Messi no sabe quién soy
En los últimos dos años la humanidad ha vivido sucesos históricos que nos atraviesan a todos y dentro del futbol -lo que Jorge Valdano calificó lo más importante de lo menos importante- no ha sido la excepción pues apenas el pasado 18 diciembre pudimos volver a ver frente a nuestras pantallas de televisión cómo se escribió la historia.
Argentina ganó su tercera Copa del Mundo ante Francia en un acto que desató celebraciones -por supuesto en el país sudamericano- a lo largo del mundo. Por muchas razones fuimos muchos los no argentinos que deseamos con todas nuestras fuerzas que Lionel Messi fuera quien levantara el ansiado trofeo dorado.
Yo particularmente vi la final con varios amigos que al igual que yo deseábamos que Argentina se llevara una de las finales deportivas más emocionantes de toda la historia. Fue tanto y tan intenso nuestro deseo que nos encontramos abrazados y llorando cuando Gonzalo Montiel anotó su penalti y le dio el título a la albiceleste. No lo culpo porque es imposible para cualquier persona pero estoy seguro que ni Messi dimensiona haber provocado que cuatro amigos profesionistas mexicanos se juntaron un domingo a las nueve de la mañana en una ciudad industrial del norte de México para verlo a él en su último mundial y celebrar que lo ganó. Justo en el momento no entendí por qué celebré tanto. No fue un llanto descomunal, solo fueron ligeras gotas en los ojos mientras el abrazo era fuerte y largo, aunque insisto, mi sentimiento también era de confusión. Es normal, me parece, uno no sabe siempre por qué siente lo que siente.
Es que además mi llanto y mi emoción se dieron en contra de toda lógica posible. Messi no sabe quién soy, es millonario, no le falta nada, no tiene idea de dónde está Saltillo, en qué trabajo, no sabe que lo sigo desde niño, que es mi ídolo de la infancia, que me sé casi de memoria el cuento “Messi es un perro de Hernán Casciari”, no nació en mi país, no ha jugado en ninguno de los equipos a los que le voy, e incluso él fue parte importante para que México quedara fuera del mundial de Catar. Además estoy casi seguro que por lo bajo y en lo privado nos ve por encima del hombro. Por todo lo anterior escribo con vergüenza que lloré por Messi, pero pasados los días encuentro varias explicaciones.
La primera es que lloré por la justicia. Lloré porque lo justo es que los talentosos y los humildes tengan su recompensa. Ahora que el astro argentino ganó el mundial nos regaló el argumento definitivo para terminar cualquier debate o discusión sobre el mejor futbolista de la historia. Que hubiera ganado todo siendo el más talentoso por lejos y que le quedara pendiente la Copa del Mundo se convirtió en una espina que cada vez se hizo más grande e incómoda para todos los que nos gusta el futbol, pero que por fin nos pudo sacar, nos liberó y ahora podemos descansar.
Si usted que me lee aún no es aficionado a los deportes le invito a pasar al mundo de lo impredecible y a veces lo injusto, porque aún no se controla -del todo- lo que pasa dentro de una cancha y siempre habrá sorpresas alrededor del mundo. A diferencia del resto de cosas que nos entretienen, nada está escrito y por el contrario, la historia se escribe todos los días.
La película de Messi estuvo tan cerca de volver a quedarse en la orilla de perder la Copa del Mundo y que por años tuviéramos que agarrarnos de todas las cosas maravillosas que ha hecho en una cancha de futbol para convencer a nuestros allegados de que es el mejor de la historia pero que para muchos, aún no eran suficientes. Messi también significa que los genios no siempre ganan y que incluso a los mejores, la vida les niega su recompensa, aunque ahora entiendo que lloré porque el guión de la película se escribió con final feliz.