El eterno atractivo de Puerto Vallarta

Viajes
/ 19 febrero 2025

Para mí, cualquier viaje a Puerto Vallarta tiene su punto de partida en la Zona Romántica, el acertadamente llamado corazón del casco antiguo.

Por: Stuart Emmrich and Jake Naughton

La primera vez que viajé a la ciudad turística mexicana de Puerto Vallarta fue por una película en blanco y negro de hace décadas. En una helada noche de invierno, mientras cambiaba de canal en mi apartamento de Manhattan, me topé con la proyección de La noche de la iguana en Turner Classic Movies.

Esta adaptación de 1964 de la obra de Tennessee Williams, dirigida por John Huston y protagonizada por Richard Burton y Ava Gardner, no era precisamente un clásico del cine. La historia era exagerada; la interpretación, aún más. Pero a medida que se desarrollaba en la pantalla de mi televisor, empecé a prestar menos atención a la trama y más al exuberante paisaje en el que se desarrollaba.

La ciudad costera, situada en el estado mexicano de Jalisco y acunada al oeste por la hermosa Bahía de Banderas y la extensa cordillera de la Sierra Madre al este, fue brevemente un punto turístico importante durante la década de los años 1960 y principios de la de los 1970, ayudado en parte por la multitud hollywoodense que acudió al lugar después de que Huston y otros regresaran y hablaran maravillas de ella a sus amigos. Más tarde, un aeropuerto internacional la hizo más accesible, y el turismo se disparó.

Sin embargo, con el paso de los años, Puerto Vallarta se vio eclipsado por Cancún, Cabo San Lucas, Tulum e incluso Sayulita, un destino de surf a solo unos kilómetros sobre la costa del Pacífico. Aunque innegablemente bellos, con acceso a playas fantásticas, esos lugares me resultaron anodinamente familiares: complejos turísticos en expansión que, en su mayor parte, parecían ofrecer una burbuja fuera del verdadero México. Quería algo un poco menos predecible y, a falta de un término mejor, un poco más “auténtico”.

Además, me intrigaba el papel que Puerto Vallarta desempeñó en el que a menudo se ha llamado el romance del siglo XX: el escandaloso amorío entre Burton y Elizabeth Taylor. Las dos estrellas, que se conocieron en el rodaje de Cleopatra, convirtieron Puerto Vallarta en su escondite romántico en los primeros días de su relación clandestina, cuando ambos aún estaban casados con otras personas.

Más tarde volvieron una y otra vez, sobre todo cuando hubo malas rachas en su propio matrimonio. A Burton, sobre todo, le encantaba. Como escribió en un artículo de viajes para Vogue en 1971: “La calle en la que vivimos es un hechizo inventado por un genio con gusto, infinitamente fascinante, decorada con azules y terracotas, blancos y rojizos resplandecientes, y hay burros cargados y hombres de las colinas que vuelven a casa dormidos en caballos andantes, y yo podría sentarme aquí eternamente mientras alguien me diera de comer de vez en cuando y me sirviera bebida”.

Si era lo bastante bueno para Liz y Dick, para mí también lo era.

‘Sueño con estos tacos’

He vuelto a Puerto Vallarta cinco veces desde aquel viaje inicial en 2022, pero no fue hasta mi tercera visita cuando por fin encontré el camino a Pepe’s. Había comido bien en mis visitas anteriores, desde el tacón de marlín recién asado (una especie de cruza entre un taco de gran tamaño y un burrito) en Tacón de Marlín, que me comí mientras esperaba a que me recogiera mi Uber en el aeropuerto Gustavo Díaz Ordaz, hasta el enorme pedido de un huachinango frito entero que devoré en El Barracuda, desmenuzando su carne blanca y carbonizada mientras el sol se ponía sobre el océano Pacífico.

Sin embargo, varias personas me habían dicho que tenía que hacer el viaje a Pepe’s Tacos, en un barrio llamado 5 de Diciembre, por lo que prometían que eran los mejores tacos de Puerto Vallarta. Cuando mi compañera de viaje y yo bajamos por una polvorienta calle lateral de la concurrida Avenida de México, nos recibió una larga fila que serpenteaba por la acera, y el cavernoso y sencillo restaurante estaba abarrotado. Mientras esperábamos pacientemente, un lugareño que hablaba inglés y que estaba detrás de nosotros nos oyó decir que era la primera vez que íbamos a Pepe’s. “En las noches sueño con estos tacos”, dijo, garantizando que la comida que nos esperaba merecía la espera. Dijo que el restaurante permanecía abierto hasta las 4 a. m. y que él y sus amigos solían terminar allí sus noches.

Minutos después (la fila avanzaba rápidamente), devorábamos dos tacos al pastor —el sabor ahumado del cerdo chamuscado equilibrado por el dulzor de la piña a la parrilla— y una tarrina compartida de queso fundido pegajoso con chorizo desmenuzado, junto con dos botellas de cerveza Pacífico helada (la cuenta total: menos de 300 pesos, unos 15 dólares). No creo que habláramos ni una palabra en los minutos siguientes, ya que la idea de cualquier conversación se sacrificó rápidamente en favor de la comida que teníamos delante.

Margaritas y ver a la gente

Cuando volví a Puerto Vallarta en los dos últimos años, empecé a darme cuenta de que la ciudad no ha sido totalmente inmune al tipo de “resortización” que se ha extendido entre las demás ciudades costeras de México. Pero esos hoteles de cadenas de alta gama se encuentran sobre todo al norte de la ciudad, en las comunidades costeras de Nayarit y Punta Mita. La ciudad también acoge cruceros, y los turistas de un día inundan las numerosas tiendas turísticas que venden de todo, desde tequila hasta joyas de plata. También alberga una gran población de jubilados extranjeros, que han llegado atraídos por el clima templado, el costo de la vida relativamente barato y la omnipresencia de comerciantes y taxistas que hablan inglés. La ciudad es también un importante destino invernal para los viajeros LGBTQ, una especie de Provincetown del sur, con decenas de bares gays céntricos que hacen un gran negocio durante la temporada alta (aproximadamente de finales de diciembre a principios de mayo).

Pero todos parecen haber sido absorbidos casi a la perfección por este balneario a la orilla del mar, un lugar donde grandes familias se reúnen en la acera para cenar, a menudo en parrillas de llama abierta, y donde casi todo el mundo, vecinos y turistas por igual, parece pasar parte del día nadando en las vigorizantes aguas de la Bahía de Banderas.

Para mí, cualquier viaje a Puerto Vallarta tiene su punto de partida en la Zona Romántica, el acertadamente llamado corazón del casco antiguo, que, a pesar de la cacofonía de distintos idiomas en las concurridas calles y de los omnipresentes vendedores ambulantes que venden de todo, desde pañuelos de colores hasta brochetas de camarones a la plancha, da la sensación de haberte transportado inmediatamente al pasado. Gira a la izquierda o a la derecha al azar por una de las muchas calles estrechas y empedradas, y pronto te encontrarás con una ciudad muy parecida a la que encantó por primera vez a Burton y Taylor.

Además, tras investigar un poco, descubrí que una casa que Burton compró a finales de la década de 1970 como regalo para su tercera esposa, Suzy Miller, se había ampliado desde entonces y convertido en un hotel llamado Hacienda San Ángel. Una villa de varios niveles bellamente restaurada en las colinas que dominan el casco antiguo, con aproximadamente una decena de suites, tres piscinas, un magnífico restaurante en la azotea y unos jardines exuberantes y meticulosamente cuidados, serviría de base para mi primer viaje, y sería un lugar al que volvería en visitas posteriores, incluso cuando empecé a alquilar Airbnbs para estancias más largas.

Aunque la mayoría de los turistas acuden al Malecón, un paseo marítimo, a mí me gusta empezar cualquier viaje a Puerto Vallarta con un paseo por la arteria urbana Basilio Badillo, y tal vez entrar en la Panadería de Eulo, donde el aroma de las tartas y pasteles recién horneados es siempre irresistible, y luego tomar un margarita de mango helado en Blondie’s, donde los taburetes de la acera son el lugar perfecto para contemplar la escena circundante.

Cuando llegue el momento de ver la puesta de sol, lo mejor que puedes hacer es reservar una mesa frente a la playa en El Dorado, donde un plato de ceviche de huachinango y la pesca del día a la parrilla de mezquite son el acompañamiento perfecto para el ardiente sol anaranjado y el breve espectáculo de fuegos artificiales que suele seguirle.

Un último desvío

El pasado marzo, en mi última noche de estancia de ese mes en Puerto Vallarta, fui a un cabaret en Basilio Badillo para ver a una cantante interpretar una recreación sorprendentemente excelente del álbum Canciones de Mi Padre de Linda Ronstadt. (Decidí saltarme los espectáculos en los que actuaban “Tina Turner” y “Bette Midler”). Luego fui a algunos de los concurridos clubes de la Zona Romántica, me bebí una botella de cerveza Pacífico en cada uno de ellos, esquivando a la multitud de juerguistas de la acera antes de pedir un taxi hacia la 1 a. m. y darle al conductor la dirección de mi alojamiento.

Pero cuando nos dirigíamos a casa, tuve un antojo repentino.

“Señor”, dije, inclinándome sobre el asiento delantero, “Pepe’s, por favor”.

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