¿Por qué matan a los libros?

Opinión
/ 2 octubre 2015

Llevamos ya varios años escuchando la muerte del libro tal como lo conocemos; la culpa, nos dicen, la tienen los e-books. ¿Estamos seguros? Si uno visita una librería mexicana, se tiene la extraña impresión de que las editoriales también están empeñadas en acabar con ellos.

Ejemplo: en nuestro país tienen la nefasta costumbre de envolverlos en plástico. Quien acude a una librería no puede echar un vistazo a las primeras páginas, lo que no es cualquier cosa: con experiencia, basta leerlas para saber no si un libro es bueno, pero sí si es malo.

Uno sospecha que las editoriales no quieren correr el riesgo de que los lectores juzguen antes de comprar, e intentan convencerlos de lo bueno que es lo que publican a través de campañas de mercadotecnia, críticos amigos, y las sinopsis de las contraportadas.

Pero si tienen miedo de mostrar su producto, es porque muchas veces tienen razones. Es común encontrar textos llenos de errores de dedo, frecuentemente los libros publicados en español muestran una edición carente de cariño, y la inmensa mayoría no sobrevive la comparación con la pieza maestra e imprescindible que la contraportada promete; lugar, por cierto, donde las claves que la trama construye con esmero y paciencia suelen destazarse en dos párrafos, lo que dice mucho del interés de las editoriales por hacer justicia al esfuerzo de los autores.

A su vez, las portadas son otra razón para preguntarnos por qué las editoriales quieren acabar con los libros. Las principales editoriales en nuestro idioma llevan años manteniendo el mismo formato, y sólo cambian las fotografías -una oda a la creatividad, horrenda paradoja si tenemos en cuenta con qué comercian. Las hay peores, por supuesto: editoriales con medios económicos, que sin embargo ahorran en el diseño de la portada. El resultado es que parecen hechas por aprendices, y de carreras que no tienen qué ver con diseño.

La diferencia se hace sangrante al mirar las ediciones de libros en otros idiomas, como el italiano, el alemán y, a la cabeza de todos, el inglés. Para las editoriales anglosajonas los libros han dejado de ser -afortunadamente- objetos destinados a unos pocos, para convertirse en cultura popular; y por tanto no sólo el contenido es importante, sino también el diseño. Como una casa que, por hermosa que sea por dentro, repelerá a posibles compradores si el exterior es espantoso. A veces parece que los directivos de las editoriales jamás han pisado una librería.

Hace unas semanas el sitio Flavorwire publicó una lista de las 10 más bellas del mundo (Google: "The Most Beautiful Bookstores in the world").

En vez de discutir lo polémico de la clasificación conviene disfrutar de las fotografías de las ganadoras, y de las que lectores enviaron de otras 20 iguales.

En ellas se advierte, primero, que las mejores librerías son aquellas que exhiben a los libros como los objetos hermosos que pueden llegar a ser. Segundo, que si libros hermososse exhiben en un entorno estético, son aún más bellos, y más ganas dan de leerlos. Y finalmente que las portadas venden, y el diseño cuesta pero vale la pena.

Al menos esa es mi experiencia: tengo la suerte de vivir en Maastricht, ciudad que alberga uno de los lugares más hermosos para comprar libros: una antigua iglesia dominica reconvertida en librería, que se esfuerza por mostrar las portadas de los libros. Es un placer entrar a verlas, e imaginar las historias que hay detrás.

www.librosllamanlibros.com

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