Peña: el timo del golpe de timón
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En la búsqueda de los matices en cada reforma está la clave de lo que cada una de ellas puede desencadenar
Desalojar a los maestros de la CNTE por la fuerza, imponer las reformas con los votos del PAN, olvidarse del Pacto por México y de la búsqueda del consenso. En esencia es la receta que muchos proponen al gobierno de Peña Nieto para salir del impasse en el que se encuentran la economía y la política en el País. El jueves pasado un artículo de Jorge Castañeda, intitulado "Golpe de Timón", lo decía sin tapujos: "Resignarse al fin del Pacto por México, que ya dio de sí y con creces. Al empecinarse el gobierno en rescatar a "Los Chuchos", rescatará sólo un membrete. Mientras que si opta por una alianza integral y de largo plazo con el PAN, puede lograr la aprobación de reformas que son anatemas para la izquierda: Pemex, IVA, educación a fondo, nuevo régimen político".
Técnicamente es un camino factible. El apoyo panista otorga a Peña Nieto la fuerza que necesita para hacer la mayoría constitucional que requiere las reformas. O como diría la izquierda, el PRIAN se basta por sí mismo para gobernar: tiene la presidencia, dos tercios del poder legislativo y 27 de las 32 entidades federativas. El costo aparente sería mínimo: concesiones a la derecha en la reforma política (mayores controles para evitar abusos electorales, segunda vuelta en comicios presidenciales, entre otras exigencias panistas).
Pero el costo político y social es impredecible. El argumento de fondo de Castañeda es que de cualquier manera el gobierno de Peña Nieto asumirá este costo. Considera que diluir el contenido de las reformas o demorarlas en espera de un apoyo de parte del PRD no tiene sentido, porque "Los Chuchos" que dirigen a ese partido no evitarán el descontento de Morena, la CNTE, las guardias autoarmadas, el #YoSoy132 y un largo etcétera que se opondrá al contenido neoliberal de las reformas.
El error de esta interpretación es que confunde el mundo formal con el mundo real. Como si los partidos representaran a la sociedad mexicana, y los actores institucionales fueran lo mismo que la arena pública. Un error que Porfirio Díaz cometió en su momento y Mubarak de Egipto en el nuestro, por ejemplo.
Cerca de la mitad de la población económicamente activa labora en el sector informal, y ese no se expresa mediante cartas a sus legisladores; medio millón de personas está vinculada al crimen organizado y esos se expresan de peor manera; poco más del 50% de la población vive en la pobreza y 19% en la extrema pobreza, y por lo general no pueden expresarse pero cuando lo hacen generan movimientos telúricos de alcances insospechados.
Los legisladores pueden otorgarle a Peña Nieto los votos para que el IVA aumente a 19% y se aplique en alimentos y medicinas, si así lo desea. Después se irán a cenar para intercambiar opiniones sobre lo tormentoso que fueron las negociaciones y el debate final. Como si allí diera inicio y tuviera fin una medida que afecta a todos los mexicanos.
Las reformas deben buscar consensos no por "Los Chuchos" ni para estampar una firma perredista en el documento; en realidad es lo menos importante. Lo deben hacer porque tienen que reflejar el campo de posibilidades de la sociedad en su conjunto, porque toda ella será impactada por esos cambios. Lo tiene que hacer porque las irrupciones sociales, las tomas violentas y las represiones sangrientas no están en las negociaciones que se tejerán entre panistas y priístas.
Creer que estamos ante un escenario de todo o nada es una tesis que conduce a decisiones temerarias. El argumento de Castañeda así lo presupone: ceder ante la calle implicaría la parálisis y la ausencia absoluta de reformas; por consecuencia hay que olvidarse de la calle.
No es así. Es cierto que el consenso absoluto es imposible de lograr y no habrá manera de dejar satisfechos a todos. Pero en la búsqueda de los matices en cada reforma está la clave de lo que cada una de ellas puede desencadenar. Es distinta una protesta con 50 mil inconformes que una con 800 mil. Es diferente un desalojo negociado que una represión sangrienta.
El problema de fondo es la economía: necesitamos crecer y requerimos de empleos. Pero el medio es la política y ésta no se agota en San Lázaro. No se hacen las reformas que la economía necesita, sino las que la política real posibilita. La sociedad es un tejido diverso y complejo de seres humanos, y no un conjunto de variables financieras que emanan de un Excel o de la sobremesa de un restaurante de Polanco.
@jorgezepedap
www.jorgezepeda.net