Juan Rulfo de Sayula a cien años de su nacimiento

Vida
/ 16 mayo 2017

“Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no lo queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al río. Del río para allá, por las vegas, donde están esos árboles llamados casuarinas y las paraneras y la tierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama Llano.

Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:

-No se vayan a asustar por tener tanto terreno para ustedes solos.

-Es que el llano, señor delegado…

-Son miles y miles de yuntas.

-Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.

-¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto allí llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.

– Pero, señor delegado, la tierra está deslavada, dura. No creemos que el arado se entierre en esa como cantera que es la tierra del Llano. Habría que hacer agujeros con el azadón para sembrar la semilla y ni aun así es positivo que nazca nada; ni maíz ni nada nacerá.

– Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora váyanse. Es al latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la tierra.”

Nos han dado la tierra. Fragmento. Juan Rulfo
 
Una de las miradas literarias sobre el mundo de mayor grandeza en el siglo XX, fue la de Juan Rulfo, huérfano de padre y luego de madre a una tierna edad. Nacido en Sayula, Jalisco, creció con su abuela y luego en un orfanatorio. Oyente en el Colegio de San Ildefonso, ahora sería quemado vivo por algunos puristas, si supieran que trabajó en la Secretaría de Gobernación, realizando comisiones que le permitieron viajar y por supuesto, escribir y conocer a fondo el campo mexicano que tan bien retrató. Fue editor, guionista y también agente viajero para una compañía de neumáticos, trabajo gracias al que tomó parte de las excelsas fotografías que también lo han inmortalizado.

Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Premio Príncipe de Asturias, entre otras distinciones, tuvo entre sus influencias al islandés Halldór Kiljan Laxness, Premio Nobel de Literatura.

Autor de en los cuentos publicados El llano en llamas, y de las novelas Pedro Páramo y El gallo de oro, Juan Rulfo sigue siendo referencia, sujeto de estudio que aumenta adeptos. Aquí, a cien años de su nacimiento, va un fragmento de su narrativa menos famosa, El gallo de oro, que Rulfo, con esa mirada del arte de mayor vitalidad, refleja su tiempo y escribe, permitiendo que ese testimonio y esas vidas no sean borrados:
 
“Árbol Grande no quedaba lejos, así que llegó a hora temprana del día siguiente. Indagó por puestos y cantinas, hasta que los versos de una canción y un montón de gente agrupada a las puertas de una tienda, lo llevaron derechito a donde ella se encontraba. A su lado, vestida al igual que su madre, estaba su hija.
Dionisio esperó a que ella terminara de cantar y que la gente desalojara el estrecho local para acercarse. Allí mismo hablaron.

—Ya sabes que nací para andar de andariega. Y sólo me apaciguaré el día que me echen tierra encima.
—Creí que ahora que tenías una hija, pensabas darle otra crianza.

—Al contrario, quisiera que agarrara mi destino, para que no tenga que rendirle a nadie... ¡Qué poco me conoces, Dionisio Pinzón! Y ya te digo, mientras me sobren fuerzas para moverme, no me resignaré a que me encierren.

—Es tu última palabra.

—Es la de siempre.”

El mejor antídoto contra las campañas electoreras que estamos viviendo en las que se prodigan compromisos y promesas truculentas, es leer a Rulfo.

claudiadesierto@gmail.com

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