AMLO, el homúnculo que se volvió Javert...

Opinión
/ 22 julio 2023

Homúnculo, explica el Diccionario de la lengua española, quiere decir “hombre pequeño”. Algunos letrados dirán que describe a un ser diminuto, pero dos o tres sabedores apostillarán que, en política culta, esa palabra es usada en sentido despectivo: hombrecito. Tienen razón esos doctos tribunos, porque el término es aplicable a cualquier persona, sin importar su estatura, como sucede en el caso de Vicente Fox, que al inicio del siglo fue la mayor decepción democrática que pudo haber tenido México, luego del enorme trabajo que costó echar al PRI de Los Pinos: el bravucón de las botas, el machito de rancho, se convirtió en un enano y eso lo reconocen hasta sus panistas más cercanos.

Así las cosas en la semántica léxica, Fox fue y seguirá siendo siempre un homúnculo de la política, un tipo que al final de su sexenio exhibió su talante antidemocrático y casi provoca un estallido social en 2004-2005, cuando urdió una inaudita estrategia jurídica para meter a la cárcel a Andrés Manuel López Obrador e impedir que fuera candidato presidencial. Por si hubiera sido poca su insensatez, el tipo se entrometió ilegalmente en los comicios de 2006 y puso en riesgo la validez de la elección, tal como lo determinó en su momento el Tribunal Electoral.

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Si usted tiene dudas de la inadmisibilidad del personaje, remítase a lo que ha tecleado recientemente en Twitter, donde se dijo arrepentido... de no haber liquidado políticamente a AMLO a través de “una gran estocada”. Desbocado, este viernes se mostró antisemita: “Sheinbaum es judía búlgara”, tuiteó. Luego pidió perdón a la comunidad, pero no a Claudia.

Ese era y ese es Fox, pero, ¿qué brota hoy desde Palacio Nacional contra una aspirante presidencial (Xóchitl Gálvez)? Para usar el término que repiten sin cesar sus propagandistas, padecemos a un Presidente con las mismas mañas del viejo régimen. AMLO no sólo ha degenerado en Fox, sino en Salinas de Gortari. Él es el jefe de campaña, el propagandista número uno del war room de sus aspirantes, el primer morenista de la nación, el candidato sin ser candidato, el tonto útil de Morena, el representante más nítido de lo que era aquel PRI autoritario y tramposo del siglo 20, ese priismo de la alquimia electoral que tanto jodió y retrasó a México.

Por desgracia, en la Presidencia y sus oficinas doctrinarias ya se percibe ese olor agrio y fétido del autoritarismo más recalcitrante, la mano dura de la propaganda y el dogma para destazar inquisitorialmente a quien sea rumbo al 2024. Su modus operandi y sus vínculos ideológicos con las trapacerías electorales del anterior régimen son evidentes. Como esbocé la semana pasada en la versión digital de mi columna, cuando el Presidente interviene en el proceso electoral (lo cual le está vedado por una ley que impulsó su partido) le veo cara de Fox, de Zedillo, de Salinas, de López Portillo, de Echeverría, de Díaz Ordaz, de Miguel de la Madrid, ese gris personaje que ordenó a Manuel Bartlett el fraude del 88.

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Cada vez que AMLO arremete con saña para calumniar y amenazar a un opositor, le brilla el rostro nítido del policía Fernando Gutiérrez Barrios, o del otro veracruzano imputado como represor, Miguel Nassar Haro. Cuando se pone así de antidemocrático, tiene el semblante de su propio verdugo, aquel necio fiscal que lo persiguió por órdenes de Fox, el anodino subprocurador de Investigación Especializada en Delitos Federales, Javier Vega Memije.

Vaya anemia democrática (y moral) la de Andrés, como le dicen los suyos. Si leyera o alguien le leyera “Los Miserables” de Víctor Hugo, tal vez comprendería que durante aquel episodio del desafuero, él fue un Jean Valjean al que defendimos muchos, muchísimos, incluidos militares (generales), pero también entendería (quizá, es sólo un buen deseo) que se está convirtiendo en un penosísimo Javert cegado por su fanatismo... de sí mismo.

Correo: jp.becerra.acosta.m@gmail.com

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