¿Asistimos a una nueva concepción de la idea de la democracia en México?
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Norberto Bobbio (1909-2004), referencia de la ciencia política, nos invita para entender la idea de la democracia a diferenciar entre lo ideal y lo real.
La democracia ideal es esa fabulosa e idílica idea de que el pueblo es quien manda, una especie de paraíso terrenal donde hay un equilibrio y un orden. Una sociedad como la ateniense donde todos los problemas, decisiones y soluciones se dan de forma colectiva en el ágora. O nos la imaginamos como en la primera comunidad cristiana donde los creyentes todo lo compartían y donde los problemas de uno eran los problemas de todos. Perdón, eso no pasa en ningún lado, eso es un ideal. Es lo que llamamos el ideal democrático.
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En muchos casos querer compararnos con las democracias nórdicas y las liberales de los países sajones es un grave error, porque el contexto y la realidad que se vive en esos territorios reclaman otras formas de implementación, otras políticas públicas, otros tipos de negociaciones. Los problemas son distintos, por lo tanto, las soluciones y las tomas de decisión deben ser distintas. Y es lo que no alcanzamos a entender.
La democracia real es eso que vivimos durante 71 años −aunque Vargas Llosa le haya llamado la dictadura perfecta–, los doce años que nos chutamos de azul y blanco con políticas económicas que favorecieron el libre mercado y, los últimos cinco, bajo el modelo de ciudadanía republicana donde se ha priorizado el combate a la pobreza, con las políticas públicas que usted ya conoce.
Con relación a lo que ha oído sobre que estamos cerca de la dictadura o el comunismo –que entre sí son cosas diametralmente opuestas–, seguro que quienes alucinan al respecto no tienen ni la menor idea de lo que implica la implementación de estos modelos de gobierno. Como sea, en el proceso histórico de nuestro país hemos vivido en democracias defectuosas, pero finalmente democracias.
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Algunos autores ligados a la Filosofía Política –como Bobbio, Sartori o Dahl– afirman que para que una democracia sea tal, se requiere que el o los gobiernos que la implementen tengan una filiación íntima con la legalidad, la separación de poderes, la organización social, el respeto a la diversidad, la garantía de los derechos de equidad y de igualdad, el respeto a la diversidad y a las minorías, la transparencia, la rendición de cuentas, el acceso a la información pública y la primacía de los derechos individuales, la solidaridad, la negociación, la toma de decisiones, la participación de la sociedad civil, la asistencia mutua, los compromisos solidarios, la responsabilidad de lo público por encima de lo individual y la justicia social, entre otros. Si no, no hay tal cosa.
Lo que sí hay que aclarar es que tanto las sociedades que se generaron a partir de la cosmovisión corporativista y presidencialista del PRI, la idea de sociedad de libre mercado que favoreció el PAN y la propuesta de Morena implementadas por el gobierno en turno a través de sus políticas públicas, todas han estado encuadradas en la perspectiva de la democracia. Defectuosas, como lo afirma la Unidad de Inteligencia de The Economist, pero democracias. Otra vez, no puede ser igual una democracia que otra, porque las condiciones contextuales son distintas.
Si se pondera a las democracias nórdicas, por ejemplo, es que las condiciones poblacionales, culturales, territoriales, donde los procesos electorales; el pluralismo, el funcionamiento del Gobierno, la participación política, la cultura política y las libertades civiles han operado de tiempo atrás de manera distinta. No las podemos comparar al contexto mexicano donde la hegemonía del Gobierno de un sólo partido, el favorecimiento del modelo de libre mercado y la idea de una democracia social-humanista, que no acabó de cuajar, marcan una distancia abismal con este tipo de comparaciones que resultan odiosas.
En ese sentido, identificar la diferencia entre democracia ideal y democracia real es muy importante, si no la decepción –como nos ha ocurrido– y la desilusión afloran. Eso es lo que no hemos podido conciliar en nuestro país y es aquello que nos mantiene total y completamente polarizados. No de ahora, sino desde hace cualquier cantidad de años.
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Ahora, otro dato importante, es que las democracias están en constante cambio, en constante evolución y eso es lo que nos ha ocurrido en últimos tiempos. Habrá que ver lo que pasa en una buena cantidad de países donde afloran visiones distintas de concebir la sociedad, sin embargo, aunque le parezca raro, también son democracias. Lo que vive El Salvador con Bukele, Argentina con Milei –que podría llegar a la presidencia–, con la vuelta de Lula en Brasil, con Gabriel Boric en Chile, con Biden en Estados Unidos, con Justin Trudeau en Canadá o con Andrés Manuel en México, le guste o no, son democracias.
Por eso, lo que ahora vemos: un Presidente que pese al deber ser de un jefe de Estado marca la agenda de las campañas de unos y otros. Empresarios en el backstage usando prestanombres para conseguir implementar sus visiones de país porque les falta valor para poder competir. Partidos sin ideología que no saben a dónde van, bueno, saben que quieren el poder a cualquier precio. Medios de comunicación social que no ocultaron más sus preferencias partidistas. La reaparición de la ultraderecha siempre en el ostracismo por su impopularidad histórica. Un instituto electoral desde hace tiempo pusilánime. Una ciudadanía apática. Pero lo asombroso de todo: dos mujeres contendiendo por la presidencia de la República. ¿Asistimos al final de una concepción tradicional de la democracia en México y al comienzo de otra? ¿Qué dice usted? Así las cosas.