niña que hacía panfletos y, a través de la palabra le declaraba la guerra a las dictaduras, a la injusticia, a la pobreza, un día creció y se convirtió en periodista, pero no en una periodista común, sino en una que tenía que traer casco y chaleco antibalas. María Cortina se convirtió en Corresponsal de Guerra y se mostró empática con los desplazados, con los oprimidos, con los ciudadanos de a pie: “Estuve viviendo en países en guerra. Como corresponsal fui a Centroamérica y me quedé muchos años cubriendo la guerra en El Salvador, luego viajé a Colombia y Beirut, en Líbano. Finalmente me propusieron ir a Madrid a trabajar al servicio exterior mexicano. Me propusieron quedarme como consejera de prensa y dije ‘voy a probar porque me va a hacer mucha falta la adrenalina’, pero eso nunca pasó porque llegó Chavela a mi vida”.

María no sabía del todo bien en qué se estaba metiendo, con que toro iba a lidiar, pero malabareaba con la prensa que llegaba en bola para hablar con la resucitada. De dónde había surgido esa nueva religión, ese nuevo culto, quien era esa curandera a la que todos le llevaban veladora y le colgaban milagritos. Eso lo descubriría poco a poco, estando a solas, al escucharla hablar con las puertas abiertas de la memoria, a una mujer hecha verbo. Tenía a la mano a una cantante que el mundo quería escuchar y decidió también prender su grabadora y dejar que esa mujer se dejara ir como hilo de media, porque se convirtieron en cómplices y le contó cosas que no le contaba a cualquiera.

Me tocó una Chavela muy firme, muy decidida, con mucha fuerza, una mujer que se quedaba horas sin hablar, que meditaba mucho y trabajaba interiormente para ella”.

“Yo toda la vida he ido con una libreta en mano y apuntaba todo. Lo mismo hacía cuando estaba con Chavela, apuntaba desde recetas de cocina, frases que soltaba a rajatabla. Busqué en 30 cuadernos y ahí encontré escritos sobre cosas que me decía hasta en pláticas telefónicas. Y es que a Chavela le entraba la vena poética y decía cosas muy profundas, siento que lo hacía para que las escribiera, por eso se ponía intelectual. Siempre me gusta decir que yo conocí a Chavela Vargas de otra manera, conocí su otra cara, su parte más luminosa. Todo mundo presumía de haber sido amigo de la mujer bronca, la dura, borracha a morir, la mal hablada, la que cargaba con pistola. Debo confesar que la conocí con pistola en mano pero su vida ya era otra. Ya no tomaba, era otro tipo de mujer, alguien muy distinta a como me la habían platicado. Era una época en la que Chavela viajaba a España a dar conciertos todos los veranos. Madrid era su sede, pero se iba a festivales por Europa, iba a Francia, ahí estuvo en el mítico teatro Olympia.”

María, sin proponérselo, se terminó convirtiendo en su gerente de prensa, pero además ese fue el pasaporte para conocer de cerca a la otra Chavela, a la más íntima, a la que no se abría tan fácilmente: “La conocí porque me hablaban periodistas que la querían entrevistar y yo se los llevaba, pero al final de las entrevistas me reclamaba porque me iba. Así que empecé a quedarme más tiempo y surgió una amistad. Yo digo que ella me eligió porque yo no tenía nada que ver con ella, no tomaba, nunca había ido a un concierto suyo, no era parte de la comunidad LGBT+, ni había escuchado de su leyenda negra, yo me volví parrandera ya de mayor. Además me tocó una chavela que ya no era violenta, ni de jalar de la greña a alguien, me tocó una Chavela muy firme, muy decidida, con mucha fuerza, una mujer que se quedaba horas sin hablar, que meditaba mucho y trabajaba interiormente para ella, pero cuando hablaba corrías por papel y pluma porque te soltaba frases geniales, de mucha sabiduría”.

Así fue como María fue atesorando frases, anécdotas, memorias, charlas con los amigos de la cantante y las empezó a publicar todas esas andanzas con la cantante en una columna en un periódico que ahora se convertiría en la base para este nuevo libro. Y es que ese material que salió publicado aquí y allá, ahora ha sido reunido en una obra que Chavela le pidió en sueños que reuniera. A ella, cuenta María, le importaba mucho dejar un legado, dejar su canto, pero también su palabra como constancia de su paso y su huella por este mundo. María actuó en consecuencia y se ha convertido en su biografía oficial y ha salido a predicar su palabra, el Evangelio según Chavela: “Este libro se trata de una compilación de diferentes notas que yo publiqué en un diario. Yo tenía una columna editorial en la que hablaba mucho sobre los mundos raros de Chavela y realicé una recopilación y una curaduría. Todas esas notas no tenían la intención de convertirse en una biografía, ni siquiera eran notas informativas, eran las locuras de Chavela. Yo la acompañaba a las fiestas en España donde había siempre flamenco y Chavela se emocionaba y se ponía a cantar. Luego se fusionaban el flamenco y las rancheras y esas cosas no me las contó nadie, yo las viví de su mano. Imagínate que me invitaba a desayunar y yo declinaba la oferta, le decía que tenía que ir a trabajar y muy socarrona me advertía: ‘Bueno, tú te pierdes este desayuno con Sabina, con Bosé, con Almodóvar’. No me podía negar, allá iba y tomaba notas mentales para escribirlo todo”.

El libro lleva por nombre “Chavela Vargas: Entre García Lorca y Pedro Páramo” y para los fans de la cantante este título y estos personajes tienen toda la lógica del mundo, pero María responde cómo fue que dió con ese nombre: “¿Te preguntarás porque relaciono a Chavela con Pedro Páramo, el personaje de Juan Rulfo? Porque se trata de una conversación de ella con los muertos. Ella hacía eso con frecuencia y yo quería hablar de ese imaginario, de ese universo donde habla todo el tiempo con los difuntos. Ella tenía ese poder, esa peculiaridad. Se quedaba a dormir en la Residencia de Estudiantes en Madrid, donde estudió Lorca y al otro día me decía: ‘Estoy cansadísima porque Lorca se quedó toda la noche tocando el piano’. A Lorca lo asesinaron en 1936, no había forma de que lo hubiera conocido. Pero por las noches ella me contaba que él venía a visitarla y los dos se ponían a cantar y luego se iban a saludar a las trabajadoras sexuales, a las chicas trans. Y te lo contaba con una seguridad, con una sabiduría, que no dejaba espacio para decirle ‘no te creo’. Cuando la visitaba en su casa de Veracruz, me decía, ‘mira las escamas que hay debajo de esa ventana’, yo lo veía normal porque era una playa, y me decía ‘esas escamas las dejaron las sirenas, vinieron anoche a saludarme’. Ella te transportaba a ese plano, al más allá, tenía grandes conversaciones no sólo con Lorca, lo hacía con el gran Chamán en México, con el cerro del Chalchi en Tepoztlán y lo hacía para consultarlos y ayudar a sus amigos enfermos, para saber qué nos deparaba a todos a su alrededor, para darnos una guía. Ella veía cosas que otros no veíamos, eso lo pude constatar en varias ocasiones”.

Y cuando le pregunto si me lo puede ejemplificar, qué cosas veía, cómo los ayudaba, María no lo piensa dos veces: “Resulta que a una amiga periodista, a la que iban a operar de unos tumores, fue a visitar a Chavela y ella le dijo ‘no te preocupes, no tienes tumores, son como una especie de barros’ y ella se fue muy enojada porque había minimizado lo que le pasaba. Luego habló muy sorprendida para agradecerle a Chavela porque el médico le dijo que no eran tumores los que tenía y que para que ella entendiera mejor, le dijo que se trataba de ‘unos barros’, nada de qué preocuparse y nuestra amiga no lo podía creer. Otro día me dijo no quiero que esta persona entre a mi casa, ya no quiero que venga y se quede aquí, urge que se regrese a su su país. Yo me sorprendí que dijera eso porque se llevaban genial, se querían mucho. Resulta que esta persona regresó a su país y murió dos meses después rodeada de los suyos”.

A María no le gusta que se refieran a Chavela como bruja, no le gusta el término, ni las connotaciones negativas que tiene ese título, ella dice que se trataba de una Chamana: “De eso se trata el libro, de ese imaginario. Se trata de esa dimensión poco explorada de ella. De los últimos años de su vida. De la forma en que ella trabajó para ella misma. Eso que le permitió sentir de otra manera, vivir otras cosas, todo con el fin de crecer internamente y transmitir de mejor manera su canto. Al final se volvió más reflexiva y nos regaló toda esa sabiduría envuelta en una voz quebrada, rota, pero que transmitía tanto. Ya no cantaba con la misma fuerza, pero hacía llorar y conmoverse a su público”

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Yo le cuento a María como la figura de Chavela ha sido redescubierta por las nuevas generaciones, quienes han agarrado de bandera las palabras de Chavela. En la marcha del orgullo LGBT nunca falta una pancarta con sus frases célebres que hizo en un tiempo en el que el patriarcado no veía con buenos ojos a una cantante mujer que salía a cantar en pantalones de manta, en poncho y menos que se rumoraba era “marimacha”. Chavela les escupió en la cara su música y su orgullo: “Yo no estudié para lesbiana, yo nací así, mis dioses me hicieron así. Para mí es un orgullo llevar el nombre de lesbiana”, les dijo bien plantada al mundo machista que le tocó vivir: “Fíjate que mucha gente me pregunta porque Chavela nunca se declaró lesbiana abiertamente, pero ella nunca lo negó. Lo mismo pasó con Carlos Monsiváis, ellos nunca abanderaron la causa, ni ondearon banderas, pero cuando se lo preguntaron lo decía sin empacho. Pero también se quejaba que en otras entrevistas a nadie le preguntaban si es heterosexual. Ella lo hizo público hasta los 80 años y se guardó esa declaración porque pienso que quería guardar esa energía que se necesita para ser activista, para seguir con otra lucha, para no volver al alcohol. Además esa fuerza que recuperó la guardaba para su canto, para ponerla toda en su voz, duraba horas sin hablar, mucha gente dice que bonita voz tenía Chavela de joven, pero creo que esa voz no transmitía tanto como después de haberse rehabilitado, luego de su etapa en España, donde resurgió su carrera”.

A María le tocó la Chavela rehabilitada, esa mujer que tuvo buena estrella y el acompañamiento de sus dioses, que eran muchos. Nuestra santa patrona de las rancheras, no tuvo el triste final de otras grandes como María Callas, Billie Holiday, Edith Piaf o Amy Whinehouse. Pero a su biografía si le contó cómo rasguño las puertas del infierno, como desafió a lucifer y como salió airosa: “Seguro que fue una etapa horrible la de su alcoholismo, pero ella siempre contaba todo de manera muy positiva. Ella se puso a trabajar de albañil porque era una teporocha hecha y derecha, sus cuates eran los trabajadores de la obra, borrachos igual que ella. Decía Chavela que entre todos, ya bien pedos, habían inventado las mejores escaleras ‘art nouveau’ en forma de caracol. No es bonito ser alcohólico, pero ella tenía unas anécdotas mágicas. Decía que se iba a meter a un convento dominico donde todos los domingos cantaban de forma maravillosa. Ella llegaba completamente borracha y le abrían las puertas y se ponía a cantar con ellos, esa voz hereje era bien recibida siempre. También me contó que sin un peso en la bolsa, convertía el agua en tequila. Un día puso borracho a todo el pueblo que estaba despidiendo a un famoso maistro’ de la obra. Chavela dijo ‘yo voy a poner el tequila a todos los que vengan al funeral’ y allá fue a dar todo mundo y todos cantaban y tomaban con Chavela rumbo al panteón. Cuando llegaron bien enfiestados, se dieron cuenta que habían olvidado la caja con el difunto. Chavela me contaba esas anécdotas atacada de la risa”.

Pero a veces se ponía seria y María hacia lo que mejor podía hacer con una leyenda así, acostada en el diván, abierta de par en par: Escucharla: “Ella decía que ser borracha es como meterte en un túnel del que es difícil salir. Ella se puso una borrachera y no sabía cuántos días llevaba vagando. Cuando abrió los ojos, estaba tirada en la calle y tenía a su lado un zapato de tacón con restos de alcohol. Lo había usado como copa y se sentía tan mal que pensaba que se iba a morir de la resaca. Me contó que ese día le vio la cara al demonio, ella me decía ‘yo conocí la cara del demonio, cuando abrí los ojos, vi como ese zapato con restos de alcohol se convirtió en la cara del diablo. Envalentonada, sin nada que perder, lo reté: O me llevas en este momento, o me voy cuando me de la chingada gana’. El chamuco le perdonó la vida y nuestra Chavela vivió muchos años más, pero ese día se levantó, se sirvió el último trago y se despidió para siempre del alcohol. Nunca jamás volvió a tomar, además dejó de fumar. Imagínate lo difícil que fue dejar los dos vicios el mismo día y sin ayuda médica. Ella me contó que se retorcía como loca y aguantó porque haría válida esa oportunidad que le dio el diablo de morirse cuando a ella le diera su chingada gana”.

No está en el título del libro, pero en España Chavela tuvo como padrino de lujo a Pedro Almodóvar, quien declaró que antes de ser conocido en el mundo como cineasta, quería ser recordado como el presentador oficial de los conciertos de Chavela Vargas. Además declaró que “desde Jesucristo, nadie ha abierto los brazos como ella”: “Almodóvar es el único que estuvo hasta el final de su vida. Él y una cantante preciosa llamada Martirio. Ellos siguen con Chavela en el alma. Pedro venía a verla muy seguido y se hospedaba en Cuernavaca porque Chavela vivía en una casita pequeña. Venía y la llevaba a comer y le decía ‘Chavela porqué en tu casa siempre es de día, nunca se hace de noche’ y ella le respondía ‘porque aquí estoy yo, yo soy la noche’. Cuando ella se puso mal en España y casi se muere allá, Pedro estaba todos los días al pie de la cama y mira que estaba filmando una película. Yo comienzo diciendo en el libro que un día que estaba Chavela dormida en su camerino, alguien la despierta y ella dice ‘que susto, pensé que estaba muerta, pensé que había reencarnado’ y Pedro le dice ‘Chavela tú nunca vas a reencarnar porque tú ya eres una reencarnación, la de Chavela Vargas’. Yo lo confirmo y digo que ella reencarnó tres veces. La primera cuando sale de Costa Rica en busca de una tal Chavela Vargas, pero ahora escrita con ‘V’ y la encuentra, se encuentra; la segunda es cuando deja el alcohol y se convierte en una mujer libre, intensa, fuerte, pero con una sensibilidad a flor de piel y su tercera reencarnación fue cuando murió, porque ella me dijo cuando estaba hospitalizada: ‘Ve y diles a todos que no me iré, aunque muera nunca me iré’”.

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Pero cómo fueron sus últimos días, cómo fue el esperado llamado de la que Chavela decía que era su cuatacha, su amiga la muerte: “Ella hablaba de la muerte desde mucho tiempo antes. Siempre decía que la parca era muy amiga suya, decía que cuando ella la veía, le decía ‘tiéndeme la mano’. En los últimos días, ella sabía que se iba a ir y me dijo que no quería que le doliera su muerte, no le gustaba el dolor, no quería que la entubaran y cuando tuvo dificultades le dijimos al doctor la consigna y ella se fue así, sin dolor”.

Pero antes, Chavela le pidió a María Cortina que saliera a decirle a su público, a los agremiados a su voz, a los que profesaban el culto a su leyenda que recién tomaría vuelo: “Ve y diles a todos que no me iré”. Chavela no murió, trascendió y no dijo adiós, dijo la palabra que mejor decía: ‘Los amo’. La dijo con el medallón de chamana que le habían dado los indios huicholes en el pecho y, a su lado, el poncho rojo que se volvió su símbolo. Quería morirse un martes, un día aburrido en el que no pasa nada. Pero lo hizo un domingo. “Yo creo que ella no se imaginó tanto clamor popular ante su muerte, no me lo imaginaba ni yo. Cuando me habló la Secretaría de Cultura de la ciudad para decirme que si estaba de acuerdo en que se hiciera un homenaje en Garibaldi, dije que sí porque ese era el lugar favorito de Chavela y José Alfredo y mira que los mariachis no eran lo suyo. Luego me hablaron de Conaculta para ofrecernos un homenaje en Bellas Artes y me quedé pasmada. Yo no daba crédito a ese enorme homenaje popular, a tanta gente volcada en las calles. Mucha gente decía que era como si se les hubiera muerto un ser querido. Yo digo que incluso fue algo peor, como si te arrancaran la carne por dentro, el cuerpo tiene memoria y Chavela había acompañado a todo México en sus tristezas, en sus alegrías, siempre estaba ahí y por eso cuando escucharon ‘se murió Chavela’ fue como si se hubiera muerto una parte de nosotros. Ella tuvo la muerte que siempre quiso, ella decía que le gustaría que a su velorio la fueran a despedir las prostitutas, los borrachos, los vendedores ambulantes, los amantes, gente de la calle, el pueblo y no la gente finolis. Y en eso se convirtió Garibaldi y Bellas Artes, en un lugar de gente de rebozo, de gente de a pie que fue con el corazón destrozado a dejarle una flor, a llorarle encima del féretro, a cantarle todo lo que ella un día les cantó. Chavela tenía razón, ella nunca se va a ir si seguimos cantándola, recordándola, leyéndola”.

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CHAVELA VARGAS: ENTRE GARCÍA LORCA Y PEDRO PÁRAMO

De la mano de La Pereza Ediciones, la periodista mexicana María Cortina publica Chavela Vargas: Entre García Lorca y Pedro Páramo, un libro de confidencias a modo de conversatorio que rinde pleitesía a la figura de la última gran rebelde de la canción ranchera. Cortina, biógrafa y guardiana de la memoria de la cantante, propone una hoja de ruta a partir de tres momentos fundamentales, que exigen ser interpretados como una suerte de reencarnaciones: la turbulenta llegada de Chavela a México desde su natal Costa Rica, su resurgimiento en los escenarios siendo ya una septuagenaria tras haber padecido los estragos del alcohol y sus últimos alientos de voluntad.

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