El oficio perdido del fotógrafo ambulante

Coahuila
/ 21 agosto 2022

Víctimas del progreso, estos artistas de la lente vivieron su auge en la primera mitad del siglo pasado, su declive inició con las Polaroid que tomaban fotos instantáneas, hoy su legado es pura nostalgia

Esta noble y humilde manera de ganarse la vida, fue conocida también como: fotógrafos de agüita, minuteros, del caballito o simplemente de la plaza.

En casi todas las ciudades del mundo existió este singular personaje. En nuestro país la actividad de tomar fotografías al aire libre, revelar las impresiones en blanco y negro y entregar los trabajos en pocos minutos, es ya una práctica tristemente extinta del paisaje urbano.

En nuestra ciudad existieron varios de estos artistas de la calle, desafortunadamente el tiempo los ha borrado, las nuevas tecnologías se encargaron de barrerlos y sepultarlos bajo la alfombra del implacable tiempo.

El irrepetible sentimiento de ser por un momento un jinete urbano, al montarse en un caballo de madera, ataviado con sombrero de charro, sobre el hombro un colorido sarape, y pistola en mano, es cosa de tiempos pasados.

QUIÉNES ERAN

Hace poco conocí a uno de los hijos de don Rafael Martínez Ramírez, fotógrafo ambulante de la ciudad. Afortunadamente pude recabar cierta de la poca información que hay sobre estos personajes urbanos.

Rafael Martínez nació en Saltillo en 1924, hijo del fotógrafo Pedro Martínez y Martínez y doña María Genoveva Márquez, tres de los ocho hijos de este matrimonio, Rafael, Vicente y Cristóbal, siguieron los pasos de su padre y abuelo. Se dedicaron a la fotografía ambulante.

Los Martinez trabajaron desde finales de la década de los treinta hasta finales de los años ochenta. Los lugares de trabajo fueron: la Plaza Acuña, frente al teatro García Carrillo, el punto para la toma de fotografías variaba, debido a la posición del sol, pero siempre muy cerca del monumento del poeta Manual Acuña. Otro clásico escenario fue la Alameda Zaragoza, a un costado de la estatua del General Ignacio Zaragoza.

EL RETO DE UN DÍA CUALQUIERA

Desde su domicilio en la colonia González, la faena empezaba con empujar y tirar la plataforma con ruedas de los caballos de madera, uno grande y otro pequeño que se utilizaba para los niños.

Había que cargar la indumentaria que era variada y abundante: sarapes, sombreros de charro, faldas de china poblana, pistolas, telones pintados.

Además, llevar el voluminoso equipo, cámara, tripié, productos químicos y una cubeta para el agua donde enjuagaban las fotografías. De ahí nace el nombre, fotógrafos de agüita.

LA NECESIDAD OBLIGA

Para ser un fotógrafo ambulante, la primera tarea era adaptar una vieja cámara de fuelle y

montarla al frente de un cajón de madera, el interior de la caja hacía las veces de cuarto oscuro. Al tacto se necesitaba distinguir las bandejas con los químicos para revelar y fijar las fotografías en blanco y negro. La parte trasera del cajón era provista con un paño negro, esto para poder enfocar, ya que se trabajaba a la luz del día.

A MANERA DE CATÁLOGO

En ambos costados de la cámara sobresalía gran variedad de fotografías: viejos, jóvenes y niños montados a caballo, parejas de enamorados, hasta fotos tamaño credencial. Sin duda estas imágenes ayudaban a atraer clientes.

Recuerdo cuando era niño, al salir de la escuela Anexa, camino a casa, pasaba por la estatua del general Zaragoza, de pronto me invadía una agradable sensación de curiosidad, sin pensarlo, me acercaba a mirar las fotografías que había en la vieja cámara. Me resultaba altamente gratificante ver esos rostros de gente con risas forzadas, otras tímidas, pero la mayoría feliz.

EL ARTESANAL PROCESO

Se tomaba la foto, se obtenía un negativo en papel, posteriormente se revelaba dentro del cajón, se llevaba del revelador al fijador, se sacaba el negativo sobre papel, se lavaba y enjuagaba en la cubeta de agua que se encontraba en el piso, luego se procedía a tomar la foto del negativo para así poder obtener el positivo, se repetía el proceso, en menos de cinco minutos las personas recibían su fotografía.

LA DESAPARICIÓN

El 2 de enero de 1983, Rafael Martinez murió de un infarto a los 59 años. Uno de sus hijos continuó la extenuante labor. El romántico y laborioso procedimiento era cada vez más caro, después con el propósito de continuar la tradición, fue sustituido por la cámara Polaroid, fotografías instantáneas, al poco tiempo la actividad de los fotógrafos de la calle desapareció.

RECONOCIMIENTO

Sirvan estas líneas como pequeño homenaje para aquellos hombres que dejaron para la posteridad los recuerdos de un placentero paseo dominical, el júbilo de montar un penco por primera vez, aunque fuera de madera y el grato momento de estar al lado de un ser querido.

Las artesanales fotografías nos sobrevivirán y quedarán como testigo de esos momentos de felicidad de cientos de familias.

saltillo1900@gmail.com

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