Ahí donde se queman los libros; la profecía de Heinrich Heine

Opinión
/ 16 mayo 2023
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En enero de 1933, apenas unos cuantos días después del ascenso de Hitler al poder, un decreto de la Alemania nazi anunciaba a la letra: “Cualquier libro que actúe de forma subversiva en nuestro futuro o que afecte la raíz del pensamiento alemán y las fuerzas motrices de nuestro pueblo, va a ser quemado”. Se desataba una cacería intelectual y física para acabar con todo y todos aquellos que atentaran contra lo que llamaron “el nuevo espíritu” del nacionalsocialismo alemán.

Eso desató que, en el auge del antisemitismo y el fascismo, miles de estudiantes universitarios cumplieran su deber “patriótico” al vaciar bibliotecas, listas de libros y colecciones de material considerado “no alemán”, y colectaron más de 25 mil libros saqueados de las librerías y bibliotecas de Berlín para ser llevados hasta la Opernplatz.

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Ahí, apilados unos encima de otros, en pleno corazón de la capital alemana, se encontraban las obras de filósofos, poetas, novelistas y científicos como Einstein, Freud, Helen Keller, Gide, Kafka, H.G. Wells, Marx, Bertolt Brecht, Proust, Heinrich Heine, Erich Kästner, Émile Zola, grandes hombres y mujeres con un elemento en común a los ojos del nazismo: eran inmorales y decadentes, y había que borrar cualquier vestigio de ellos.

Y en una de esas noches oscuras, todo se iluminó cuando el 10 de mayo de 1933, hace ya noventa años, cerca de 70 mil jóvenes de las juventudes hitlerianas, armados con antorchas y gasolina, iniciaron una orgía de fuego que devoró parte del “espíritu de descomposición judío”.

A corta distancia, el genio de la comunicación del Tercer Reich, Joseph Goebbels, el mismo que afirmaba que “Una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad”, se refirió al acto como una firme “Acción contra el espíritu antialemán”.

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El hecho fue también el inicio de la censura y el control de las ideas; el tiempo en que el régimen decía y decidía qué podías leer y qué no. Las lecturas “nocivas” fueron proscritas, al igual que aquellos que las escribieron, Thomas Mann y Elias Canetti, ganadores del Premio Nobel de Literatura, que se sumaron a escritores y hombres de ciencia víctimas del odio. Otros más murieron fusilados, quemados o víctimas de la hambruna y las enfermedades en los campos de concentración.

Pero tras quemar los libros y lograr el control intelectual desapareciendo “las ideas nocivas”, el Tercer Reich dio el siguiente paso: el del control social. Se decidió entonces cómo debías vestir, comer y beber, así como las relaciones familiares y de amistad para al final eliminar a esos considerados no aptos o dignos en el nuevo orden social previsto por la raza aria.

“La quema de libros” en la hoguera, iguales a esas en las que siglos antes habían sido quemados vivos miles de seres humanos por pensar o por profesar una fe distinta, fue el comienzo de la barbarie que exterminó a más de 6 millones de judíos y que desató la Segunda Guerra Mundial causando la muerte a 60 millones más.

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Han transcurrido 90 años y aun muchos intelectuales y estudiosos del tema, no logran entender cómo el Führer, hombre de letras y amante de la lectura, pudo alcanzar tales niveles de acoso en contra de aquellos que enarbolaron ideas contrarias. Tres siglos habían pasado de la advertencia de Tomás de Aquino cuando dijo “Homo unius libri” que en latín significa “Cuídate del hombre que sólo ha leído un libro”, frase que hace referencia a esos que intentan imponer sobre todas las cosas su visión retorcida del mundo con base en sus creencias personales.

Yo caminé con mi familia sobre la hoy llamada Bebelplatz, donde el arquitecto judío-alemán Micha Ullman, diseñó una escultura subterránea cubierta de cristal que asemeja a una biblioteca con libreros vacíos. Ahí, en una placa de bronce, se puede leer un extracto de “Almanzor”, del poeta, escritor y crítico literario judío-alemán Heinrich Heine, que en 1821 narra la trágica historia de amor entre un hombre de origen árabe y Donna Clara, marroquí, que se ve obligada a convertirse del islam al cristianismo, y la quema del Corán en Granada en el año 1492. Heine lanzó una advertencia que resultó terriblemente profética: “Eso sólo fue el preludio. Ahí donde se queman los libros, se terminan quemando también personas”.

@marcosduranf

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