Los dos pueblos que formaron Saltillo
Esta no es una historia de héroes y villanos. Aunque los protagonistas sí son pueblos enemigos en donde terminaron involucrados indígenas, franciscanos, españoles. El campo de batalla es un zona verde cuyo tesoro es un salto de agua con la promesa de vida y prosperidad. Un lugar que siglos más tarde, se convertiría en Saltillo, la capital de Coahuila.
El valle amurallado por la Sierra de Zapalinamé se mantuvo virgen hasta que los indios huachichiles y rayados se asentaron aquí. Y así, las primeras generaciones echaron raíces tan profundas que permanecerán por siglos.
Cómo no hacerlo, si la naturaleza les dispuso con manantiales, ciénegas y lagunillas temporales. Y además los rodeó con nopales y mezquites. Puso, escondidos en este paisaje, víboras, venados y perritos llaneros.
No sorprende, por lo anterior, que estos pueblos fueran celosos de su territorio. Eran custodios permanentes y expertos para emboscar a invasores: soldados listos para la guerra.
Pero durante el siglo XVI, frente a la avanzada europea, tuvieron que poner a prueba esa fuerza indomable.
Marchando con amenaza de asedio, un ejército se aproximó a sus tierras. Y rendirse no era opción. Porque luchar no era solo por la muerte, sino por la manera de seguir viviendo, la resistencia ideológica, la oposición a que les impusieran costumbres. No doblarían las rodillas por eso, no frente al cristianismo.
Los invasores eran españoles. Y a pesar del enojo de los indígenas, de las luchas entre ambos bandos, Alberto del Canto fundó la Villa de Santiago de Saltillo en 1577. Ese pueblo se estableció al oriente de la zona centro del Saltillo actual, subiendo la calle Allende, al costado izquierdo, por la calle de Hidalgo.
Con todo y los europeos ya instalados, los indígenas se encargaron de que su estancia no fuera placentera.
No hubo tambores de guerra, no hubo himnos militares. Pero el fuego. Los gritos. La muerte. Los huachichiles incendiaron la primera misión franciscana y otras edificaciones nuevas en la villa. Y después de atacar, corrían a esconderse en la sierra para que no los alcanzaran.
Por su parte, creyéndose mayormente civilizados, los españoles quisieron “instruirlos” para quitarles lo “salvaje”. Sus contrincantes, por supuesto, los indios se defendieron. Y corrió la sangre. Los gritos estallaron nuevamente. Cada quién en nombre de sus dioses. ¿Quién hacía lo correcto?
La furia de los nativos llegó al punto en que los españoles pidieron auxilio al entonces virrey de la Nueva España, Luis de Velasco. Le dijeron que, por los ataques, querían abandonar las tierras.
Pero la retirada no estuvo a discusión. La respuesta fue que se enviaría a indígenas tlaxcaltecas provenientes del sur para repoblar los alrededores de la Villa de Santiago, esperando que fuera una solución de... paz.
Pero, ¿por qué los tlaxcaltecas le harían el favor a los españoles? La respuesta es un dicho popular: si no puedes contra el enemigo, únetele.
A diferencia de los huachichiles o los rayados, quienes se resistieron a la conquista, los tlaxcaltecas no pudieron hacerle frente al ejército español y fueron colonizados. No tuvieron opción, y migraron al norte.
La fundación de un pueblo nuevo
Aprovechando el viaje, antes de arribar a las cercanías de la Villa de Santiago, los tlaxcaltecas también repoblaron partes de lo que hoy es Zacatecas, Querétaro, Durango y San Luis Potosí.
La caravana de indígenas llegó a pie y en carretones jalados por caballos y bueyes hasta la Villa de Santiago en el segundo semestre de 1591. Quizá una de las imágenes que mejor demuestran el mestizaje de las culturas.
Francisco de Urdiñola, como gobernador y capitán general de la Nueva Vizcaya -que era Chihuahua, Sinaloa, Durango y una pequeña parte de Coahuila- recibió, mostró y entregó las tierras a quienes serían sus nuevos vecinos.
Y para un acto protocolario de este tipo, como ocurre hasta hoy con los funcionarios, al mediodía del 13 de septiembre de 1591, Urdiñola paseó por los terrenos rodeado de gente.
Lo acompañaron personajes de la Villa de Santiago de Saltillo: Cristóbal Pérez, teniente de alcalde mayor, Diego de Monte y Juan Navarro, alcaldes ordinarios, Alberto del Canto, regidor y Diego Rodríguez, procurador.
Junto con los tlaxcaltecas llegaron religiosos franciscanos, con sus hábitos marrones de los que colgaban rosarios y cubiertos. Estaban cubiertos hasta la cabeza con una capucha y su misión, más civil que religiosa, era calmar los ánimos “instruyendo” a los bravos del lugar.
A cambio, los religiosos también recibieron tierras. Urdiñola les indicó el sitio para la iglesia, casas y conventos. Además precisó dónde quedarían la plaza, el tianguis, la cárcel y el hospital. Tomó de la mano al padre Fray Juan Terrones y al Fray Cristobal de Espinoza y oficializó la repartición.
En señal de posesión, los franciscanos cavaron tierra, tocaron campañas y firmaron documentos con sus nombres.
Luego, Urdiñola les presentó a los tlaxcaltecas sus tierras, les mostró la parte poniente del actual centro de Saltillo, lo que sería hoy la calle Victoria.
Al ver los terrenos y todas sus virtudes, principalmente el agua, Don Buenaventura de Paz y Don Joaquín de Velazco, los líderes de los indios tlaxcaltecas, se mostraron cómodos con el espacio. Plasmaron un par de “garabatos” que sirvieron como firmas y recibieron la “herencia” española.
En medio de la conquista española, este regalo territorial tuvo sabor a triunfo. En total se repartieron sitios de casa y huertas a 70 indios tlaxcaltecos casados y a 16 indios solteros.
Así quedaron delimitados los dos pueblos. Al oriente la Villa de Santiago de Saltillo, con 14 años de haber sido fundada. Al poniente, San Esteban de la Nueva Tlaxcala, el pueblo nuevo.
En la actualidad, colonias como Guayulera y Panteones habrían quedado del lado tlaxcalteca; otras como Topochico y Zapalinamé estarían en la villa española. La frontera entre ambos poblados era el arroyo “El Saltío” que bajaba desde el Ojo de Agua hasta lo que hoy conocemos como la calle de Allende.
Si hoy siguiera la división, ¿con qué bando te hubiera tocado vivir?
Los detalles de la fundación de San Esteban de la Nueva Tlaxcala fueron escritos en un documento que está resguardado, en original, en el Archivo Municipal de Saltillo (AMS).
Contrario a eso, se desconoce el paradero del acta de la fundación de la Villa de Santiago de Saltillo. Pudo incendiarse en alguno de los altercados con los huachichiles, quizá un día alguien lo encuentre en un lugar inesperado, o tal vez está en los acervos del AMS y aún no ha sido clasificado aún. Todas las teorías son probables incluso 444 años después.
Problema tras problema
Pero retomemos la historia. Los años siguientes los tlaxcaltecas se establecieron en la región. De a poco los huachichiles se replegaron hacia el Cerro del Pueblo, después de ser afectados por el sarampión.
Esto fue lo suficientemente fatal como para que en 1690 ya solo hubiera cinco huachichiles. ¡CINCO!
Pero mientras se solucionaba el tema de los primeros aborígenes, los problemas empezaban entre tlaxcaltecas y españoles.
En 1603, Fray Pedro de los Santos, cura doctrinero de San Esteban, contó mediante una carta a sus superiores que los españoles daban malos tratos a los tlaxcaltecas. ¿Dónde había quedado la armonía del primer día?
Hasta las bancas en las iglesias eran motivo de conflicto. Como no se ponían de acuerdo para ocupar los lugares en los centros religiosos, el mismo virrey de la Nueva España ordenó que tanto el cabildo de la villa como el de San Esteban, tuvieran ciertas horas y lugares específicos para acudir a los templos.
Pero ninguno de los lados se respetaba, y ocupaban los lugares del otro en una muestra de rebeldía.
Los límites territoriales también fueron un problema. Varias ocasiones los españoles se quejaron de que los tlaxcaltecas “los asfixiaban”. La expresión se refería a que los indígenas se echaron demasiado cerca de la Villa de Santiago, colindando tan pegados a sus construcciones que se sentían “rodeados”.
Espíritu mestizo
Sangre. Conflicto. Acuerdos. Tlaxcaltecas y españoles convivieron como poblados vecinos durante 243 años.
Luego de la Independencia de México, en 1827 San Esteban de la Nueva Tlaxcala pasó a llamarse Villalongín; la Villa de Santiago de Saltillo fue nombrada Ciudad Leona Vicario. Todavía eran entidades diferentes.
A pesar del desacuerdo de los habitantes de Villalongín, por los ajustes políticos que entonces ocurrían en México, en 1834 se dio la anexión de Villalongín a Leona Vicario mediante el Decreto 262 del Libro de Actas del Primer Congreso Constituyente de Coahuila y Texas. Se volvieron un solo pueblo.
Así es realmente como nació Saltillo.
Si hubo buenos o malos en la historia, la respuesta cae en debate. Lo cierto es que de una u otra manera, estos dos pueblos convergieron en una sola identidad. La de los tacos rojos, la de los saraperos, la de... en fin, la capital de Saltillo.
*Con información del Archivo Municipal de Saltillo, Carlos Recio, Rodolfo Esparza Cárdenas, María Elena Santoscoy.
LOS DATOS
-430 años han pasado desde la fundación del pueblo de San Esteban la Nueva Tlaxcala.
-Gaspar Duarte fue un escribano que redactó los detalles de la fundación del pueblo tlaxcalteca.
-El documento original de la fundación de San Esteban de la Nueva Tlaxcala está en el Archivo Municipal de Saltillo.
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