Eterno romance con El Sol: la noche en que Saltillo mató al guapérrimo Luis Miguel
Luismi dio un concierto en Saltillo el 19 de septiembre. Fue una locura.
Dicen que matamos lo que amamos y que lo demás no ha estado vivo jamás. Dicen que cuando se revienta de amor, lo único que se puede hacer es cantar. Y dicen que Luis Miguel es uno de esos escasos objetos del amor, del deseo, de la farándula que escapan a la lógica y besan lo legendario. Por eso lo veneran como a un dios, por eso es un ídolo, por eso es Prometeo tomándose a sí mismo y regalándose a su público.
Por él deberían reescribirse las leyes de la astronomía. Porque en Saltillo, el sol no sale todos los días, sino que tarda 31 años en volver. Exactamente 11 mil 400 días entre aquel concierto del Aries Tour el 4 de julio de 1993 y la noche del 19 de septiembre de 2024.
Por todo eso el espectáculo de anoche fue único en la ciudad. Por eso la capital del estado quiso quedarse para siempre al lado de “nuestro Luismi de toda la vida”. Por eso intentaron con todos los sentidos que “nuestro Micky, querido” les pertenezca más que a su natal Puerto Rico.
Por eso sus fans en Saltillo mataron a Luis Miguel a pulso de aplausos, a punta gritos, a golpe de amor, a costa de locura y con desquiciada devoción. Para quedarse con su yo más encantador, aunque resucite a los sabrá cuantos días y dé otro concierto con su luminosa sonrisa como si nada hubiera pasado. Para decirle, con el corazón desgarrado, “tengo todo excepto a ti”.
Porque así es Luismi. Así lo aman. Nada humilde. Talentosísimo. Elegante. Guapérrimo. Único. Aunque ya no sea el de hace 40 o 50 años. Aunque la culpa sea del tiempo, como dice Eduardo Sacheri. Aunque en ningún momento de su show en el estadio Francisco I. Madero haya dicho la palabra “Saltillo”. Aunque no haya mirado a alguien a los ojos para mentirle diciendo este valle en el semidesierto es su casa. Aunque no haya cumplido con entonar otra canción después del final, pero sí lanzado besos para despedirse.
Él sabe. De verdad sabe que basta y sobra.
Qué falta de fe quienes dudaron que a lo mejor no se llenaba el concierto. Que porque algunas zonas tuvieron ofertas de 2x1. El lugar estaba a reventar. Con rostros adolescentes que heredaron la fascina por Micky. Con expresiones jóvenes de quienes no se pierden cuanto concierto se anuncia. De adultos que llevan en la memoria las letras de todas las canciones. De viejos con la emoción desbordada al presenciar un pedacito de historia que no volverá.
Platiqué con Azucena Castro. Saltillense. Fan de Luismi. Como no admirarlo, dijo, si es “el gran solitario”. Esa metonimia la hizo popular la periodista Claudia de Icaza en 1994 al publicar una biografía del cantante que además de causar su enojo llegó a los tribunales por las revelaciones incluyó.
A algunos les pareció raro que Luis Miguel cantara con el cuerpo orientado sobre su lado derecho. Pero para quienes sabe todo de El Sol, como Azucena, es algo más que obvio y ella misma lo explica: la tinnitus la padece en el oído izquierdo.
Luego de verlo en vivo por quinta vez, dice saber “su vida y obra”, que está “hermoso”, que es “divino”, un “sobreviviente” de grandes adversidades, un “ídolo” con un lugar más que ganado en el olimpo de los consagrados. Lo equipara con Frank Sinatra. Lo parangona con Michael Jackson.
No es la única que se siente cercana con el artista. Ana Lilia Rodríguez nació el 20 de abril de 1971. Exactamente un año y un día después de que a más de 3 mil 600 kilómetros, en San Juan, Puerto Rico, naciera Luismi. A pesar de la distancia. A pesar de que no se conocen en persona. Ella siente que creció con él.
Como no si ella y sus amigas de la infancia hacían hasta lo imposible por conseguir grabar un caset desde el radio, rogando por todos lo sagrado, que el locutor no hablara. Los discos de vinil, cuando su papá pudo comprarle uno, fueron un tesoro.
Su voz bría y juvenil la enamoró. Y cuando la espesura de la adultez le dio ese tono más grave, el encantó solo aumentó.
Verlo en vivo, escucharlo en vivo, sentirlo cerquita... fue un sueño hecho realidad.
Quien ya lo había visto una vez Julia Hernández Moreno. Fue en el terrible 1985 con un boleto que le costó 10 pesos y pudo sentarse en las primeras filas.
Desde que Luis Miguel tenía 11 años, ella colecciona posters y camisetas conmemorativas. Se casaría con él a la de ya si este se lo pide. Así, si lo tiene para ella todo el día en casa, quizá ya no necesaria el termo tapizado con fotos del artista que ve con cariño en el desayuno, ni la cobija con su rostro para sentir que duermen juntos. Cuando ella muera, quiere que la sepulten con todas las cosas alusivas a su ídolo.
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Alejandra Rodríguez conoció a El Sol por acompañar –a regañadientes– a su hermana Alma a un concierto. No sabía que se iba a enamorar. Ya que desde ese día hace 30 años y hasta el pasado jueves, la que no paró de gritarle “estás hermoso, papá”, “papacito”, “hazme cien hijos”, “hermoso, papito”, “te amo, mi amor” y “¡me tienes loca!”, es Alejandra.
Dicen que es probable que Luis Miguel no vuelva otra vez a Saltillo. Que quien haya vivido esta noche habrá vivido de verdad y a los demás les queda solo imaginárselo. Dicen que no habrá nunca alguien igual a él, que tenerlo en la ciudad fue un regalo.
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