El parque más triste del mundo está en Saltillo
Acérquense. Tengo una historia que contarles. Si ya me olvidaron, si no quieren visitarme, a lo mejor ni me conocen, pero al menos quiero que sepan por qué estoy así.
Esta es una historia que va del éxito a la ruina y luego al éxito y luego a la ruina y... otra vez. Se trata de mi pasado glorioso, mi hoy en el desamparo y mi futuro incierto.
Antes de que me nombraran Parque Deportivo Venustiano Carranza, fui una fundidora. Y no cualquiera, una de renombre estatal. Tan importante que una fotografía de mis instalaciones se imprimió en un billete emitido por el Banco Coahuila allá por 1914.
Entonces mis terrenos, de unas 13 hectáreas, abarcan la manzana desde la Calzada Antonio Narro hasta la calle de Álvaro Obregón. Quizá me ubican por estar cerca de las curvas de la colonia Landín, en lo más al sur de la ciudad.
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Te decía que en esa época, nada de parque. Era una fundidora que recibía minerales y carbón provenientes de Zacatecas. Específicamente de Mazapil, por lo que mi nombre era Mazacopac: Mazapil Copper Company (MACOCOZAC).
Pero ante un país en crecimiento me rebasaron otras fábricas que se dedicaban a lo mismo. Dejé de funcionar como fundidora en la década de los 40’s y tres décadas después me donaron al Gobierno del Estado.
El Banco Coahuila dejó de existir en 1980, cuando se fusionó con otra institución financiera para tratar de sobrevivir. Aunque igual no lo consiguió.
A este paso, quizá ese también sea mi destino. No me gusta pensar en eso, aunque mi condición actual me lo recuerda a diario.
Me remodelaron entre 1987 y 1993. Bendita fue la llegada de ese recurso del programa federal “Solidaridad”.
Pasé de ser una antigua fundidora a un parque público. Creí que el abandono ya no me alcanzaría. Y qué equivocado estaba.
Al año siguiente pasé a formar parte del patrimonio del recién creado Instituto Estatal del Deporte de Coahuila (Inedec). Quién diría que aquel rescate vendría a ser mi perdición. Eso te lo contaré más adelante.
Claro que tuve momentos de alegría. Como de 1994 a 1999, cuando fui sede del Deporte Federado. Las asociaciones ocupaban mis edificios, tenía una Villa Olímpica y albergaba al Colegio de Bachilleres de Coahuila.
Aquellas que fueron oficinas de mi fundidora, ya eran dormitorios para atletas de alto rendimiento. Desde 2002 hasta 2008 cobijé y protegí sus sueños.
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¿Pero quién velaba por los míos?
Luego se fueron, hoy la Villa Olímpica está atrás del Estadio Olímpico. Ese es otro amigo mío al que lo ha desgarrado el tiempo, literalmente. Al menos así lo deja ver su pista de tartán maltrecha.
Aunque bueno, quién soy yo para señalar a otros sin antes morderme la lengua. Mejor regresemos a lo mío.
En abril del 2009 me convertí en las oficinas centrales del Inedec. No fue porque quisieran venir a mí, tuvieron que desocupar una vieja casona en el Parque Ecológico “El Paraíso”, en la colonia La Aurora.
Eso sí, en la primavera del 2011 me dieron un regalo. Una gran cantidad de pasto natural que quitaron del Estadio Francisco I. Madero tras el bicampeonato de Saraperos.
Esa vez también me construyeron una réplica a escala de un diamante de beisbol para conmemorar la hazaña del dos veces campeón.
También me agrada recordar mis años mozos. Jardines verdes, bancas impecables, asadores y palapas para una carnita asada. Canchas para todos los gustos, tenis, futbol, basquetbol...
Hoy, me da pena que me vean. Más que se sepa la razón por la que nadie me da una “manita de gato”. Falta dinero y nadie sabe dónde está. O al menos eso dicen.
Actualmente, el Inedec, aquella instancia que un día me dio esperanza y quien aún me administra, está envuelta en una demanda federal por malversación de recursos.
Ante la Secretaría de la Función Pública (SFP), la asociación civil Iniciativa Sinaloa interpuso una denuncia en contra de quien resulte responsable por probable daño al erario público durante la administración del 2016 al 2019.
Una investigación periodística publicada en 2021, explica que no se pudieron comprobar 73 millones 509 mil 710 pesos con 91 centavos, del presupuesto ejercido en el Inedec.
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Ese dinero, se pudo haber usado en ponernos “chulos” al Estadio Olímpico y a mí. Hasta el Centro Acuático Coahuila 2000 y la Ciudad Deportiva hubieran alcanzado algo.
No estoy como para invitar a los niños a jugar, ni para una reta de futbol o para una carnita asada, mucho menos para un evento federal. Solo estoy.
Mi futuro es incierto, como ya lo fue una vez. Me visitan solo los que tienen asunto en oficinas, hacen deporte con lo que se puede o me cruzan de lado a lado para llegar de una calle a otra.
Pero al menos siguen hablando de mí. La directora del Inedec, Alina Garza, mantiene la esperanza de un día poder invertirme, así lo ha dicho en entrevistas.
Al menos hay quienes investigan mi pasado, como el autor y promotor deportivo Edgar Puentes. Al menos hay quienes pelean de forma legal porque mi destino no sea una tragedia.
No sé qué llegará primero. Si un rescate, como aquel programa federal, o el adiós definitivo.
Pero no te entristezcas, tampoco te voy a pedir que vengas a verme. ¿Para qué si no tengo mucho qué ofrecerte? Solo quería desahogarme.
*Con información de Edgar Omar Puentes y el Border Hub Center.
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