Benedicto XVI
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El último día de 2022 recibimos la noticia del fallecimiento de Benedicto XVI. Ese alemán tímido e intelectual, cardenal Joseph Ratzinger, quien fuera papa entre dos pontificados sumamente carismáticos: el de Juan Pablo II y el de Francisco. Frente a Benedicto las calles y plazas del mundo no estallaban con la algarabía que suscitaba su predecesor y suscita su sucesor.
En el verano de 2011 estuve en la Plaza de San Pedro, el ánimo imperante estaba muy lejos de lo que viví en otros escenarios frente a Juan Pablo II. En 2012, asistí en Roma a una reunión internacional de legisladores católicos, después de una semana de misas y conferencias, decidí tomar un avión para participar en un par de reuniones de trabajo de cara a mi regreso al sector privado. Debido a ese viaje, perdí la oportunidad de saludar al entonces Papa, en una audiencia privada que concedió a los asistentes al encuentro de legisladores.
En su juventud, cerrando filas con los progresistas, Ratzinger impulsó la apertura de una Iglesia cerrada, hasta que se logró concretar en el Concilio Vaticano II, la gran transformación impulsada por Juan XXIII y que terminó con Pablo VI. Los conservadores no quedaron contentos con los resultados y los progresistas tampoco, los tacharon de insuficientes.
Durante el pontificado de Juan Pablo II, Ratzinger llegó a presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde se le ubicó como teólogo conservador, “el guardián de la fe” que se enfrentó y cerró el paso a la Teología de la Liberación en América Latina, misma que surgió al calor de los duros procesos de descolonización de los pueblos oprimidos; mientras tanto, en Europa, Ratzinger enfrentó a quien fuera su gran amigo, el teólogo Hans Küng.
Tanto Juan Pablo II, como Ratzinger, reafirmaron la Doctrina Social de la Iglesia que propone una clara opción preferencial por los pobres. Sin embargo, como crecieron y vivieron los horrores del estalinismo, tendieron a prejuzgar negativamente las iniciativas y propuestas de un sector de la Iglesia Latinoamericana que enfrentaban a las derechas autoritarias que reprimían, asesinaban y aterrorizaban a los pueblos.
Las dictaduras en Brasil, Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay y Centro América, particularmente en El Salvador, son muestras históricas de ese terror conocido como “guerra sucia”. La Iglesia logró marcar su línea frente a esas dictaduras. Esa línea fue más clara en unas que en otras.
Por ejemplo, encuentro grandes similitudes en los mensajes de Juan Pablo II en su visita a Chile con Pinochet y a la Cuba de Fidel. En ambos la oposición celebró su contenido liberador, sin dejar por ello de condenar al bando opuesto, en ambos mensajes destacan frases que celebraron e incomodaron a uno y otro dictador, Fidel en la Plaza de la Revolución y Pinochet en La Moneda. Esta ambivalencia pone de manifiesto lo complejo de no pertenecer a ninguno de los dos bandos.
Considero que sólo podemos valorar a Benedicto XVI a la luz de sus actos durante su pontificado, no por lo hecho con Juan Pablo II. Ahí vemos sus frutos a celebrar o sus acciones que pudieran condenarse. Por mi parte, celebro que como Sumo Pontífice de la Iglesia católica haya destapado la cloaca de corrupción y de abusos sexuales en el clero y en la curia romana. Defenestró a Marcial Maciel y lo envió al basurero de la historia, donde debe estar. Inició un proceso de transparencia en las finanzas del Vaticano y puso a disposición de la justicia a los prelados corruptos que robaban en nombre de Dios.
Buscó reafirmar la complementariedad de la fe y la razón y de la Iglesia en las democracias liberales. Su diálogo con el filósofo marxista Jürgen Habermas fue muy fructífero. A sólo tres meses de asumir la silla de San Pedro, invitó al Vaticano a su examigo Hans Kung, mandando así mensajes de apertura y reconciliación. Antes de anunciar su retiro, quitó todo obstáculo al proceso de beatificación del martirizado arzobispo de El Salvador, Óscar Arnulfo Romero. Sus mensajes en materia de cuidado al medio ambiente fueron la base inicial desde la cual partió Francisco para su primera encíclica, Laudato Si. Más importante aún, sin Ratzinger no hubiera sido posible Francisco. Benedicto fue el puente entre una iglesia y otra. Así son los líderes que parecen aburridos. Hacen mucho y hablan poco.
En otros frentes, como la homosexualidad, las personas divorciadas, entre otros, seguramente su saldo fue limitado. La Iglesia cambia a paso lento, pareciera que no tiene prisa, pero cambia y sus cambios no tienen reversa. De ahí la importancia de pasar la estafeta a Francisco, que pone el acento en temas y asuntos que ocupaban una posición secundaria en el pasado, aunque siempre hayan estado en los textos doctrinales.
@chuyramirezr