Calladito no te ves más bonito, pero fastidias menos
Vivimos en un mundo de ruido constante, mucho más que en ninguna otra época que haya conocido la humanidad. Desde que las redes sociales han multiplicado las vías de comunicación, nuestro día a día es un bombardeo incesante.
Nuestro teléfono celular nos manda las “alertas” de las últimas noticias, por otras aplicaciones nos llegan opiniones de Twitter, notificaciones de Instagram y otras redes, por no hablar de los temibles grupos de WhatsApp que disparan palabras y memes sin cesar. Camino al trabajo, hay quien escucha en el transporte público su programa favorito sin audífonos, hasta que entran dos raperos y tras poner el equipo de música a todo volumen, empiezan a improvisar letras sobre los pasajeros. Ya en la oficina, el murmullo de las conversaciones de los compañeros son la banda sonora de la jornada. Ruido, ruido y más ruido. Es como si el silencio hubiera quedado relegado a los monasterios, o fuera un peligroso agujero negro que hay que llenar con cualquier cosa antes de que nos trague.
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El ensayo “Cállate”, del periodista Dan Lyons, abre con la siguiente pregunta: “¿Hace falta que todas las personas de este planeta expresen al mismo tiempo todas sus opiniones sobre todo lo que ocurre?”. La cita es del youtuber Bo Burnham, y anticipa la tesis del libro: justamente porque vivimos en medio de una cacofonía constante, cerrar la boca es una medida tan generosa y oportuna como terapéutica con uno mismo.
Lyons asegura que aprender a callar nos ayuda a progresar profesionalmente, ya que reducimos las posibilidades de meter la pata, además de presentar ventajas para la salud. Sin duda, intentar transmitir su mensaje en medio del caos de personas que pretenden lo mismo es altamente estresante, además de frustrante. Muchas veces la persona que tiene más crédito es la que se mantiene a distancia de las polémicas o de la lucha por llamar la atención. Esto está en sintonía con dos claves de un libro de inspiración maquiavélica publicado en 1998 por Robert Greene: “Las 48 Leyes del Poder”.
La 4ª es decir siempre menos de lo necesario, y lo justifica así: “Ten en cuenta que cuanto más digas, más vulnerable serás y menor control de la situación tendrás (...) Las personas poderosas impresionan e intimidan por su parquedad. Cuanto más hables, mayor será el riesgo de decir alguna tontería”.
La 16ª utiliza la ausencia para incrementar el respeto y el honor, se anticipa varios años a la locura creada por las redes sociales, y dice: “Demasiada oferta reduce el precio: cuanto más te vean y oigan, tanto menos necesario te considerarán los demás (...) Un alejamiento temporal hará que hablen más de ti, e incluso que te admiren (...) Recuerda que la escasez crea valor”.
Estas dos recomendaciones van contra corriente respecto a lo que hacen millones de personas en las redes: darse codazos para ser vistas y oídas, aunque sea unos segundos en un reel. Lo que propone Greene es justamente lo contrario. En un mundo dominado por el ruido, la persona más interesante es la que calla, pues el silencio nos dota de misterio, que es el ingrediente clave de la seducción.
Como ya no estamos habituados a callar, volvamos al reciente libro de Dan Lyons, que propone cinco caminos:
Siempre que sea posible, no diga nada. A no ser, como reza un proverbio japonés, que sus palabras sean mejores que el silencio. En palabras del autor de “Cállate”: “Hay que ser Harry el Sucio, no Jim Carrey”.
Descubra el poder de las pausas. Los grandes oradores son conocidos por cómo gestionan el silencio. Espere dos segundos antes o después de hablar, respira, deja que la otra persona procese lo que acabas de decir. Un silencio a tiempo equivale a mil palabras.
Deje las redes sociales. La mayoría de las plataformas están diseñadas para crear adicción. Si por su trabajo no puede abandonarlas del todo, al menos dosifique su uso.
Busque el silencio. “La sobrecarga de información nos lleva a un estado de agitación y sobreestimulación constante, lo que provoca problemas de salud e incluso puede acortar nuestra vida”, asegura Lyons. Dele un respiro a su cerebro a través del silencio.
Aprenda a escuchar. Esta es una forma muy productiva de callar, pero requiere un esfuerzo activo. Implica poner los cinco sentidos en lo que el otro está diciendo, sin juicios ni parloteos mentales. Además, como señala el autor: “Nada hace más feliz a la gente que sentir que la escuchan y la ven de verdad”.
Cuando somos capaces de mantener la boca cerrada, lo que ocurre después es increíble, asegura Lyons, ya que nos sentiremos más tranquilos, menos ansiosos y con un mayor control sobre nuestra vida.
Así que en este mundo tan bullicioso y lleno de distracciones, debemos llegar a comprender la verdadera importancia del silencio. El acto de cerrar la boca puede ser una medida tan liberadora como terapéutica.
Aprender a callar no significa simplemente abstenerse de hablar, sino también desarrollar la capacidad de escuchar de manera activa y profunda. En un mundo donde la comunicación parece estar dominada por la cantidad en lugar de la calidad, el silencio se convierte en un recordatorio de la importancia de la pausa, la contemplación y la conexión genuina con los demás.
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Este nos brinda la oportunidad de reflexionar antes de hablar, evitando así cometer errores impulsivos, y nos permite cultivar una presencia más impactante y misteriosa en un mundo saturado de ruido digital.
Al encontrar momentos de silencio en medio del bullicio cotidiano, podemos descubrir una mayor tranquilidad mental y una sensación renovada de control sobre nuestra propia vida.
En resumen, el silencio se revela como una herramienta poderosa para navegar por el mundo moderno con autenticidad y sabiduría. Al aprender a callar, no sóo encontramos paz interior, sino que también cultivamos relaciones más profundas y significativas con los demás. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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