Saltillo: Entre la sequía y la inundación
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Cada año, las lluvias vienen a poner en su sitio a quienes, bajo el manto de la mercadotecnia y la publicidad, se erigen como los mejores alcaldes del país
Todos en estas tierras del semidesierto sabemos del valor que tiene el agua. Lo dejaremos simplemente así, el agua es vida. No sólo como alegoría, sino como realidad, y tenemos en el subsuelo muy poca; lo otro es que, cuando llega –como ha pasado por estos últimos días–, lo hace con tanta intensidad que, a pesar de la experiencia de vivir en estas tierras –concretamente en Saltillo– por más de 448 años, las autoridades, antes y ahora, han hecho poco o nada al respecto.
Por supuesto, se trata siempre de cacaraquear huevos que le alegran la vista a la ciudadanía, pero que son poco consistentes. Cada año, las lluvias vienen a poner en su sitio a quienes –los gobernantes–, bajo el manto de la mercadotecnia y la publicidad, se erigen como los mejores alcaldes del país, probablemente para medirse un poquito: si no es la segunda, es la tercera mejor ciudad del país. Es lo que ingenuamente muchos siguen creyendo, es lo que nos venden y es lo que les compramos.
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La situación para los gobernantes que tienen el problema de la escasez o del temporal por el fenómeno que usted quiera, es que ni están preparados para enfrentarlos ni tampoco quieren solucionarlos. Le aseguro que, con todas las diversas situaciones que se dieron en la ciudad –avenidas llenas de agua, hogares inundados, carros varados, colonias complicadas, accidentes por todas partes–, en fin, las cosas seguirán igual.
Recarpeteo, parches, discursos, sonrisas y a pedirle a Tláloc que septiembre no traiga otras lluvias que desnuden la ineficacia, la falta de previsión y de prospectiva a la que históricamente le han sacado la vuelta.
El agua, deberían saberlo quienes nos gobiernan, nos trae muchos beneficios ecológicos: la recarga de acuíferos y de ríos, el mantenimiento de los ecosistemas, la reducción de la contaminación del aire, la mejora de los cultivos, el riego natural, la fertilización del suelo y el subsuelo, el abastecimiento de agua a las comunidades; previene las sequías, genera una regulación térmica, controla los incendios forestales, en fin, son tantos beneficios que probablemente el ignorarlos ha puesto en evidencia la falta de una cultura de prevención y de prospectiva con el tema de las lluvias.
Al momento, Saltillo depende de cuatro acuíferos subterráneos profundamente sobreexplotados y de 80 pozos de extracción. La mayor recarga proviene de la infiltración de lluvia en la Sierra de Zapalinamé, pero las cosas seguirán complicándose. Lo otro es que cuando llueve también se complica. ¿Se habrán planteado alguna solución al tiempo la administración municipal y estatal actual? ¿O seguirán con la autoilusión complaciente de las encuestas de que son los mejores gobernadores o alcaldes del país?
Otra vez, probablemente se requiere de que los drenajes y los sitios de reserva sean un poco más visibles, que no sean lejanos y que sean por arriba de las calles para que en su análisis valga la pena apostarle a un proyecto serio –aunque sea largo y lento–, pero que solucione los problemas de una ciudad que, paradójicamente, o le falta agua o el agua le complica una vez que la tiene.
Sin lugar a duda, se requieren sistemas pluviales –que no son visibles y difícilmente se pueden presumir–, canalización de algunos arroyos y, por tanto, depósitos para guardar esa agua y que no se vaya; pozos de absorción para retener y filtrar el agua; zonas destinadas a almacenar temporalmente el agua de lluvia, drenajes sostenibles que sirvan para recargar acuíferos.
Se requiere de embalses de avenidas –estructuras hidráulicas para almacenar temporalmente grandes volúmenes de agua o escurrimientos– que eviten inundaciones (como las que hemos vivido) y sirvan para reducir la velocidad del flujo de agua. Se requieren desagües, mantenimiento del drenaje existente (limpieza constante).
De la misma manera, una legislación que se aplique e impida construir en zonas de escurrimiento, en las riberas de los arroyos o en zonas donde históricamente ha habido avenidas de agua. Apelar –por parte de la ciudadanía y de las administraciones– y exigir a los desarrolladores construir drenajes pluviales y asumir mantenimiento, por ejemplo, en las colonias del norte de la ciudad.
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Y para la ciudadanía es importante dejar de tirar basura en las calles, en las colonias para evitar taponamientos. Realizar campañas que redunden en creación y aplicación de leyes que pongan multas severas a quien siga sin entender de la necesidad de proteger y cuidar el medio ambiente, en este caso, las calles. Generar ejercicios de prevención sobre áreas inundables y recolectar quejas sobre cambios de cauces de ríos y arroyos. ¿De veras nos creemos que vivimos en una de las mejores ciudades del país?
Vean las consecuencias de las lluvias en esta temporada. Y para nuestros servidores públicos, si quieren seguir teniendo la aprobación de los votantes, tienen en el cuidado, la preservación y la infraestructura de embalses de avenidas un área de oportunidad permanente para seguir en el poder, porque es tan importante lo que no se ve como lo que se ve. Así las cosas.