La mortal antesala de las primeras elecciones libres en Sudáfrica
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Los sudafricanos volverán a votar esta semana, en unas elecciones nacionales menos previsibles que ninguna otra desde 1994
Por Joao Silva
Hace 30 años, los sudafricanos negros votaron por primera vez mientras el país celebraba el monumental nacimiento de una democracia. Mientras escribo estas líneas, Sudáfrica está bañada por la cálida luz del sol invernal y los sudafricanos son libres.
Ese día, el 27 de abril de 1994, cambió la vida de todos los habitantes del país. Yo estaba allí. Pero solo lo recuerdo vagamente.
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Sin embargo, recuerdo vívidamente el costo en vidas humanas que condujo a ese día victorioso, ya que lo que equivalía a una guerra por poderes alimentada por elementos del Estado del apartheid enfrentó a grupos étnicos entre sí. Quienes esperaban que el derramamiento de sangre hiciera descarrilar las negociaciones democráticas lo llamaron, convenientemente, violencia de personas negras contra personas negras.
Pasaron cuatro años entre la salida de Nelson Mandela de la cárcel y las primeras elecciones reales. En ese tiempo, mientras el gobierno del apartheid resolvía lentamente los términos de su disolución con los líderes políticos que durante tanto tiempo había intentado reprimir, 14.000 personas murieron de forma violenta.
Puede que muchos sudafricanos hayan optado por olvidar. Puede que los más jóvenes simplemente no lo sepan. Pero esto es lo que vi en los meses anteriores a la votación.
Barrios enteros fueron abandonados mientras la gente huía de sus casas. Cadáveres sin nombre ensuciaban las calles vacías durante horas antes de que los vagones de la morgue los recogieran, expuestos en carreteras sin asfaltar como advertencia para que todos los vieran.
Nueve días antes de las elecciones, el país ardía. Era el último esfuerzo entre facciones enfrentadas. El Partido de la Libertad Inkatha —un poderoso movimiento político y cultural zulú— se preparaba para boicotear la votación, alegando que el nuevo acuerdo otorgaba muy poco poder a territorios como KwaZulu, donde había gobernado durante mucho tiempo. Los cadáveres se amontonaban.
Ese día, 18 de abril de 1994, me encontraba en la calle Khumalo de Thokoza, un municipio negro al este de Johannesburgo.
A mi izquierda yacía Ken Oosterbroek, herido de muerte, mientras que a mi derecha, Greg Marinovich se agarraba el pecho, aferrándose a la vida. Amigos y compañeros fotógrafos que habían dedicado sus carreras a documentar los violentos estertores del apartheid yacían muertos y heridos.
Entre 1990 y 1994, cerca de 700 personas murieron en Thokoza, y cientos en esa misma calle. Fue una de tantas. Hoy, un monumento en la calle Khumalo lleva los nombres de los muertos, incluido el de Ken.
Cuando visité el monumento a finales de 2016, servía de refugio a personas sin hogar, que dormían junto al muro de mármol con inscripciones. Desde entonces ha sido rehabilitado por antiguos miembros de las Unidades de Autodefensa, residentes —principalmente partidarios del Congreso Nacional Africano de Mandela— que defendían sus comunidades de los seguidores del Partido de la Libertad de Inkatha.
Macdonald Mabizela, de 48 años, que entonces era un combatiente adolescente y ahora es conserje, explicó cómo habían ahuyentado a los vagabundos, limpiado el monumento y reconstruido parte del muro perimetral que se había derrumbado después de que alguien chocara contra él.
Nelson Mandela se dirigió a la nación esa noche, haciendo un llamamiento a la calma y al fin del derramamiento de sangre, un acto presidencial antes de convertirse en mandatario. Poco después, el Partido de la Libertad Inkatha anunció que participaría en las elecciones. Las papeletas se habían impreso sin un hueco para el partido. Rápidamente se añadieron calcomanías. Era la cruda evidencia de lo cerca que había estado Sudáfrica de una guerra civil.
Los sudafricanos votaron, y fue un día pacífico, eso es lo que recuerdo. Lo documenté, y lo que debería haber sido una experiencia que cambiaba mi vida se perdió en mi memoria. Acababa de enterrar a un amigo y otro se recuperaba de tres heridas de bala. Voté en Katlehong, a unos seis minutos en carro de donde mataron a Ken, envié mi película a la oficina de The Associated Press y fui a sentarme al lado de Greg. Los dos días de votaciones transcurrieron como algo borroso, sin que yo apenas estuviera presente.
Los sudafricanos volverán a votar esta semana, en unas elecciones nacionales menos previsibles que ninguna otra desde 1994. Es importante recordar el pasado en momentos como este y honrar a quienes pagaron el precio más alto mientras las figuras políticas negociaban su camino hacia el poder y la democracia.
c. 2024 The New York Times Company