Los retos de la democracia

Opinión
/ 2 octubre 2015
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La revista británica The Economist publicó un ensayo sobre los males de la democracia (01/03/14) en el que recapitula los problemas y desafíos que este sistema de gobierno enfrenta. Entre las amenazas principales, el estudio apunta la crisis financiera de 2001-08 y la emergencia de China como actor económico central. La primera como evidencia de la captura del Estado por intereses ajenos al bienestar público y la segunda porque ofrece un modelo alternativo y autoritario que se ha prestigiado por haber asegurado durante 30 años el crecimiento del gigante asiático por encima del desarrollo alcanzado en promedio por las democracias. Esto pone en duda la convicción de que la democracia es inherentemente superior. Además, la globalización, con el predominio de los mercados internacionales ha quitado poder a los políticos nacionales a lo que se agrega las configuraciones de actores que influyen en política y restringen la política tradicional. En conjunto, estos factores representan un riesgo de declinación de la democracia en la medida que la hacen más torpe para la toma de decisiones y la sujetan cada vez más a incidencias de dudosa legitimidad. De ahí el desapego popular por la política y los políticos.

Señala como caminos de salida la reducción de los bienes proporcionados por el Estado y de las promesas de los políticos. La receta es atarse de manos: controlar el endeudamiento interno, eliminar intereses especiales, impedir la manipulación política del electorado, aislar decisiones en órganos autónomos (siguiendo el modelo de los bancos centrales) con participación ciudadana, innovar con fórmulas de democracia electrónica. El argumento remite de nuevo a la idea original de pesos y contrapesos: electo un gobierno la prioridad es controlarlo. Control externo y autocontrol como forma de preservar y aumentar las libertades y derechos individuales.

Aunque el reporte toca por encima un asunto nodal de pasada no lo aborda de lleno. Si el Estado democrático tiene como función el bienestar público, cómo es que permite convertir bienes públicos en privados. No es solamente la cuestión de la corrupción que es el modo más crudo de esa conversión. Se trata más bien de quiénes y cómo fijan las prioridades de la agenda pública y qué tanta representatividad tienen. A nadie escapan los excesos en que incurren los cabilderos de intereses especiales (el estudio calcula que en Estados Unidos hay 20 por cada congresista), ni el poder de las corporaciones sobre los recursos en poder del Estado. ¿Cómo es posible que monopolicen la atención de los políticos cuya representatividad debiera ser la del sentir del electorado?

La mayoría de las arquitecturas constitucionales democráticas no tienen las previsiones necesarias al respecto. Casi todas son herederas de las innovaciones decimonónicas, cuando las sociedades y los sistemas culturales eran radicalmente diferentes y el liderazgo político también lo era. El reporte de The Economist señala que una de la causas de la falla en las nuevas democracias (Rusia y Egipto entre otras) es que han puesto demasiado énfasis en lo electoral descuidando otros rasgos esenciales.

Sin duda, esto ha pasado en México. Una concepción minimalista de la democracia y una visión miope del Estado ha impedido que la Constitución se robustezca en la edificación de una democracia cercana a la sociedad a la hora de fijar las prioridades de política para hacerla representativa, para que tenga mayor intervención institucionalizada de la sociedad y se impermeabilice de intereses especiales que son capaces de movilizar gran poder para capturar beneficios a cambio de vaciar de sentido al espacio público. Ahí está el reto mayor para recuperar el prestigio de la democracia. 


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