Cuentos de cazadores
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En diciembre de 1776 llegó a México don Teodoro de Croix, encargado del Gobierno y Comandancia General de las Provincias Internas en la Nueva España.
Largo viaje emprendió aquel caballero para conocer las grandes extensiones que le habían sido encomendadas. Trajo como su cronista y capellán al franciscano Juan Agustín de Morfi, que muy bien cumplió su misión, pues no solo llevó un diario del prolongado recorrido por el norte de México, sino hasta tres, en los que anotó prolijamente todas las incidencias de aquel viaje, matizando su narración con muy sabrosos comentarios, a veces de tono poco franciscano.
El “Diario y Derrotero” es uno de los ricos libros que salieron de las notas que cada día tomaba el padre Morfi para dejar cumplida relación de lo acaecido en la travesía. Ahí nos dice que el caballero de Croix era, lo mismo que el hidalgo de la Mancha, “gran madrugador y amigo de la caza”. Detenida cuenta nos da el buen franciscano de las hazañas cinegéticas y de los afanes de tirador del caballero. Así por ejemplo, en la anotación correspondiente a diciembre primero de 1777, fechada en la Hacienda de Mesillas, en tierra que hoy es de Coahuila, pone el padre Morfi:
“Sale al amanecer su Señoría con Auguier a cazar... su Señoría mató una liebre que tenía unos gusanos”.
Y eso no fue nada en cuanto a apuros de caza y tiro se refiere. Mayores los pasó el caballero de Croix para justificar su fama de buen tirador. Muy bueno debe haberlo sido, dueño de puntería excelente y gran concentración.
Sobre todo en eso de la concentración el caballero no debe haber tenido rival, pues nada era suficiente para distraerlo en el momento de tomar la puntería y disparar. Leamos lo que en Monclova apuntó el padre Morfi con fecha 8 de diciembre de 1877:
“...Por la tarde se tiró al blanco; su Señoría y asesor acertaron; Martínez, Díaz y Duparquet no. A este se le fue un pedo mientras apuntaba su Señoría...”.
Chocará a algunos la palabreja (no me refiero, claro, a “Duparquet”), pues no estamos acostumbrados a mirarla puesta en letras de molde. En su lugar usamos eufemismos como “un aire”, “un pun”, o cultismos como “ventosidad”, “cuesco”, “flatulencia” o “gases”. Pero el buen franciscano escribió “pedo”, y así transcribo yo, pues en aras de la verdad se debe sacrificar cualquier tiquismiquis de purista y todo convencionalismo social. Por eso dejo así esa palabra, aunque sea malsonante —¡y vaya que lo es!—, para poner de relieve, como digna de ser eternizada en bronce eterno o mármol duradero, la notabilísima capacidad de concentración del caballero de Croix, pues con el elemento distractor que hubo de afrontar él cualquier otro tirador habría fallado lamentablemente el tiro.