Desde la ‘emergencia’ de Trump, ¿qué está ocurriendo realmente en la frontera?
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En las localidades en los límites de EU y México se reportan los menores índices migratorios en muchos años
Por: Jack Healy, J. David Goodman y Edgar Sandoval
Era otro día más de la emergencia nacional declarada por el presidente Donald Trump en la frontera suroeste, y no había ni un migrante a la vista a las afueras de Nogales, Arizona. Teresa Fast, agente de la Patrulla Fronteriza, conducía su camioneta por caminos de tierra, pasando junto a otros agentes apostados en el desierto. Sus radios estaban en silencio.
“Ahora mismo, en campo, en realidad no tenemos nada de actividad”, comentó.
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En su primer día en el cargo, Trump encendió las alarmas y afirmó que solo una declaración de emergencia podría detener la “invasión” en la frontera. A continuación, envió tropas para ayudar a enviar de vuelta a los migrantes, mandó agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas a las “ciudades santuario” y abrió un área de campamento en la base militar de Guantánamo, Cuba, que alberga a los autores intelectuales acusados del atentado terrorista del 11 de septiembre, todo ello en nombre de la defensa de una frontera que ahora parece más tranquila de lo que ha estado en años.
Una oleada migratoria sin precedentes durante el gobierno de Biden ya se había desvanecido en gran medida para cuando Trump asumió el cargo el mes pasado. Los cruces se redujeron aún más durante sus primeras semanas en el cargo, según funcionarios y grupos de ayuda, ya que les cerró la puerta a los solicitantes de asilo y ordenó deportaciones y una amplia represión en el interior del país.
En el sur de Texas, los refugios que albergaban a decenas de migrantes antes de la toma de posesión de Trump ahora se reducen a unas pocas familias. Un refugio de McAllen declaró que su población se había reducido a unas nueve personas a finales de enero, frente a las 97 del 20 de enero. En San Antonio, un refugio gestionado por la organización Caridades Católicas tiene previsto cerrar sus puertas debido a la falta de recién llegados.
A lo largo del río Bravo en Eagle Pass, unos 240 kilómetros al oeste de San Antonio, los soldados de la Guardia Nacional de Texas montaron guardia junto a la frontera cerca de un perro callejero el día de la investidura presidencial. Mientras el perro holgazaneaba en la tierra de Shelby Park, un guardia imaginaba nuevas misiones para aliviar el aburrimiento.
Las cifras muestran una disminución pronunciada. La semana pasada, el nuevo jefe de la Patrulla Fronteriza declaró que, en un periodo de siete días, las detenciones habían descendido un 91 por ciento respecto al mismo periodo de hace un año.
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Según las autoridades, en Tucson, Arizona, que antes era el sector más transitado de toda la frontera, las aprehensiones y otros encuentros con inmigrantes se redujeron a unos 450 por semana, frente a los 1200 a la semana de finales de enero. Un día de la semana pasada, había tan solo 22 personas detenidas en el sector de Tucson, en comparación con las 500 de hace un mes.
“Son las cifras más bajas que he visto en no sé cuánto tiempo”, reconoció Sean McGoffin, agente principal de la Patrulla Fronteriza en Tucson. “La certeza de la detención y devolución es un cambio enorme”.
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Los funcionarios fronterizos de Arizona afirmaron que los migrantes en gran medida dejaron de entregarse en masa, con la esperanza de solicitar asilo o ser liberados en el país. En cambio, los funcionarios dijeron que la mayoría de los que cruzan ilegalmente ahora intentan evitar ser detectados, por lo que atraviesan cañones y suben por senderos traicioneros de montaña.
Muchos de los migrantes que intentan atravesar los vastos desiertos sin señalizaciones al norte de la frontera acaban perdiéndose y muriendo de agotamiento por el calor, deshidratación o exposición al sol, o son rescatados por agentes de la Patrulla Fronteriza.
Algunos agentes de base de la Patrulla Fronteriza mencionaron que la moral había mejorado con el regreso de Trump al poder. Estaban contentos de buscar contrabandistas o delincuentes, en lugar de procesar a cientos de solicitantes de asilo.
“Ahora me siento bien de ser agente”, expresó Fast, agente de la Patrulla Fronteriza en Arizona. “De salir y encerrar a la gente mala. Para eso nos alistamos”.
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Las cifras más bajas no han impedido al gobierno de Trump enviar a más de mil 500 soldados adicionales a la frontera en California, Texas y Arizona. Los soldados e infantes de Marina llegan para ayudar a fortificar la valla de la frontera, colaborar con la Patrulla Fronteriza y reforzar a los 2 mil 500 efectivos ya desplegados a lo largo de la frontera.
Desde principios del año pasado, los cruces en Texas han disminuido. La mayoría de los días en Shelby Park, un parque municipal situado junto a la frontera, en Eagle Pass, que había sido uno de los principales puntos de cruce y la “zona cero” de los conflictos sobre el control de inmigración entre el gobierno de Biden y el gobernador Greg Abbott, pasan pocos inmigrantes o ninguno. Las autoridades estatales se hicieron cargo del parque a principios del año pasado.
Abbott anunció que, a partir de ahora, Texas colaboraría con el gobierno de Trump y que, en virtud de un acuerdo con la Patrulla Fronteriza, los elementos de su Guardia Nacional ahora podrían efectuar detenciones de inmigrantes.
Pero no quedó claro si alguno ya lo había hecho. El Departamento Militar de Texas no respondió a las solicitudes de datos.
Aun así, las tropas siguen llegando. El Ejército anunció hace poco que 500 soldados del fuerte Drum, en Nueva York, llegarían pronto al fuerte Huachuca, en el extremo sureste de Arizona, “para asumir el control operativo de la frontera sur”.
La necesidad de tropas le parecía incomprensible a un grupo de voluntarios de asistencia humanitaria del sur de Arizona que se encontraba en un campamento minúsculo de ayuda al este de Sásabe, Arizona, donde kilómetros de muro fronterizo terminan abruptamente en un afloramiento del desierto de Sonora.
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Cada mañana, durante meses, decenas de migrantes atravesaban los huecos en el muro cercano a su campamento, descansaban y esperaban a que los agentes de la Patrulla Fronteriza los recogieran. Después de que el presidente Joe Biden restringió el asilo en junio del año pasado, la cifra de personas que cruzaban por ahí disminuyó de manera precipitada. Se redujo aún más tras la toma de posesión de Trump y, algunos días de este mes, nadie pasó por ahí.
“¿Es esta la imagen de una nación asediada?”, preguntó Charles Cameron, de 74 años, voluntario que ayuda a dirigir el campamento de ayuda.
Antes del amanecer del sábado, Jane Storey, una voluntaria, conducía de vuelta al muro cuando se encontró con unos 30 migrantes. Hacía mucho frío y se agolparon alrededor del auto de Storey cuando abrió el maletero para darles agua.
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La mayoría eran hombres del sur de Asia y dijeron que llevaban viajando unos seis meses. Algunos no se dieron cuenta de lo mucho que habían cambiado las políticas de inmigración en Estados Unidos mientras iban en el trayecto. Otros comentaron que todavía valía la pena correr el riesgo de cruzar.
Farouk, de 38 años, que dijo haber huido de la persecución política en Bangladés, esperaba que le permitieran quedarse porque creía que Trump solo deportaba a delincuentes. Ankit, de 21 años, que huyó de la India, contó que se enfrentaba a la amenaza de muerte por ser cristiano, y esperaba que Dios bendijera su intento de cruzar a Estados Unidos. Ambos solo dieron su nombre de pila porque estaban en el país de manera ilegal.
Santos Paxtor Pelicó, de 15 años, salió de Guatemala el día de la investidura presidencial, con la esperanza de llegar hasta su abuelo en Los Ángeles y conseguir un trabajo para mantener a sus cuatro hermanos menores en su país natal. Sabía que Trump era el presidente ahora. Pero mientras esperaba ese sábado a que los agentes de la Patrulla Fronteriza lo recogieran, admitió que no estaba seguro de lo que eso significaba para su sueño americano. c.2025 The New York Times Company