Aforismos de la desilusión o de la crítica musical (II)
El crítico musical escribe a partir de la ilusión y la desilusión. Su percepción, tanto aguda como sensible, pone a prueba la calidad del torrente sonoro del músico, no a su persona ni a su aspecto. Quizá eso explique- y justifique- a un Friedrich Gulda interpretando a Mozart en el siglo 20 en la Musikverein de Viena en mezclilla raída y zapatillas Adidas, o a un Frédéric Chopin, a mediados del siglo 19, interpretándose a sí mismo en la Sala Pleyel de París con un cuerpo macilento infectado por la tisis.
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El recital fue un fiasco. Salió cabizbajo al pequeño jardín aledaño al recinto. Se sentó en una banca mientras el conserje barría el escenario salpicado con un sinnúmero de notas fallidas. El conserje las arrojó al jardín. En ese momento una parvada descendió y recogió todas y cada una de las notas. El jardín quedó en silencio. El pianista se levantó convencido de que al alba las aves pergeñarían el cotidiano canto con el que despiertan al mundo.
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“Chopin elevó el piano al rango de la tisis”. Cioran lo dijo en Silogismos de la amargura. He aquí la crítica más acerba contra el Romanticismo. El piano tuvo que esperar el advenimiento de un rebelde como Debussy, para que su terapía simbolista le diera el oxígeno necesario: terapéutica de la brevedad, pues sólo sobrevivió el aliento del Impresionismo.
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La cadencia del concierto para violín de Brahms lo extenuó: lo sacaron del teatro en una camilla, enfebrecido. A medio camino del hospital, el violinista se sentó de improviso y terminó de interpretar la cadencia inconclusa. Los paramédicos, en lugar de aplaudir semejante proeza, le inyectaron un tranquilizante.
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A Chopin se le toca con un baño de pedal; a Debussy, con el hálito de la bruma.
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En medio de la ejecución de la sonata se abrió un resquicio en su memoria por donde una gatería brincaba un muro de clusters, esquivaba amasijos sonoros para terminar enredándose en filigranas contrapuntísticas. Asustado, el pianista levantó las manos del teclado: un tropel de abucheos y rechiflas terminaron por sepultar su incipiente carrera pianística.
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La crítica musical es una rama de la estética musical, que a la vez atañe a disciplinas tan variadas y dilatadas como la filosofía y la sicología, así como a campos vastos como la historia y la retórica. Para un músico en ciernes es común enfrentarse desde su temprano aprendizaje a la crítica musical proveniente de su maestro. Desarrollar un sentido estricto de la pulcritud en la interpretación de la partitura (lectura de las notas), así como una precisión en el pulso rítmico, son de los primeros aspectos que el estudiante de música desarrolla en el estudio del instrumento. Con el paso del tiempo, y siempre bajo el cuidado cercano del maestro, irán apareciendo aspectos más complicados y enmarañados de dificultad que el músico enfrentará: la dinámica, la textura, el estilo, el uso adecuado de los recursos del instrumento, la técnica (árida, pero necesaria), un amplio conocimiento de la historia de la música, una cultura auditiva sólida y que abarque todos los géneros y las materias duras de la música (armonía, contrapunto, análisis musical), y un largo etcétera. Si el estudiante se acerca, además, a las otras bellas artes para adquirir un conocimiento por encima de lo aceptable (aspecto que es necesario discutir en algún otro momento), entonces su capacidad crítica estará robustecida lo suficiente para autocriticarse y elaborar juicios sobre lo que escucha en otras interpretaciones. De manera que no es aventurado afirmar que el crítico musical nato y mejor capacitado para ejercer la crítica musical es aquel que toca y conoce a profundidad un instrumento, que ha desarrollado y refinado su oído musical. El músico podrá en algún momento desconfiar de un crítico que carezca de estos aspectos primordiales. La crítica la ejerce el que no claudica en el estudio perenne de su arte.
CODA
“Para andar sobre el agua hay que volvernos fuego”. Malcolm de Chazal.