El muro y la grieta

Vida
/ 15 octubre 2018

Medio siglo después, la literatura acerca y desde el año olímpico se despliega contradictoria: el testimonio, la novela, la poesía, el libelo, la teoría política, la neutralidad acomodaticia, la mexicanidad new age o la especulación vengativa.

En el imaginario lector La noche de Tlatelolco se erige como el libro proverbial para entender los sucesos de aquel año. Su textura coral, fresca, empapada de testimonios, pareciera insuperable. No es casual que le valiera a su autora el Premio Xavier Villaurrutia  del año 1971. Es famosa su respuesta y su rechazo al galardón: “¿Y quién va a premiar a los muchachos muertos?” Sin embargo, todo su fulgor se disipa al encararlo a Los días y los años, de Luis González de Alba, miembro del CNH, quien desde la cárcel escribió y con la ayuda de Poniatowska pudo ir sacando partes del manuscrito, con promesa de publicación. Sin embargo, amplios fragmentos de su libro fueron “apropiados” y tergiversados para el primero… ¿Abuso o malentendido? No lo sabemos: la amistad entre la autora y el líder terminó en agria disputa, incluso en un posterior pleito legal. Trivia: Los días y los años iba a llamarse Those were the days, glosa a la canción de la bella Mary Hopkin y hit de aquel año.

 

Palinuro de México A diferencia de la oscuridad y desesperanza en la crónica de Poniatowska, la novela de Fernando del Paso es un festín. Sin embargo, la densidad de su prosa y su amplia extensión han jugado en su contra. Palinuro es sexo, juego, sicodelia, desmesura. El drama de su protagonista no culmina el 2 de octubre, sino la madrugada del 28 de agosto, arrollado por un tanque durante el desalojo del Zócalo. El monólogo “Palinuro en la escalera” ha sido llevado al teatro con gran éxito. Es inolvidable la sentencia del estrambótico estudiante de medicina poco antes de expirar: “¡Nos cubrimos de gloria, hermano! ¡Y ellos se cubrieron de mierda para siempre!”

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Los libelos
Como se sabe, en contrapunto a la inmensidad de Revueltas, quien fuera encarcelado por el gobierno, acusado de ser “autor intelectual” tras el movimiento, donde él mismo se declaró “culpable”, muchos otros mostraron su respaldo a Díaz Ordaz: fue el caso de Torres Bodet, Salvador Novo y Martín Luis Guzmán. Productos como La Plaza, de Luis Spota o Tlatelolco, historia de una infamia, del olvidado periodista Roberto Blanco Moheno, pretendieron explicar y justificar el actuar del régimen.
Pero no todo quedó ahí: días después de los sucesos, en parabrisas, puertas y buzones de todo el país, misteriosamente, empezó a aparecer un extraño libro titulado El Móndrigo: las presuntas memorias de un integrante del movimiento estudiantil. El libro, sin autor y bajo un sello editorial ficticio, consignaba a manera de introducción que su manuscrito original había sido hallado junto al cuerpo inerte de un joven el 2 de octubre. En él se describía y buscaba comprobarse la presunta conjura comunista contra México. Con el tiempo, el libelo se reveló, a través de su estilo y referencias como obra de la Secretaría de Gobernación y la prosa y las ideas de un autor específico: el filósofo Emilio Uranga, uno de los tantas inteligencias cooptadas por el aparato ideológico de la Revolución Institucional.

 

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El new age, la poesía…
El 68 fue origen de bibliografía diversa y extraña, desde los ensayos políticos de Revueltas,  el caso de la poeta uruguaya encerrada en un baño de Ciudad Universitaria el día de la ocupación militar, que dio origen a la novela de Bolaño, o Héroes convocados, la ficción de Taibo II donde los estudiantes sobrevivientes invocan a sus héroes literarios e históricos para vengar a sus compañeros; hasta los delirios new age de Antonio Velasco Piña, quien en Regina, dibuja el movimiento y la masacre como un sacrificio necesario para el despertar de una extraña conciencia budista-prehispánica. Pero donde calaron más profundamente aquellos sucesos fue en la poesía: autores como Pacheco –quién mezcla temporalidades y nombra la matanza mientras glosa la caída del imperio mexica, basado en los textos de Angel María Garibay y Miguel León Portilla en su “Manuscrito de Tlatelolco”, hasta Marco Antonio Campos, Rosario Castellanos o Jaime Sabines, quien, desmarcado de su habitual tono cotidiano y amoroso, consignó:
“El crimen está allí, / cubierto de hojas de periódicos, / con televisores, con radios, con banderas olímpicas. / Tenemos Secretarios de Estado capaces / de transformar la mierda en esencias aromáticas, / un tropel de putos espirituales / enarbolando nuestra bandera gallardamente. / Aquí no ha pasado nada. /  Comienza nuestro reino.”

alejandroperezcervantes@hotmail.com

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