Arte y naturaleza

Opinión
/ 21 julio 2023
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Mi abuela no tuvo un gran jardín en su casa, pero tenía plantas por todos lados. Reutilizaba botes de plástico como macetas para hacer germinar semillas de frutas que quedaban en la cocina. Como ella y yo no vivíamos en la misma ciudad, no podía ver cuáles se lograban. Eso sí, cada vez que la visitábamos dos veces al año tenía plantas nuevas, unas más grandes y frondosas que otras. Nunca faltaban las hierbas de olor.

También cultivaba plantas con flores. Durante años tuvo un Aretillo hermoso; mi abuela lo cuidaba mucho y cuando tenía flores y las nietas estábamos en su casa, nos las ponía en las orejas o el cabello. Un año se secó, pero sembró una nochebuena que con el paso de los años se hizo árbol. De igual manera, un día se secó y sembró una granada que sigue viva. Mi abuela ya no. Menciono todo esto porque además de cuidar, de muy diversas formas a toda su familia, siempre cuidaba sus plantas. Decía que “la buena mano” se hace con el tiempo y con la paciencia.

Cuando estudié arte, mis dos tutores, David Renaud (artista conceptual) y Xavier Zimmerman (fotógrafo), me pidieron que investigara sobre la noción del jardín. Nuestras pláticas giraban en torno al descubrimiento nuevos paisajes y el exotismo, pero estábamos en Francia y las estéticas de los jardines se siguen conservando desde hace siglos a partir del pensamiento eurocentrista en donde la estética va del modelo hegemónico de la belleza. Yo les hablaba de la fortaleza de las plantas del semidesierto, de las familias de Yucas que se sostienen al borde de la carretera como cuidadores del territorio, de cómo se extienden las raíces de la gobernadora o del mezquite en búsqueda de agua. También les decía que en México cualquier contenedor es perfecta para hacer crecer la vida -desde una tina de lavadora hasta una cubeta de pintura-. Ellos lo veían con el exotismo del precario tercer mundo, yo lo veía como actos naturales de resistencia.

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Comparto esto porque hace relativamente poco tomé mayor claridad del ecofeminismo y cómo algunas artistas, como la gran Cecilia Vicuña o Agnes Denes, ya dirigían sus prácticas y procesos artísticos al pensamiento, conciencia y cuidado de la naturaleza ligado con el feminismo, quizá incluso desde antes de definirse el término antes mencionado.

Digamos que estas líneas son una introducción a lo que estaré compartiéndoles en próximas semanas: obras y artistas contemporáneas latinoamericanas que se han volcado a la observación, creación y/o el cuidado de la tierra, desde las manifestaciones bidimensionales pictóricas o fotográficas hasta las huerteras que enuncian sus posturas políticas, pasando por las acciones comunitarias o instalaciones simbólicas.

Lejos de la visión individualista y capitalista de la propia modernidad, muchas artistas priorizan la valorización de la relación comunidad-naturaleza, experimentando procesos lentos, cíclicos, donde de manera colectiva fortalecen las formas de compartir saberes y conocimientos ancestrales del cuidado de la vida.

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