‘Ana de las Tejas Verdes’: La palabra contra la soledad

Opinión
/ 2 agosto 2023
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Hay algo agradable en la lectura de “Ana de las Tejas Verdes” (en inglés “Anne of Green Gables”), la obra más popular de la escritora Lucy Maud Montgomery. Después de leer me puse a pensar qué era. Son muchas las virtudes del libro. Ana, la protagonista, es una niña huérfana de once años enviada por error a Marilla y Matthew Cuthbert, dos hermanos solteros y mayores. Los Cuthbert querían adoptar un chico para que les ayudara en la granja, pero llega una chica. Ana ha sufrido abandono y descuido. Tiene un encanto muy peculiar: lleva el don de la palabra. Pero esto resulta un problema, porque sabemos que, históricamente, no siempre es bien visto que las niñas hablen. Y Maud abre la discusión al escribir sobre una chica que dice lo que piensa, aunque sea incómodo o comprometedor, y defiende su postura a pesar de no tener posición social de prestigio. El libro se publicó en 1908. Fue un éxito rotundo. A más de un siglo de distancia, Ana mantiene su hechizo.

En la novela, los personajes no son gente adinerada o “importante”, tampoco nobles, ricos o de la realeza, sino personas comunes que deben enfrentar la vida con los recursos que tienen. Algo similar sucede en otros libros como “Mujercitas” de Louisa May Alcott. En ambos se habla de las fortalezas de las niñas y se muestra la cotidianidad del universo femenino como algo valioso y digno de contarse. También en estas obras se defiende la idea de la educación como vía de la libertad para las mujeres. Pero las novelas de “Ana”, a pesar de su triunfo editorial, no gozaron de buena fama en ciertos círculos intelectuales. Durante años se cuestionó su valor literario.

$!Lucy Maud Montgomery.

Mary Henley Rubio, en “Lucy Maud Montgomery. The Gift of Wings”, una completa y sorprendente biografía de la escritora, cuenta cómo fue el tortuoso camino para reivindicar a Maud (por increíble que parezca) en las filas de la literatura canadiense. Los académicos la consideraban “sentimental”, “cursi”, “simplona”. Decían que era una pérdida de tiempo (y de prestigio) investigar sobre ella. En su libro, Henley explica que Montgomery había organizado sus publicaciones en periódicos para que, cuando ella muriera, se pudiera hacer una biografía. Sin embargo, había lagunas y piezas que no encajaban. Además, los mismos familiares de la autora decían que su carácter no era tan sencillo. ¿Entonces de dónde salían los pasajes felices de sus libros?

Hay mucho de Maud en Ana de las Tejas Verdes. La escritora quedó huérfana de madre y fue enviada a vivir con sus abuelos. Se sintió aislada y para animarse, jugaba en el bosque. También se inventó amigas imaginarias. Ana Shirley hacía exactamente lo mismo. Le gustaba rebautizar los lugares con nombres más románticos y su soledad la volvió excéntrica. Hablaba de historias fantásticas para olvidar su duro pasado como huérfana. Incluso su seudónimo para escribir cuentos era “Rosamund Montmorency” (que suena como Lucy Maud Montgomery). Los paisajes hermosos de Avonlea existieron realmente en la granja que aún lleva el nombre de Green Gables.

Maud, como le gustaba ser llamada, supo convertir su pena en un libro conmovedor y simpático. Quizá Ana fue una especie de espejo que mostraba los dos lados de la autora: la que fue y la que quiso ser. Nos identificamos con su historia porque entendemos que lo más profundo de la vida puede suceder en el lugar más pequeño. Ana, una niña pobre en un pueblo lejano, puede ser igual o más interesante que un marino viajero o una princesa. Tanto Ana como Maud nos enseñan que la palabra es poderosa. Expresar lo que sentimos puede curar los dolores más enraizados. Aunque no fue concebida como novela para niños, “Ana de las Tejas Verdes” se suma a esas obras de reconciliación con la infancia. No moraliza ni alecciona. Se burla un poco de las costumbres serias y pomposas que nos dominan cuando somos mayores. Nos demuestra que los finales felices no son como los imaginamos y que la niña que fuimos siempre será valiosa.

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