Claudia vs. Xóchitl: Respeto presidencial y debates, indispensables para el 2024
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La primera lección del proceso electoral del 2024 en México es que la calidad de la democracia mexicana no se extiende a la selección de candidatos. El ejercicio inédito que intentó la alianza opositora tuvo una conclusión desaseada. Si uno promete una votación, lo ideal es mantener esa promesa. El proceso del partido oficial, mientras tanto, ha estado muy lejos de cumplir la promesa presidencial de higiene democrática y renovación moral. Ahí están las cuentas del dinero gastado y la evidencia de la propaganda desfachatada que desplegó el aparato partidista para impulsar específicamente el reconocimiento de la candidata preferida del único hombre que importa en Morena.
La solución, por supuesto, sería aprovechar la experiencia del INE para, en el futuro, dar certidumbre total a los procesos de elecciones primarias. Que los votantes escojan en las urnas a los candidatos para luego escoger al presidente. Es lo ideal, y hacia allá hay que ir.
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Por ahora habrá que enfocarse plenamente en la elección que viene. Más allá de afinidades o diferencias ideológicas, lo primero que hay que celebrar es que México tendrá su primera presidenta. Será un parteaguas, gane quien gane.
Pero romper esa barrera de género no es suficiente. La elección presidencial del año que viene deberá estar a la altura de lo conquistado desde la alternancia y aprender de lo que ha dejado cada votación.
La primera gran prueba será para el Presidente de México. Desde hace un cuarto de siglo, la democracia mexicana poco a poco ha conseguido que el presidente en turno se retire de la arena pública y resista la tentación de involucrarse en la contienda. Andrés Manuel López Obrador ha hecho lo opuesto (también en eso ha estado muy por debajo de la renovación moral que prometió). El Presidente ha inclinado de manera indebida la balanza en la selección del candidato de su partido y se ha inmiscuido en el proceso de sus opositores. Por eso es primordial que evite intervenir en la elección donde se definirá su sucesor.
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Debería ser impensable que el hombre que se quejó amargamente de la intromisión en su contra de los presidentes anteriores, ahora ceda al narcisismo tóxico de involucrarse en una contienda que ya no es suya. López Obrador enfrenta una disyuntiva: puede pasar a la historia como el hombre que respetó plenamente el proceso electoral con el que concluye su mandato, o ser recordado como el presidente que volvió a incidir donde un presidente no debe meter las manos. Es la diferencia entre lo legal e ilegal, pero sobre todo entre lo moral y lo inmoral.
Otra gran prueba para las candidatas y sus partidos será promover los debates presidenciales pertinentes. El INE también enfrenta una disyuntiva: puede ceder a las presiones que seguramente vendrán para reducir el número de debates o erosionar su producción hasta hacerlos una vez más ejercicios estériles, o puede construir sobre los debates inéditos que organizó el instituto en el ciclo electoral pasado y robustecer la democracia desde su esencia: la deliberación de ideas.
No tengo ninguna duda de que la tentación de algunos actores políticos será deteriorar la cultura del debate que se ha construido poco a poco y contra viento y marea. Sería un error grave.
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Las dos mujeres que se disputarán la preferencia de los electores ofrecerán dos visiones muy distintas del país. Las diferencias entre Sheinbaum y Gálvez son muchas y sustanciosas. El INE deberá canalizar la polarización de los últimos años, y los contrastes evidentes entre las candidatas, hacia el escenario del debate. La ley establece la realización de un par de debates, pero no define a detalle su formato o alcance. Por el bien de la democracia mexicana, lo mínimo que se debe esperar son tres ejercicios como los que vimos en 2018. Cualquier otra cosa implicará una pérdida para los electores, que verán reducida su capacidad de discernimiento, y una derrota para la democracia mexicana.
Si el Presidente de México logra comportarse a la altura y la cultura de debate del país no sólo sigue en pie, sino se enriquece, iremos por buen camino. Si ocurre lo contrario, podremos sumar la regresión de nuestros procesos electorales a las muchas otras regresiones que nos ha dejado este sexenio.