De Piloto a Copiloto
Mi enfermedad y mi miedo pueden ser muy grandes, pero cuando los comparto con Dios parecen insignificantes
Una semana después de mi mastectomía (lado derecho), me llama mi doctor y me dice: “regresaron los resultados de patología de tu mama izquierda y también encontramos cáncer, tengo que operar a más tardar en dos semanas”. Me quedé helada, solo sentía las lágrimas caer por mis mejillas. ¿Qué significa esto? ¿Es mi cáncer muy agresivo? ¿Por qué ninguna máquina, estudio o doctor lo notó? ¿Tengo cáncer en otras partes de mi cuerpo que no hemos podido ver? ¿Me puedo morir?
Me sentí frustrada, decepcionada, asustada, pero, sobre todo, enojada, porque durante siete meses me preparé psicológicamente para este momento, acepté mi enfermedad, le puse buena cara y, por segunda vez en menos de dos meses, miré al cielo y dije: “¿ES EN SERIO, PADRE?” ¿No es suficiente todo lo que he pasado? ¿Todo lo que me ha dolido, la transformación física que he sufrido, el frenar mi vida por completo, de vivir feliz en Milán a que ahora mi única salida sea al hospital?
De verdad estaba tan enojada, que al día siguiente no salí de mi cuarto. Necesitaba tiempo conmigo, necesitaba procesarlo; pero sobre todo necesitaba escuchar a Dios y saber qué estaba pasando. ¿PARA QUÉ? (A Dios no le debemos de preguntar por qué, sino para qué. El ‘por qué’ es una especie de reclamo y el ‘para qué’ es descubrir el propósito que hay detrás; que, como ya les he dicho, siempre sale algo positivo, aunque se sufra).
En la quietud y soledad de mi cuarto, prendí una veladora, medité, escuché música, estuve en silencio y después empecé a leer, y fue ahí que encontré la respuesta... Cada vez que Dios nos sacude es para llevarnos a un lugar mejor, para sacarnos de nuestra zona de confort. Así que intenta esto: en lugar de dejar que un terremoto en tu vida cree una distancia entre tú y Dios, deja que comience un tiempo de reflexión. Esto me dejó más tranquila, porque estoy segura de que cuando todo esto acabe estaré en un lugar mejor, estaré en el lugar que Él quiere que esté.
Yo siempre le he dicho: “Padre, me pongo en tus manos. Haz de mí lo que quieras, sea lo que sea. Te doy las gracias”. Para muchas personas, una enfermedad como esta es de lo peor que puede haber; para mí también lo era hasta que lo viví y a pesar de que es muy difícil, para mí no lo ha sido tanto, porque me siento acompañada por Dios en cada momento. Sé que está permitiendo esto para un bien mayor y eso me consuela y me da la fuerza que necesito para salir adelante.
Han pasado 24 horas desde que me dieron esa mala noticia y mi corazón ya tiene paz. Nuevamente, le digo que sí a Dios y a mi enfermedad, acepto este nuevo reto. Yo no sé qué vaya a pasar, puede que este sea el último artículo que les escribo o puede que sea el segundo de miles, lo único que les puedo decir es que cuando tengan un problema, estilo enfermedad, no se resistan: acéptenla, abrácenla y entréguensela a Dios y verán cómo sus dolores se minimizan. Vivamos un día a la vez, sin que se apague la sonrisa, sin amargarnos y haciendo lo mejor que podamos con lo que tenemos en estos momentos.
La sociedad nos ha hecho tan consumistas que se ha vuelto una competencia de quién tiene, qué y quién lo tuvo primero, y olvidamos lo que verdaderamente importa: tener un corazón contento. Porque no sé si lo han notado, pero la verdadera felicidad viene de adentro, de las cosas simples: un abrazo, un te quiero, un gracias, ayudar a alguien, el desayuno que te prepara tu papá antes de irse a trabajar, el cariño con el que te cuida tu mamá. Eso te llena. Tener el iPhone 15 te da felicidad momentánea y luego se va. ¿Les ha pasado que desean algo tanto y luego cuando ya lo tienen, se pasa la emoción en 3 días?
Por eso les puedo decir que, al menos para mí, Dios es quien me hace sentir plena. Nada en este mundo material me da la paz y tranquilidad que me da Él. Así que, nuevamente, hoy elijo entregarle mi vida y mi enfermedad; que sea Él quien me guíe a mi destino, que yo voy de copiloto.
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