Nuevas tarascadas

Opinión
/ 2 octubre 2015

"A mí las vedettes de hoy no me las den por buenas". Así decía don Anicio, señor sexagenario. Y suspiraba lleno de saudade: "Vedettes las de mis tiempos. ¡Ah, aquella Chole Goyzueta, cuyo derriére era tan abundante que para acariciarlo se habrían necesitado las manos de todo un regimiento! ¡Y aquella Felicidad Pastor, cuya cintura de avispa parecía quebrarse con el peso de su opimo busto, que habría podido alimentar a una centena de hospicianos! ¡Y la Patita Soler, de poderosos muslos y cimbreante paso, capaz de excitar a la estatua funeral de mármol de un anciano! ¡Y Pina Penotti, y Rosa Fuertes, y Etelvina, y la Raval, y todas aquellas sinuosas odaliscas cuyos adoradores las bañaban en champagne para beber después el espumoso néctar, mejorado con recónditos sabores femeninos, en la mínima zapatilla de la hurí!". Eso decía aquel cumplido caballero. Quien esto escribe no cree faltar al deber de discreción si narra lo que hace algunas noches le sucedió a don Anicio. Fue el añoso señor a un lupanar, y requirió los servicios de una cortesana. Muy joven era la que le asignaron, pero ya poseía todas las artes y destrezas de su oficio. No logró el maduro señor ponerse por sí mismo en aptitud de hacer honor a la juventud de la muchacha, por lo que ella se aplicó a la tarea de ayudarlo. Inútil resultó el esfuerzo: durante más de media hora la émula de Thais estuvo tratando de conseguir que don Anicio pudiera levantar la grímpola -"Grímpola": gallardete que los hidalgos caballeros llevaban al campo de batalla- y sostener el combate que ahí lo había llevado. Su loable y plausible aplicación fue en vano. Le dice entonces don Senilio: "Ya no te canses, hija. A esta fregadera nada más mi señora la entiende"... Me sirve de ejemplo este relato para decir que yo no entiendo por qué algunos funcionarios dicen una cosa y luego hacen otra. En mi ciudad se había anunciado que las pedreras cuyos dueños, por ganar dinero, han estado destruyendo la Sierra de Zapalinamé, dejarían de operar en este mes de mayo. Ahora se anuncia que disfrutarán de una prórroga que bien podría servir, so pretexto de retirar los materiales ya acumulados, para dar a la montaña nuevas tarascadas, atentar aún más contra la belleza del valle de Saltillo, y seguir haciendo turbia la claridad de su aire. Corresponde a las autoridades del ramo, locales y federales, cuidar el medio ambiente y los recursos naturales. Ningún interés económico, ningún poder político deben ser suficientes para dejar de cumplir esa función. Por su parte, piensen los propietarios de esas explotaciones que tienen un prestigio qué cuidar, y que no deben arruinarlo por el afán de un lucro que bien pueden conseguir en otro lado... Iba por la calle una linda chica de enhiesto, turgente, ebúrneo y alabastrino busto. Un majadero individuo le hizo una salaz proposición: "Señorita: si le doy mil pesos ¿me permitiría usted depositar un beso en su precioso encanto pectoral?". La muchacha, indignada, respondió: "¡Grosero, descarado, majadero, desvergonzado, ruin, procaz!". Propuso el tipo: "¿Y si le doy 5 mil?". Bajando un poco el tono de la voz dijo la chica: "¡Grosero, descarado!". Porfió el otro: "¿Y si le doy 10 mil?". Contestó ella, sin usar ya signos de admiración: "Grosero". Hizo una nueva oferta el tipo: "Le ofrezco 20 mil". Ya no dijo nada la muchacha. Junto con el sujeto fue a un apartado callejón, y ahí dejó al descubierto el munífico tetamen. El hombre lo contempló pausadamente, y luego se aplicó a comprobar por medio de un exhaustivo tocamiento si aquello era tan bueno como se veía. Cansada de tanta manipulación le preguntó, molesta la muchacha: "¿A qué horas va usted a besarlo?". "No -rechaza con desdén el tipo al tiempo que le volvía la espalda-. Está muy caro"... FIN.

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