‘La historia es la herramienta con la que se interroga al presente’: José Gabino Castillo y la memoria del noreste

Reconocido con la Medalla al Mérito Histórico “Capitán Alonso de León”, el historiador José Gabino Castillo defiende que la historia debe estar al servicio de la comunidad. Desde la Facultad de Ciencias Sociales de la UAdeC, impulsa una mirada crítica y colectiva del noreste mexicano para entender los procesos que aún hoy nos atraviesan.

24 mayo 2025
‘La historia es la herramienta con la que se interroga al presente’: José Gabino Castillo y la memoria del noreste

A la historia se le suele pedir que recuerde el pasado, pero el doctor José Gabino Castillo le exige algo más: que interrogue el presente. Recientemente distinguido con la Medalla de Acero al Mérito Histórico “Capitán Alonso de León”, en la categoría nacional, reconoce que este galardón no es un trofeo personal, sino el reflejo de una causa compartida: construir desde el noreste una historia crítica, colectiva y comprometida con la realidad.

Profesor de licenciatura y maestría en la Facultad de Ciencias Sociales de la UAdeC, Castillo ha impulsado la profesionalización de los estudios históricos en Saltillo desde 2017. Su línea de investigación, centrada en la historia de la Iglesia en el noreste, lo ha llevado a revisar los archivos con el mismo ahínco con el que observa la ciudad, la región y sus tensiones actuales.

¿Por qué contar la historia de esta región importa tanto hoy? Porque ayuda a entender quiénes somos, cómo habitamos este territorio, qué nos conecta con nuestros vecinos y qué nos duele en común. La historia no es un lujo académico, insiste: es una necesidad social.

$!Desde la Facultad de Ciencias Sociales, Castillo impulsa una historia crítica que dialogue con la comunidad. “No se trata de imponer relatos, sino de abrir espacios de reflexión”, afirma. Su mirada se enfoca en el noreste como un territorio entrelazado por memorias, conflictos y futuros posibles.
¿Qué representa para usted recibir esta medalla?
Recibir la Medalla “Capitán Alonso de León” es un gran honor, pero no la asumo como un logro individual. La recibo con conciencia de que representa muchas voces y un trabajo profundamente colectivo. Por eso la dedico a mis estudiantes, quienes me han enseñado que la historia no es solo el relato del pasado, sino una herramienta para interrogar el presente, y a mis colegas, especialmente quienes comparten conmigo la pasión por la historia del noreste.
Esta medalla tiene también una carga simbólica muy fuerte porque reconoce la labor que se hace desde la región, que muchas veces no ocupa los titulares, pero que es esencial para entendernos. Y lo más importante: es un recordatorio de que la historia no debe quedarse en los archivos ni encerrada entre especialistas. Debe vincularse con la vida cotidiana, con la comunidad, con los dilemas actuales. En ese sentido, no la veo como un premio, sino como un contrato ético: con la educación, con la sociedad y con nuestro territorio.
Aprovecho para decir que no soy el único de la UAdeC que la ha recibido. En 2023, esta misma medalla fue otorgada a la doctora Cristina Martínez García, también profesora de la Facultad de Ciencias Sociales, por su destacada trayectoria en arqueología e historia regional. Eso habla de que aquí hay una generación comprometida con contar lo que fuimos... para entender mejor lo que somos.
¿Qué lo llevó a investigar la historia de la Iglesia en el noreste?
Fue una mezcla de convicción académica y necesidad institucional. Cuando llegué a Saltillo en 2017, la Facultad acababa de abrir la licenciatura en Historia, y estábamos buscando fundar un posgrado. Se requería consolidar líneas de investigación regionales, así que propuse trabajar algo que en ese momento era casi inexistente: la historia de la Iglesia en el noreste.
Elegí ese enfoque porque el obispado de Linares, que abarcaba lo que hoy son Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas e incluso parte de Texas, fue clave para entender la vida cotidiana, los conflictos, los modos de organización y los procesos de poblamiento. Investigar el Cabildo eclesiástico, por ejemplo, me ha permitido ver cómo se articulaban esos territorios mucho antes de que existieran nuestras fronteras estatales.
La Iglesia fue una institución con un poder enorme, pero también con una presencia muy cercana a las comunidades. A través de sus archivos uno puede reconstruir tensiones sociales, resistencias locales, formas de vida. Por eso siempre digo que no se trata solo de estudiar lo sagrado, sino de comprender las estructuras que han configurado históricamente nuestra región.
La historia no es solo el relato del pasado: es la herramienta con la que se interroga al presente
¿Por qué no se puede estudiar Coahuila sin mirar al noreste en su conjunto?
Porque la historia del noreste no se puede fragmentar. Desde el siglo XVIII, esta región ha estado entrelazada por procesos históricos compartidos: poblamientos, rutas comerciales, relaciones familiares, conflictos con pueblos indígenas, estructuras políticas y eclesiásticas. Pensar solo en Coahuila, sin ver su conexión con Nuevo León, Tamaulipas o incluso Texas, es reducir la complejidad de lo que realmente somos.
Además, muchas formas en que vivimos en el presente, la migración, la economía transfronteriza, incluso el sentimiento de abandono por parte del centro del país, están ancladas en esos procesos. Quien fundó Nuevo León viene de Saltillo; quien puebla Tamaulipas pasó antes por Nuevo León. Son movimientos que conectan comunidades y que todavía hoy tienen efectos.
Por eso también es importante que las academias de historia del noreste trabajemos juntas. No se puede escribir esta historia desde una sola institución. Necesitamos el diálogo constante entre investigadores de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Solo así podremos entendernos como región.
¿Por qué es importante que quienes vivimos en Coahuila conozcamos la historia del noreste?
Porque la historia moldea la forma en que entendemos el lugar que habitamos. En Coahuila hay barrios, costumbres, rutas y hasta tensiones sociales que no pueden explicarse sin mirar hacia atrás. Saber de historia no es solo una cuestión de cultura general: es una herramienta para interpretar lo que vivimos todos los días.
Cuando comprendemos cómo se configuró este territorio, por qué ciertas comunidades fueron desplazadas, cómo se organizaron las tierras, quiénes tomaron las decisiones y desde dónde, empezamos también a entender por qué hay carencias, desigualdades o conflictos que persisten hasta hoy. Y eso nos da una clave: no para quedarnos en la queja, sino para imaginar formas distintas de habitar este presente.
Yo siempre digo que la historia es también una forma de dignidad. Saber de dónde venimos, qué resistimos, qué creamos como región... es parte de reconocernos y valorarnos. No todo mundo va a ser historiador, y no tiene por qué serlo, pero todos tenemos derecho a saber quiénes fuimos para entender mejor quiénes podemos ser.
No todo mundo va a ser historiador, pero todos tenemos derecho a saber quiénes fuimos para entender quiénes podemos ser
¿Qué papel juega la divulgación en esta tarea?
Uno de los grandes retos de la academia es dejar de hablarle solo a sus pares. No sirve de mucho que generemos conocimiento si no lo compartimos con la sociedad. Por eso hemos buscado formas de llevar la historia a otros espacios: organizamos coloquios abiertos al público, subimos contenido a redes, tenemos un programa de radio que se llama Voz de la memoria, y participamos en eventos fuera del aula, como en escuelas o incluso parroquias.
Para mí, hacer divulgación no es un extra: es parte de la responsabilidad que tenemos como profesores en una universidad pública. Vivimos de los impuestos de la gente, así que lo mínimo que podemos hacer es devolver ese conocimiento en forma de herramientas, de preguntas, de reflexión. A veces bastan dos personas sentadas escuchando para saber que el esfuerzo vale la pena.
Además, en tiempos de inteligencia artificial, lo más valioso que podemos ofrecer es pensamiento crítico. La IA puede generar textos, respuestas, simulaciones... pero no puede sustituir el asombro, la duda, la capacidad de conectar el pasado con el presente y con el futuro. Y eso es lo que buscamos fomentar: no solo historiadores, sino personas críticas, sensibles, reflexivas.
El conocimiento no puede quedarse encerrado entre especialistas. Tiene que estar al servicio de todas y todos
¿Qué tipo de historia le gustaría sembrar para las próximas generaciones?
Una historia tejida en comunidad. Una historia que no se encierre en el elitismo académico, sino que baje a las calles, a las aulas, a las casas. Una historia que cuestione, que incomode si es necesario, pero que también acompañe.
Creo que nuestro papel como historiadores es estar donde la historia ha sido silenciada. No para imponer un relato, sino para abrir el diálogo. Para eso estudiamos: para dar contexto, para nombrar lo que no se ha dicho, para imaginar otros futuros posibles. Y si al hacerlo inspiramos aunque sea a una sola persona a mirar el pasado con otros ojos, entonces valió la pena.

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