Jorge Castro, el coach que convirtió al futbol americano de Saltillo en una familia
Apasionado y determinado como pocos, entrenador, padre y mentor, dedicó su vida al emparrillado como jugador y coach. Forjó campeones, inculcó disciplina y creó un legado imborrable en la UAdeC y el Ateneo Fuente. Sus enseñanzas siguen vivas en generaciones de jugadores
El coach Jorge Alonso Castro Medina siempre ha estado en el campo de futbol americano. En cuerpo, en mente, en legado.
Estudió dos carreras para jugar donde quería. Aunque en sus títulos profesionales: Veterinaria y Ciencias Químicas, en su pasión: el emparrillado.
En su ciudad natal, Saltillo, primero formó parte de los Daneses del Ateneo Fuente. Cuando cursó secundaria y preparatoria.
Se volvió fundamental para el cuadro. Campeón en conjunto y de manera individual como máximo anotador del torneo de 1958.
Estudiando y jugando en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), se hizo de la fama de que pararse frente a él e intentar derribarlo, era un verdadero reto.
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Es que sí, nació para jugar. Grande, alto, musculoso. El estereotipo del deportista que requiere una actividad de tal rudeza y exigencia física.
HOGAR EN LA CANCHA
Completo su ciclo como jugador, no pudo separarse del campo de juego. Seguramente nunca tuvo la intención de hacerlo.
A partir de 1970 tomó a los Daneses del Ateneo Fuente. Se convertirían en 34 años ininterrumpidos como entrenador.
Jorge se casó con Emma Marín, conocida con cariño como Cuquita. Tuvieron tres hijas: Deyanira, Alejandra y Emma.
Y entonces, tuvo la fortuna de poder mezclar lo que más amó en la vida: su familia y el futbol americano.
No era solo que después de los juegos o entrenamientos el coach compartiera su día en casa. La familia Castro Marín realmente adoptó un estilo de vida en torno al futbol americano.
Que si partido en Monterrey o Ciudad de México, atrás del camión estudiantil se podía ver el coche que custodiaba al grupo, y en él, viajando Cuquita y sus tres hijas.
Literalmente, vivieron los entrenamientos junto al coach. Deyanira, Alejandra y Emma se volvieron las hijas del equipo. Compañeras y amigas de los jugadores.
Fueron testigos de cómo su papá promovió la fraternidad y de cómo de a poco iban haciéndose de hermanos adoptivos.
DISCIPLINA + CALIDEZ
Jorge era “preocupón”, en el mejor sentido de la palabra. Al llegar un jóven foráneo al equipo, él se hacía cargo.
Que no le faltara nada en la casa de asistencia donde se hospedaba, que estuviera bien alimentado, que sacara buenas calificaciones.
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Era común que de pronto su casa estuviera llena de jóvenes comiendo. Y naturalmente, muchos jugadores lo consideraron como su padre.
Y aunque como coach mantenía el porte de ser duro, disciplinado y con mucha autoridad, en casa sus tres hijas disfrutaron de un personaje apapachador, cariñoso y protector.
Su personalidad le permitió siempre sostener buenas relaciones, diálogos amables y un gran sentido del humor.
Nunca necesitó de palabras altisonantes para dar indicaciones o para llamar la atención. Y siempre se apoyó de un buen chascarrillo para romper la tensión.
A esos momentos sus jugadores les llaman: “las castriñas del coach”. Momentos y frases que ahora son memorias.
-Coach: ¡No, así no! ¡Háganla otra vez!
-Jugador: ¿Igual, coach? ¿La misma jugada?
-Coach: No, igual no. Ahora sí háganla bien.
El coach Castro tenía la filosofía de delegar los triunfos, pero no así las derrotas: “Los juegos los ganan los jugadores y los perdemos los coaches”.
Siempre se preocupó, también, por formar líderes, de darles la confianza para serlo. Su quarterback debía ser sus ojos en el campo, para eso los preparaba, para tomar decisiones.
El coach era fiel a la idea de que la perfección llegaba en base a la repetición. Lo aprendió de Delmiro Bernal, su inspiración y su coach en la capital del país.
SUEÑOS CUMPLIDOS Y SUEÑOS PENDIENTES
No hay historia en el deporte de la UAdeC y el Ateneo Fuente sin Jorge Castro. Repletó las vitrinas de trofeos y campeonatos.
Se ganó el respeto con su trabajo y calidad humana. Y con ello, que el estadio más importante de la Universidad, lleve su nombre. Ubicado en blvd. Nazario Ortiz, en la capital del estado.
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Su mente siempre estuvo en los campeonatos. Y así lo planeó hasta que un infarto fulminante sentenció su cuarta oportunidad en el juego. Ya no pudo recorrer más yardas.
Cuando murió, el 19 de febrero del 2004, todavía era entrenador de los Daneses, en los días siguientes seguía teniendo compromisos de juego.
Era de esperar que sus máximos anhelos siempre estuvieran relacionados al futbol americano. Tuvo la dicha de asistir a un duelo profesional, en Houston, para ver a los Petroleros.
Pero quedó pendiente la visita a su equipo favorito, los Vaqueros de Dallas. Tampoco logró asistir a un Super Tazón.
Más allá de lo pendiente, el legado que dejó para la ciudad y su gente aficionada al futbol americano, es invaluable y ha trascendido por generaciones.
Junto con otros apasionados del emparrillado, fundó la Asociación de Fútbol Americano Infantil de Saltillo (AFAIS) en 1973.
Si platicas con alguien que convivió con el coach Castro, saldrán un sinfín de anécdotas, dignas de seguir esta historia en todo un libro.
El coach falleció a los 62 años, en casa. Y hasta el último momento evangelizó con la idea de que: “Puedes ser lo que quieras. Pero debes ser el/la mejor”.
*Agradecimientos especiales a Alejandra Castro y Víctor Pérez.
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