Dieciocho días en coma, treinta operaciones y una sonrisa

Vida
/ 8 julio 2016

    Cuando se mira el rostro de Rosa González Soldado, uno queda impactado por dos razones: por lo guapa que es y por su sonrisa. Pero si uno se fija con atención, notará un detalle que también salta a la vista: una muleta que sostiene su caminar. Y aquí, la admiración por la belleza de Rosa se ahonda más, pues gracias a esa muleta uno vislumbra un poco el temple que adorna su alma. 

    El tortuoso camino de esta joven de Valencia, España, comenzó el 10 de octubre de 2006, fecha que puede considerarse un nuevo nacimiento para ella. Acompañada de su amiga Inma, iban en coche por la carretera AP-7, conocida como la autopista del Mediterráneo. De repente, un vehículo, conducido por otra joven, chocó contra ellas. Un camión que iba detrás y que vio el golpe, decide detenerse. Puso las luces intermitentes y se bajó para ayudar a las tres accidentadas. Tanto Inma como Rosa salieron del coche con la intención de ayudar a la de enfrente. 

    Pero este noble acto tuvo, desafortunadamente, terribles consecuencias. En ese momento, un BMW que iba a 140 kilómetros por hora, vio las luces de emergencia pero no paró. El desenlace fue desastroso: Inma murió en el acto y Rosa fue arrastrada durante 37 metros, con un resultado clínico de miedo: pulmones e hígado destrozados, tres costillas y vértebras rotas, pelvis abierta, pubis partido, la tibia y el peroné destrozados y el bazo que le estalló, dejándole a poco de morir desangrada.  

    El calvario fue tremendo. Ahí mismo, en la carretera, fue reanimada cinco veces; en la Unidad de Reanimación (REA) el Hospital de La Fe, al que fue trasladada luego, otras cuarenta y dos. Los médicos no le daban mucha esperanza de vida, apenas un día si acaso. De hecho, permaneció 18 días en coma, con la vida pendiendo de un hilo. 

    Pero el alma de Rosa floreció con un coraje digno de los héroes. Poco a poco, empezó a dar muestras de lo luchadora que era. Sus pulmones comenzaron a reaccionar y el respiro de alivio recorrió por todo el hospital. Por fin, el 27 de octubre abrió los ojos por primera vez…  

    Así relata ella misma ese momento: «Sola, en una habitación rodeada de aparatos, sabía que algo había pasado, pero pensaba que sólo había estado un día inconsciente». Y entonces vislumbró, del otro lado del cristal de la habitación, a su padre y su hermano. Verles el sufrimiento pintado en sus rostros le provocó un sentimiento de culpabilidad enorme. Quiso pedirles perdón, pero ni los cables ni la traqueotomía le permitían comunicarse con ellos.

    “Fue literalmente como volver a nacer, me enseñaron a hablar de nuevo, a respirar sin ayuda de las máquinas, a andar”.

    De esa manera, Rosa comenzó su maratón por la vida: más de treinta operaciones y larguísimas horas de rehabilitación. ¿El resultado? Que lo único que necesita ahora para caminar es esa bendita muleta, reflejo de su coraje por vivir. 

    ¿La fe influyó en algo durante este proceso? “La verdad es que me he formado en un colegio de monjitas, y toda mi familia es católica. Dos de mis tías abuelas fueron monjitas también; una de ellas llegó incluso a ser Directora del Hospital General de Sevilla, Sor Micaela. También mantengo el contacto con María José de Castro, que en su día fue mi directora y ahora está en Roma. Aunque desde mi respeto, me inquieta la religión pero no soy una firme creyente. Mi madre falleció de cáncer cuando yo tenía 16 años y ahí se me desmoronaron un poco mis creencias. Pero eso sí, en el momento de mi estancia en REA, a mi madre sí que la sentí a mi lado: estuviese donde estuviese, me calmaba pensar que estaba conmigo y no sentirme tan sola en el hospital”.

    Rosa es hoy una mujer feliz. Casada desde hace cuatro años con Jorge, el amor de su vida (“ha sido y es uno de los motivos para seguir adelante”) y madre de un hermoso niño, lleva adelante numerosas acciones para ayudar a los que sufren y concientizar a las personas cuando se ponen al volante, además de colaborar con instituciones como la Asociación Benéfica contra el Cáncer y la Asociación Stop Accidentes.  

    Pero dentro de todas, su iniciativa más importante es, sin duda, su libro Vive, en donde narra en primera persona su experiencia. Una historia que, a pesar del dolor, de las operaciones y de los ratos amargos, tiene como telón de fondo la sonrisa amplia y profunda de Rosa.

     

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