El día en que los "dreamers" tuvieron nombre y apellido

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Llegaron a EU siendo menores, se han educado aquí, han trabajado y quieren que ahora las autoridades regularicen de forma definitiva su estatus
Washington, EU.- Cada vez son más los "dreamers" (soñadores), jóvenes inmigrantes indocumentados que crecieron en EU que dan el paso y admiten públicamente, con nombre y apellido, su estatus irregular, sin miedo a la deportación y con el empeño de presionar a los poderes políticos.
"Fue ante la Casa Blanca, protestando por miles de deportaciones de jóvenes como yo, ese día me dije que iba a subir al podio e iba a hablar. Me armé de valor, tomé el micrófono y dije por primera vez: 'mi nombre es Ricardo Campos, soy un dreamer y no tengo miedo".
Así, con nombre y apellido, miles de jóvenes del país salieron en los últimos meses de la "clandestinidad" para dar a conocer su situación.
Llegaron a Estados Unidos a remolque de sus familias, siendo menores, se han educado aquí, han trabajado y quieren que ahora las autoridades regularicen de forma definitiva su estatus y reconozcan su contribución al país.
De momento, la Casa Blanca activó el 15 de agosto un alivio temporal, conocido como "acción diferida", que les permitirá postergar por dos años su deportación y obtener un permiso de trabajo temporal.
Como dijo metafóricamente el joven periodista indocumentado José Antonio Vargas cuando catapultó en junio a los soñadores a la portada de la revista "Time", muchos de ellos han optado por "salir del armario" y eso ha tenido efecto en las decisiones políticas.
"Algunos salen del armario en las redes sociales, otros en persona con sus amigos, sus compañeros de clase, de trabajo", explicó el periodista.
Con ese paso, los jóvenes indocumentados consiguen explicar a su entorno por qué no pueden ir a tomar una cerveza al salir de clase (no tienen un documento de identidad que demuestre su edad), por qué no pueden sacarse la licencia de conducir (en la mayoría de estados) y por qué no pueden hacer un viaje de fin de estudios a las Bahamas (o cualquier destino en el que franqueen una frontera exterior).
Ricardo Campos, de 23 años, recuerda con claridad el día en que "salió del armario".
"Cuando subí al escenario, llevaba toneladas de tristeza y angustia conmigo, pero al hablar en público ese peso desapareció", rememora para Efe. "Me di cuenta de que se podía luchar y valía la pena hacerlo".
Verónica Saravia, de 17 años y origen salvadoreño, cuenta que dio el paso hace cinco meses, cuando empezó a colaborar con la entidad proderechos civiles CASA de Maryland.
"Me enseñaron que no hay nada de lo que deba tener miedo. Empecé a ir a sus marchas, eso me ha demostrado que necesitamos seguir peleando y que podemos ayudar a mucha gente", relató a Efe.
Detrás de estas voces, se hallan caminos vitales duros, según definen ellos mismos, que los han forjado para seguir presionando para cambiar su situación y evitar que se repitan más casos como los suyos.
Verónica cruzó sola con 10 años la frontera que separa México de Estados Unidos, con el deseo de volver a ver a sus padres, que no veía desde los cinco, y de reencontrarse con su hermano menor, de quien se había separado en ruta hacia el sueño.
"Recuerdo el dolor y las lágrimas, hubo noches en que pensé que no alcanzaría los Estados Unidos, oía en el camino historias sobre gente a quien habían matado, era un dolor emocional añadido al físico de caminar y no dormir por las noches para evitar que me pasara algo", cuenta con los ojos llorosos.
Al alcanzar la frontera la detuvieron y, por eso, en su vida en Estados Unidos siempre ha arrastrado con ella una orden de deportación.
Gracias a la medida que debería suspender temporalmente su salida del país, dice que ya no siente miedo, pero advierte de que "es un paso adelante conseguido con la lucha" y que es necesario "seguir peleando".
"Tenemos la acción diferida gracias a esos jóvenes que explicaron sus historias, que pusieron su vida en la línea y esos cuatro jóvenes que caminaron hasta la capital en 2010 para decir 'basta ya' de deportaciones de estudiantes", reivindica Campos.
Él también habla de lucha, la de la comunidad y la suya propia por conseguir ser médico.
Campos sufrió en 2009 un cáncer de huesos y consiguió con muchas dificultades un seguro médico por su condición de indocumentado.
"Los precios son elevadísimos para los indocumentados, unos precios casi inalcanzables para mi familia, que a veces ha tenido que elegir si pagar el seguro o llevar un plato a la mesa", apunta.
Explica que por eso estudiará para ser doctor, para salvar vidas como la suya, y por eso reconoció abiertamente su situación.
"Hace un par de años no me hubiera atrevido a decir que soy indocumentado", confiesa.