Sin WhatsApp, en Saltillo las parejas usaban caracoles en las ventanas

Enviar un mensaje ‘secreto’ tan solo acomodando un caracol en la ventana, ¿romanticismo o practicidad?

Saltillo
/ 9 julio 2022
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¿Y el anillo para cuándo? Margarita de León llevaba cinco años con su novio, Pedro Rodríguez. Aunque todo parecía ir bien en la relación, un malentendido que involucró a un tercero, dio pie a la separación.

Ese tercero fue don Baldomero, un visitante de procedencia desconocida que estaría en Saltillo por ocho días, pero se enamoró y se quedó. Así lo cuenta Miguel Alessio Robles en su libro: “Perfiles del Saltillo”, en 1937.

Pero no mal pensemos, esta no es una historia sobre infidelidades. Don Baldomero no se enamoró de Margarita, sino de una ciudad con tradiciones, personajes e historias insólitas.

A él le gustaba recorrer las calles del centro durante horas, mirar las casas y sus adornos. De manera particular le llamaban la atención los caracoles colocados en las ventanas.

-¡Qué manía de estas gentes del Saltillo! No colocar los caracoles de tal manera que puedan lucir el delicado tinte rosado de sus conchas.

Para don Baldomero ese era un problema. Pero lo podía resolver. O eso creía.

Metía sus manos entre las rejas de hierro, semejantes a las de las cárceles, y se entretenía acomodando los caracoles colocados en el alféizar (nombre que se le da a la parte baja de la ventana).

Aquellas ventanas de vidrio y madera, pesadas, apenas permitían pasar la mano. Por eso llegaron a recibir el nombre de “ventanas de maridos celosos”.

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Una de las tantas veces que don Baldomero modificó el acomodo de los caracoles, con ello también cambió el significado de un mensaje que Margarita dejó para Pedro.

Fue pura ignorancia. Don Baldomero desconocía el lenguaje especial y a la vez secreto, que las novias usaban a través del acomodo de los caracoles para dejar recados a su novio.

Cuando el novio pasaba frente a la casa, sabía si debía acudir o no a la cita para charlar. Si ese día ella saldría o no, si iría a un baile o si estaba contenta o enojada.

Si hemos de creer lo que se ha contado por generaciones, debemos saber que si el caracol estaba boca arriba, significaba: “Hoy no puedo”; boca abajo quería decir: “Nos vemos al rato”.

La punta del caracol indicaba la hora para reunirse, según la posición acorde a las manecillas del reloj.

Otra forma de definir la hora, era que la punta del caracol señalara a la protección de hierro, contando los barrotes de izquierda a derecha. Es decir, si la punta indicaba el sexto barrote, a las 18:00 horas es cuando debía llegar el novio.

Cuando Pedro vio el caracol que poco antes había cambiado don Baldomero, leyó que Margarita no quería verlo esa noche en la reja de la ventana.

La pareja tenía la costumbre de reunirse después de la cena y hasta las 23:00 horas. Pedro no acudió, a pesar de su dolor, su pena y hasta su duda de por qué el rechazo.

Al día siguiente, una confrontación acompañada de un ultimátum por parte de Margarita.

-Yo no tuve la culpa. Pero ya que se presenta la oportunidad, es indispensable que te diga que hace cinco años platicamos noche tras noche en esta misma ventana y tú no das pasos formales. Te doy de plazo hasta el día último del año para realizar nuestro matrimonio.

En pocas palabras, lo que Margarita quiso decir fue: ¿y el anillo para cuándo?

La pareja siguió viéndose en la reja de la ventana. En la última noche del año, todo fue igual. Pedro no dijo nada sobre matrimonio y eso no era lo que Margarita quería.

-Todo ha terminado entre nosotros, pues ya no puedo seguir perdiendo mi tiempo.

Cerró la ventana y eso fue todo con Pedro.

Tres meses después, a Margarita la pretendió el general Miguel Álvarez. Seguro él tenía el anillo que la joven tanto anhelaba, pues al poco tiempo, aunque no se especifica cuánto, se casaron.

Y sobre don Baldomero, estuvo un rato sin saber lo que significaban aquellos caracoles. Hasta que una tarde, sentado en Plaza de Armas, como tema casual un conocido suyo llamado Pepe Salas, platicó sobre los caracoles en las ventanas.

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Don Baldomero entendió y no le quedó más que sonrojarse de vergüenza. Y claro, dejó de mover los caracoles.

*Con información de Miguel Alessio Robles, Fanny Chambers y Archivo Municipal de Saltillo.

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