Ariel Salas, arquitecto de la amistad

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Entrañable amigo, arquitecto de profesión y “vidista” de corazón, así recordamos a nuestro amigo Ariel Salas González que este 27 de noviembre cumplirá 25 años de haber partido al cielo, porque fue un hombre esencialmente bueno, de inquebrantable lealtad, un hombre de bien porque era contrario al mal, eso nos consta a todos sus amigos.
Ariel fue un hombre veraz, laico, republicano y de profundas intuiciones, un librepensador. No era proclive a la altisonancia ni a la dialéctica de camorra. Era dueño de ese lenguaje pautado que suelen emplear los diplomáticos para decir verdades con cierto tacto pero sin eufemismos. Al suscrito lo ponía como palo de gallinero por las metidas de pata: “Yo que tú, ya me hubiera ido de Parras para no regresar jamás”. Palabras que pesaban como plomo en la resaca. Después uno agradecía el remoquete.
Cual verdadero Quijote, Ariel amaba la libertad como uno de los dones más preciados del cielo. Esa libertad que también amaban nuestro amigo Tobi y mi hermano Chikis, todos unidos por la amistad, ese otro regalo de Dios que es el deleite de las grandes almas, como la de ellos.
Ariel era un hombre con esa curiosidad que es bálsamo contra el aburrimiento. Bien lo recordamos mirando escaparates por la calzada Madero de Monterrey. En San Juan de Letrán mirando aparadores de ferretería o en los “yonkes” de Laredo, entre millones de fierros y refacciones.
Ariel era cálido, ingenioso y puntilloso, no era ingenuo y tampoco malicioso, era esencialmente bondadoso. Nunca olvidaré que tras una larga ausencia, este columnista regresó con dificultades de California a Parras, con escalas forzadas en Arizona y Chihuahua donde el vehículo del viaje se destartaló. Arribar a Parras en autobús y sin ánimo de nada fue notado por Ariel que, con su entusiasmo, ofreció su compañía y su herramienta para ir a Chihuahua por el carro. Así lo hizo y lo reparó. Nunca olvidaré que Ariel se lanzó en mi ayuda en plena adversidad.
En otra ocasión viajamos a la capital y por sugerencia de Ariel llegamos al Hotel San Diego, por las calles de Luis Moya, frente al Cabrito Hevia. Alguna vez Ariel se hospedó en ese hotel con su papá, el inolvidable maestro don Jesús Salas Flores, un hostal que hasta la fecha frecuentamos. Queda el recuerdo de una foto de ambos en la barra del Tenampa.
Otra imagen que recuerdo con nitidez es la de otro viaje, esta vez a Tuxpan, cuando en la Central del Norte de México, unos agentes federales nos pidieron identificación y la apertura de maletas. Y en eso estábamos cuando escuchamos el grito de “¡Kalimán!”, mi apodo en Secundaria, “no molesten a los amigos”, les dijo el comandante Cadena a los agentes y luego nos acompañó al andén del autobús. “Nos conocimos en un internado”, traté de explicarle a Ariel. “¿En la cárcel?”, inquirió con suspicacia. Nunca me creyó que en un colegio Adventista.
Ariel fue un amigo verdadero que siempre nos tendió su mano franca. Hoy está con sus progenitores doña Daría y don Jesús, con su bienamado sobrino Lalito. ¡Summa cum laude, amigo Ariel! Los máximos honores a tu generosa, leal y sincera amistad.