La vida en Roma
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¿Cómo era el discurrir de los romanos cuando el Imperio era rico y poderoso?
A muchos nos resulta fácil imaginar los brillantes espacios de mármol de Roma en un día soleado, pues esa es la imagen que nos han mostrado las películas y las novelas, por no mencionar los libros de historia.
¿Pero qué pasaba al anochecer? Más concretamente, ¿qué sucedía con la gran mayoría de las personas de la ciudad imperial, aquella que vivía en espacios atiborrados de gente, y no en las amplias mansiones de los ricos?
Hay que recordar que en el siglo I antes de Cristo, en la época de Julio César, la antigua Roma era una ciudad cosmopolita de un millón de habitantes que incluía gente de todas las clases sociales: ricos y pobres, esclavos y libertos, locales y extranjeros.
Roma fue la primera metrópolis multicultural del mundo, con barrios marginales, conglomerados de múltiples oficios y zonas de vertedero de desechos, todo lo cual tendemos a olvidar cuando nos concentramos en sus magníficas columnas y plazas.
Pero ¿cómo era la ciudad después de que desaparecían las luces del atardecer? ¿Se puede reconstruir ese lado de la historia?
Las advertencias de Juvenal
El mejor lugar para informarse de una materia de esta índole es la sátira del gruñón romano conocido como Juvenal, un poeta que evocó una imagen desagradable de la vida en Roma, alrededor del año 100.
Aunque Juvenal se refirió con frecuencia a las fechorías de los ricos, él también era adinerado, Y así lo describen en las ‘Crónicas de Núremberg’.
Juvenal advirtió sobre los riesgos de caminar por las calles de Roma después de que el sol se ocultaba, que era cuando iniciaba lo que llamaban el ‘riesgo de las ventanas abiertas’.
“En el mejor de los casos”, dice Juvenal, “te llovían excrementos humanos almacenados durante el día; y en el peor de los casos, un objeto lanzado desde los pisos superiores te podía romper la cabeza”.
“Piensa en los diversos peligros de la noche. (...), escribió el poeta romano...
“La muerte acechaba frente a cada ventana abierta. De hecho, la noche era tan peligrosa y arriesgada, que merecería ser llamado ‘incauto’ cualquier caballero que se atreviera a cruzar la ciudad para acudir a una cena.
Decía Juvenal: ”Antes de salir de tu casa, para acudir a una cena, harías muy bien en pedirle a los dioses del Cielo que la mayor desgracia que pudieran ocasionarte fuera vaciarte sobre la cabeza una bacinica llena de una pestilente mezcla de orines y excrementos”.
un ambiente amenazante
Juvenal hablaba también del riesgo de toparte con los ricachones que se paseaban vestidos con capas escarlatas y escoltado por comitivas de seguidores parásitos, que te empujaban groseramente a un lado como si fueras basura.
Pero, ¿qué tan precisa era la visión de Juvenal de Roma por la noche?
¿Fue realmente un lugar donde caían cosas que se estrellaban contra tu cabeza, un lugar en el que los ricos y poderosos te tumbaban al suelo y te pasaban por encima y donde (como observa Juvenal en otros pasajes) corrías el riesgo de ser asaltado y robado por grupos de matones y malvivientes?
Probablemente sí.
De todos modos, Roma de noche era un lugar amenazante.
Fuera del espléndido centro cívico, Roma era un laberinto de callejuelas estrechas y malolientes. No había alumbrado público, no había ningún sitio donde tirar los excrementos y ninguna fuerza policial que te protegiera.
La única protección pública que se podía esperar era una fuerza paramilitar de vigilancia nocturna conocida como ‘vigías urbanos’, una de cuyas funciones era dar aviso en caso de incendio, los cuales eran muy frecuentes en los bloques de viviendas construidas de madera, con braseros ardiendo en todas partes.
Cuando Roma ardió, del 18 al 27 de julio del 64 dC, se dice que ‘Nerón subió a lo alto de una torre para disfrutar del espectáculo y cantar acompañado por el sonido de una arpa’, mientras los vigías aprovecharon para saquear todo cuanto pudieron ya que ellos sabían donse se localizaban las grandes riquezas de los ricachones de la ciudad.
Pero los vigías tenían pocas herramientas para lidiar con el fuego, más allá de unas cuantas mantas para sofocar las llamas y hachas para derribar las viviendas vecinas y evitar que el incendio se propagara.
Un debate legal
Con la llegada de la noche, la gente quedaba sin protección.
Si eras víctima de un delito, tenías que defenderte solo, como lo demuestra un caso relatado en un antiguo manual sobre ‘Derecho Romano’.
El caso se refiere a un comerciante que mantenía su negocio abierto por la noche. Un saboteador nocturno le robó la lámpara al tendero, éste lo persiguió y empezaron a pelear.
El ladrón llevaba un arma (un trozo de cuerda con un pedazo de metal en el extremo) y la usó contra el tendero, quien respondió golpeándolo con tal fuerza que le sacó un ojo al ladrón.
El dilema para los abogados romanos fue si el comerciante era responsable por la lesión.
En un debate que hace eco de algunos de nuestros propios dilemas acerca de qué tan lejos puede ir un propietario para defenderse de un ladrón, decidieron que, dado que el ladrón había estado armado con una desagradable pieza de metal y había dado el primer golpe, debía asumir la responsabilidad por la pérdida de su ojo.
La rumba romana
Pero la noche romana no era sólo peligrosa, también era divertida.
Había clubes, tabernas y bares abiertos hasta altas horas de la noche.
Aunque compartieras una estrecha habitación con demasiada gente, si eras hombre, podías escapar por unas horas yendo a beber, apostar y coquetear con las camareras.
Pero la élite romana despreciaba esos lugares, y aunque los juegos de mesa eran una de las diversiones favoritas de la sociedad romana, eso no impedía que las clases altas denunciaran los malos hábitos de los pobres y su adicción a los juegos de azar.
Afortunadamente, existen algunas imágenes de la diversión en los bares romanos. Una pintura en la pared de un bar muestra escenas típicas de la vida nocturna: grupos de hombres sentados alrededor de mesas pidiendo otra ronda de bebidas, mientras coquetean con las camareras y observan los grupos que juegan a las cartas.
¿Y los ricos?
¿Dónde estaban los ricos cuando la agitada vida nocturna de Roma discurría por sus calles y bares?
La mayoría estaba cómodamente reclinada en sus salas o dormida en lujosas habitaciones custodiadas por esclavos y perros guardianes.
Detrás de las puertas, reinaba la paz (¡a menos que hubiera un ataque, por supuesto!), y la dura vida de las calles era apenas audible.
Obviamente, había romanos de la élite para los que la vida de la calle era extremadamente emocionante. Y era ahí exactamente donde querían estar.
Pero si con alguien no querías cruzarte en las calles de Roma en ese entonces era con Nerón.
Las calles de Roma eran donde más fácilmente se podía encontrar al emperador en sus noches libres.
Según nos cuenta su biógrafo Suetonio, Nerón se disfrazaba, visitaba los bares de la ciudad y vagaba por las calles, incluso provocando disturbios con sus compañeros.
Así que, si bien muchos de los residentes más ricos de la ciudad evitaban salir de sus casas después del atardecer, otros lo hacían con su equipo de seguridad privado, vale decir esclavos o un largo séquito de ayudantes, en busca de diversión o pleito.
Y, si se le puede creer a Suetonio, la persona con la que menos querrías encontrarte tarde en la noche en el centro de Roma era con el Emperador.
(Selector de Vanguardia)