Coahuila: La toma de protesta... reflexiones
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“El baile se celebraba con gran pompa y con esmero”, cantaba el Rey del Taconazo.
Para las nuevas generaciones, el Rey del Taconazo era don Lalo González “El Piporro”, increíble actor, humorista, comediante, cantante y autor, encarnación de todo lo lindo y todo lo bueno que significaba ser gente del noreste mexicano.
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Lo aclaro porque no ha de faltar el centennial despistado que por “Rey del Taconazo” imagine que se trata de un influencer tiktoker vocero de la comunidad trans. Hablamos de tacones muy diferentes de una generación a otra.
El caso es que la capital coahuilense estuvo de fiesta y de manteles largos el pasado fin de semana con motivo de la toma de posesión del nuevo Gobierno Estatal.
Se convocó para esta ocasión a darse cita en el Auditorio del Parque Las Maravillas, con un aforo para cerca de 15 mil almas.
No recuerdo bien quién fue el primer gobernador electo cuyo ego no cupo en el recinto del Congreso del Estado y hubo que buscarle para su coronación una sede tamaño XXL, más acorde con lo que creía merecer.
Me parece que fue Enrique Martínez y Martínez, quien allá en 1999 hizo su juramento como Jefe del Ejecutivo Estatal en la Casa de los Saraperos, el Estadio de Beisbol Francisco I. Madero, donde fue abrazado y felicitado hasta por su tocayo, Kike el Conejo.
Obviamente, la asunción al poder del sucesor, Humberto Moreira Primero “El Bailador” no iba a ser menos apoteósica. Así que a falta del Coliseo Romano o de un Maracaná, se tuvo que conformar con el Auditorio Las Maravillas, seguido de un día entero de verbena popular en el parque adyacente.
Su hermano y sucesor, Rubén el “no anda uno para mamadas” Moreira, llegó al poder en medio de un enorme descontento popular, por lo que su toma de protesta se tuvo que achicar muchísimo y ser llevada a un Teatro de la Ciudad fuertemente custodiado.
Y Miguel Riquelme... Bueno, de Riquelme no me acuerdo, pero a nadie le importa.
Desde luego, en todas partes se cuecen habas. La fastuosidad es el principal síntoma de un político en trayectoria ascendente.
La moderación, la mesura, la sobriedad es para los tibios, que no tienen aspiraciones de pasar de perico-perro (NOTA: siempre me ha intrigado mucho la posible apariencia de ese mítico críptido, mitad loro, mitad can: el “perico-perro”, pero eso lo analizaremos en otro momento).
Lo que debería ser un acto administrativo, solemne y meramente protocolario, acaba por convertirse con no poca frecuencia en una auténtica unción para otorgarle plenipotencia y facultades por encima de las leyes al nuevo gobernante, y para que sean los súbditos en realidad quienes le juren lealtad, obediencia y sumisión eternas (por seis años).
De esto no se escapan ni los presidentes de los Estados Unidos y es que tampoco hay que ser tan ingenuos como para suponer que una cabeza de estado se limitaría a hacer su juramento en una sesión austera para, acto seguido, recogerse las mangas y ponerse a calentar su ejecutiva silla.
Obviamente, la magnificencia en una toma de protesta es una demostración de autoridad, de control y de gobernabilidad. Y eso está bien. De igual forma puede ser un alarde de fortaleza, de poder de convocatoria y un claro mensaje político para su oposición.
La toma de protesta del nuevo gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez Salinas, fue también la celebración de su aplastante victoria electoral del pasado mes de junio sobre... sobre absolutamente nadie.
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Desde que la oposición local (PAN) decidió mejor sumarse al claro proyecto ganador en calidad de su “bitch”, y dado que el partido oficial en México, Morena, postuló una candidatura “de a mentiritas” en la “monigotesca” persona del Inge Guadiana, Jiménez ya tenía la victoria asegurada.
La competencia en realidad se dio hacia abajo, en los estratos inferiores, para ver quién iba a salir en la foto con el delfín comarcano y para ganar un asiento en ese juego de las sillitas locas que es el servicio público.
Entonces, el gobernador Manolo festejó el fin de una carrera tersa, sin sobresaltos ni obstáculos. Presentó a su gabinete (que por alguna razón tenía a medio mundo muy preocupado como si en ello se les fuera la vida); presentó también su eslogan e identidad gráfica para darnos algo de qué hablar y desde luego se dejó querer, recibiendo la felicitación y el abrazo de quienes se decían enemigos jurados de todo lo que representa su partido y su estirpe política.
Ver a algunos actores políticos tragar camote es divertido hasta ese momento en que nos percatamos de que en realidad no les molesta y piden incluso un segundo plato de camote y hasta traen tupper para llevar.
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Hay en efecto ciertos mensajes de estabilidad, de gobernanza y de legitimidad que un acto como la toma de protesta deben dejar perfectamente asentados.
Pero es muy tenue la línea que divide la ceremonia cívica del carnaval político; y son habitualmente las hordas de lisonjeros, arribistas y arrimados los que la convierten en actos de sumisión y culto a la personalidad, dándole un tufo a entronización cuando se trata de transiciones emanadas de procesos democráticos.
Y mientras persista esa vocación pública para el vasallaje, no habrá gobierno ni gobernante capaz de hacer una real diferencia.