Café Montaigne 328: La muerte infausta de cuatro intelectuales
COMPARTIR
Días negros la semana pasada. Aquí en el vecindario murió el historiador Lucas Martínez. La prensa ha dado amplio testimonio de su partida, de su biografía y sus logros
Caray, qué poco dura la vida eterna. Dos días negros la semana pasada. Y no lo digo por la sevicia y brutalidad, la cual sigue sin control en este México abnegado y de rodillas con los criminales, los cuales ya mandan en amplias zonas del país; no lo digo por los atiriciados de cuerpo y corazón, los cuales aquí en el vecindario se siguen suicidando a puños; no lo digo por la errática manera de gobernar de Claudia Sheinbaum, no; digo que fueron días negros por la muerte infausta de cuatro intelectuales.
La semana pasada murió el gran cineasta David Lynch, murió la escritora Luisa María Valenzuela (de la cual no he leído mayor cosa en honor a la verdad), y primero desapareció en un pequeño pueblo pesquero de Inglaterra y luego apareció muerto en condiciones extrañas, el poeta mexicano Julio Trujillo (1969). Se especula al momento de redactar esta nota, que fue suicidio. Lo bien cierto es que el escritor ya está muerto. De ser eso, un suicidio, lo hizo de una manera consciente y plena. Y aquí, en el vecindario, murió el historiador Lucas Martínez.
TE PUEDE INTERESAR: Block de notas (41): Tiempos de tempestad
El poeta Trujillo estuvo publicando en sus redes sociales (lo cual, insisto, todo lo pudren. Y aquí, y no en otra, es de donde se desprende que pudo haber sido suicidio) fragmentos de escritores, citas, versos, frases, aforismos, donde recurrentemente hacía referencia a ello. Se quiere ver o hurgar en el sentido psicológico de dichas citas recurrentes. La verdad, sólo él la sabe, si acaso fue un suicidio, como lo ha sido el suicidio en ingente cantidad de escritores: Cesare Pavese, Ernest Hemingway, Sylvia Plath, Jorge Cuesta...
Aunque no lo he leído del todo bien, me gusta la poesía de Julio Trujillo y me he dado a la tarea de comprar sus libros para leerlo y así rendirle homenaje. Para mí ya es totalmente intrascendente si tuvo algún percance o si este se suicidó. La vida aprieta ya demasiado y, cuando ello ocurre, el suicidio, insisto, es una solución, no un problema. En su última publicación en sus redes sociales citó los siguientes versos de Gilberto Owen:
“Ya no va a dolerme el mar,
Porque conocí la fuente”.
Días negros la semana pasada. Aquí en el vecindario murió el historiador Lucas Martínez. La prensa ha dado amplio testimonio de su partida, de su biografía y sus logros. Me ha afectado su muerte por dos motivos: no éramos amigos y lo éramos. En este medio de la historia, el arte, el periodismo, la escritura, nadie es una ínsula, aunque somos insulares todos y todo el tiempo. Conocí a Lucas Martínez en dos o tres tertulias de trabajo bajo convocatoria del grupo editorial “Milenio” para la redacción, a varias manos, de un libro colectivo con motivo de la gastronomía de Coahuila, el cual ya está en edición. Luego de las juntas de trabajo, compartíamos el pan y la sal. Un par de mezcales de rigor. Fue allí donde se advertía y muy rápidamente su erudición, carisma y don de gentes.
No pocas veces en esas reuniones me felicitaba por mis textos de periodismo. Pero sobre todo, el maestro Lucas Martínez me comentaba que no dejase de explorar a Dios en la tertulia sabatina de “Hablemos de Dios”, lo cual usted y yo tenemos años haciéndolo en este generoso espacio de VANGUARDIA los días sábados desde hace años a la fecha.
ESQUINA-BAJAN
El maestro e historiador me habló de mis textos con pasión y dedicación. Me dijo que los apilaba en su folder respectivo. Un halago. Cuando alguna vez en año pretérito jugueteé con la idea de dejar “descansar”, digamos, dicho tema de reflexión y conocimiento (hablar de Dios no desde la fe, sino desde la razón), uno de los lectores, los cuales me pidieron no hacerlo, fue precisamente el maestro Lucas Martínez.
TE PUEDE INTERESAR: Fallece el historiador Lucas Martínez Sánchez, director del Archivo General de Coahuila
Otro historiador de la localidad fue quien me dijo de su muerte justo el día en que ocurrió. Enterado plenamente de la tragedia, me contó el interlocutor que el maestro Martínez había muerto de una especie de obstrucción intestinal. Que tenía semanas o meses con su salud deteriorada e incluso usaba un bastón para apoyar sus pasos y andar sobre la tierra. En esas condiciones no lo vi. Yo lo recuerdo alto y garboso.
Y caray, de ser cierta esta información, pues viene a cuento una y otra vez el tema recurrente en nuestro “Block de Notas”, el cual ya es una piedra de toque para todos los lectores: el ir al retrete para orinar y defecar es obligado en nuestra vida saludable. Es obligado para tener una vida saludable. Y claro, ir al retrete a hacer nuestras necesidades fisiológicas (cochinadas, pues) depende grandemente o 100 por ciento de lo que comemos y bebemos diario. La vida depende de lo que merendamos. La vida depende de ir a expulsarlo de alguna u otra manera, pero hay que hacerlo.
Y el otro motivo por el cual estoy impresionado de la muerte del maestro e investigador es porque él era más joven a su servidor. Bueno, todo mundo es más joven a quien esto escribe. Pero pensé que el historiador, si no tenía mi edad, era un año más grande que yo. No, tenía 57 años al momento de su muerte. Yo tengo 59 años, muy raspados, por cierto. Muy raspados ya. Y de ser cierto que murió por problemas intestinales, pues el tema de literatura y retrete aquí planteado, ya es obligado llevarlo a un puerto firme llamado: un libro total al respecto.
LETRAS MINÚSCULAS
Y rueda rodando, todo tiene que ver con todo: releyendo “El Diario de Ana Frank” por cumplirse el 80 aniversario de su muerte, estoy subrayando los párrafos donde habla del retrete. ¡Impresionante!