Migrante y otros poemas

Vida
/ 9 agosto 2016

    Las invenciones para el orden de los países, que marcan normas para ingresos y salidas, han dado como resultado, entre otras cosas, la aceptación de la ilegalidad de un ser humano, una categoría compleja unida sobre todo a la fuerza laboral. El desprecio al migrante por otro lado, tiene como expresión el miedo a la mezcla; el alejamiento de “la pureza de sangre”, que en el caso de Estados Unidos debe “proteger” la supuesta “supremacía blanca”.

    Antes, la migración de mexicanos a EUA era patrocinada por el gobierno mexicano, bajo el programa Bracero, en él se reclutaba a mexicanos –a veces a la fuerza- para trabajos duros. Pero fue en 1965 cuando esta migración comenzó a ser consideraba ilegal. 

    El fin de semana conocí a un hombre de más de 60 años. Se llama José Luis Carrillo, es un saltillense que a los dieciocho años se fue buscando “un sueño que nunca se cumple”, como dice él. Llegó a ver el poema Migrante, escrito por Donaldo Saucedo, que César Rodríguez escribía en el muro de un puente en el cruce de Periférico Echeverría y Vito Alessio Robles.

    El poema dice así: “Por mucho tiempo no fui de mí, / despertaba con hebras de mar enredadas en el rostro / y dormía con fantasmas de una ciudad  /que nunca llegó.  / Sabrás que ojos multiplicados por miles, / alejaban su paso al mirarme cercano. / ¡Me veía tan lejos de mí! /  Era pluma confundida entre el viento, / atrapada por dedos que me ponían a dormir en una grieta del asfalto. / Cuando preguntaban por mí, respondía: -Me volví migrante en mi propia ciudad / murmullo del tren a media noche / perro callejero que busca recordar cuál fue su hogar.”

    José Luis miraba el muro: “Está muy bonito el poema. Se imagina usted, si uno aquí, estando cerca, se va y sufre, ahora los que vienen desde más abajo. Yo me acuerdo cuando estuve allá. Fueron cinco años. Fui solo y al rato ya en la frontera nos juntamos como treinta personas. Todos juntos cruzamos el río, nos llegaba a la altura del tobillo.

    No es bueno irse. Yo trabajaba tres horas y andabamos de un lugar a otro esperando que nos buscaran para trabajar. Estuve trabajando en la construcción, en muchos oficios. Pero me perdí, todo me lo bebía. Lo bueno es que tuve la fortuna de regresar con vida. Una persona de migración nos agarró y que se portó bien, me devolvió con seguridad. Un amigo mío se quedó y ahora, tantos años después, regresó sin nada. Trabajó y trabajó y está acabado. Nos vamos persiguiendo un sueño pero ese sueño nunca se cumple. Nunca llega”.

    Se despidió diciendo que la vida es un surpiro, es corta y es sagrada. Que no sabemos valorarla. Dice que regresó a trabajar en una fábrica, que ahora ya estaba jubilado y que ahora es velador. Dice que platica con muchos migrantes, porque su trabajo está muy cerca de este muro. Que intenta hablar con ellos y que le duele que se vayan, porque nunca saben dónde acabarán sus vidas allá.

    Este poema en el muro, es parte de los poemas que jóvenes generaron en el taller que impartí, invitada por el Instituto Municipal de Cultura, el cual titulé Tatuajes en el muro y que incluye en su conformación, el trabajo con jóvenes que viven en esta ciudad y que dialogan con temáticas de interés para la ciudad misma. Y posteriormente, se considera el trabajo con artistas urbanos, quienes son los encargados de plasmar los poemas en muros públicos.

    Los poemas seleccionados luego del trabajo en el taller, pertenecen a Christian Treviño, Vanessa López, Cecilia Nava, Sofía López, Diana Tobanche, Raúl y Mayra Medina y Donaldo Saucedo. Los artistas urbanos son Federico Jordán, César Rodríguez, Eduardo Ortiz, Chaz, Natalia Alejandrina Blanco, Esmirna Barrera y Saúl Torres. 
    claudiadesierto@gmail.com

     

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