¿Recuerda usted el cachetadón aquel que Will Smith le acomodó al también actor y presentador, Chris Rock, en la gala del Oscar?
¡Pero qué estoy diciendo! ¡Claro que lo recuerda! Si fue a partir de ese momento que el Príncipe del Rap de Bel Air se precipitó en la desgracia absoluta; socavando sus logros, comprometiendo su futuro y cambiando drásticamente su status de héroe de la pantalla grande a comidilla de los pasquines de chismes. Perdió contratos y simpatizantes por millones, fue señalado por su conducta tóxica y codependiente y quedó cancelado por tiempo indefinido en la congeladora de la infamia.
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Aquel arrebato, lejos de pintarlo valiente o caballeresco, nos lo presentó arrogante, pelele, manipulable e irascible. Un espectáculo bochornoso, incómodo de presenciar.
Y sobre lo que ocurrió más adelante en aquella velada de premiación, ahí sí, es muy poco probable que se acuerde, porque lo cierto es que ya nada más importó. Ni los homenajes, ni los ganadores, ni el propio discurso de aceptación de Smith (que supondría un momento culminante en su carrera), nada trascendió ya, ni se quedó grabado en nuestra memoria, gracias a esa gran fantochada.
¿Se acuerda cuál cinta ganó el Oscar a Mejor Película esa noche?
Yo tampoco y nadie nos podría culpar por ello.
Algo muy parecido aconteció recién en el ámbito político local y regional, pues aunque tuvo lugar la muy esperada asunción del priista Manolo Jiménez como gobernador de esta desvirgada entidad llamada Coahuila de Zaragoza; el evento me pasó francamente de noche, ya que estuve mucho más pendiente del culebrón que se traían en el vecino reino del nuevo Nuevo León.
La fallida intentona de Samuel García Sepúlveda para irse de comparsa a la carrera presidencial, sin perder el control del Poder Ejecutivo en su entidad, fue la cachetada a la gobernabilidad que acaparó por completo mi atención durante todo el fin de semana.
Si ya de por sí “El Samy” García es una bofetada al decoro y al buen gusto, esta vez su desaseo, su irrespeto por las instituciones y su ingenua creencia de que haber ganado una elección le otorga un cheque en blanco para hacer y deshacer a voluntad, lo exhibieron en toda su impericia, inmadurez y “pendejura” (mezcla de pendejez y ternura).
El personajillo que se inventó García Sepúlveda es la idealización del norteño contemporáneo: una reinvención afresada, actualizada y “social media friendly” de la de su predecesor, Jaime Rodríguez Calderón. Samy es la versión 2.0 de “El Bronco”: Actitud retadora, informal y desparpajado; temerario en sus dichos y promesas; amigo de hacer alarde y de exagerar sus logros y sus alcances: aderezado todo con el modo más irritante que tienen para hablar los whitexican norestenses.
Pero detrás de la actitud fanfarrona de García Sepúlveda, dejó entrever al niño que realmente es, uno asustado y con el pañal sucio.
¡Qué divertido fue ver las imágenes de Samy entrando como un bandido, al amparo de la noche y por la puerta de atrás al Palacio de Gobierno nuevoleonés! ¡Y qué delicia fue verlo tratando de enmendar su colosal error, mientras incurría en nuevas y más graves faltas, auténticos delitos como para llevarlo a juicio!: Sedición, usurpación de funciones, desacato a una orden de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y los que le resulten. ¡Chulada!
Y le juro que no es mi aversión a un personaje que de tan sangrón no tendría cabida ni en los peores horarios del Canal 12 de Multimedios Monterrey. Pero los desaciertos de García Sepúlveda fueron catastróficos, por decirlo de una manera conservadora:
1. La aspiración electorera de Samuel era tan irreal y desproporcionada que, a ojos de cualquier analista y ciudadano con sentido común, constituía una estrategia para debilitar la de por sí anémica candidatura de la coalición opositora que enarbola Xóchitl Gálvez. Samuel se largó porque le encanta el argüende electorero y para ganarse el favor presidencial.
2. Es facultad indiscutible de un Congreso designar al suplente para el despacho del Ejecutivo. Mentira que tenga que ser afín o pertenecer al partido del gober ausente, como se cansó de alegar Samy y como sostiene incluso −en respaldo− la candidata del oficialismo, la “doctora Ivermectina”, Claudia Sheinbaum.
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3. Una vez designado el gobernador interino por el Congreso y una vez iniciado el periodo de licencia solicitada por el propio Samuel, éste no debió regresar a sus funciones como gobernador avisando nomás como quien siempre no fue a la fiesta. ¡Carajo! ¿Y todas las instituciones involucradas en el brete: Congreso y Poder Judicial, qué? ¿Están pintadas? Según Samy, sí.
Durante más de 24 horas hubo dos gobernadores en Nuevo León, uno avalado por la Suprema Corte y por el Congreso; el otro sólo por el poder que le confieren sus encaprichados cojones fosfo, haga de cuenta como aquel “presidente legítimo” de ingrata memoria.
Como verá, no hay nada que Netflix, Amazon o Disney Plus pudieran ofrecerme para tenerme más entretenido el fin de semana que el peliculón que se aventó el Niño Fosfo y que, para mi disgusto, acabó con la tibia renuncia del gobernador interino. Supongo que Samuel y adversario se saben mutuamente demasiadas cosas como para llevar sus amagos y bravuconadas hasta donde topen, hasta sus últimas consecuencias.
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Habrá quien no entienda la crisis de gobernabilidad en que pudo derivar el chiste de Samuelito, misma que pudo llegar a ser violenta. Pero estoy seguro de que otros sí serán capaces de percibir la gravedad de este episodio que, para sorpresa de nadie, es imputable también al Emperador Palpatine de esta Guerra de las Garnachas llamada México, mismo que debe estar ahora riéndose en su palacio, con su acostumbrado desprecio por los ciudadanos y las instituciones.
Y una vez desahogado lo anterior, quizás la siguiente entrega podamos ocuparnos por fin de lo acaecido en nuestro terruño y que quedó por completo eclipsado por el cachetadón a la legalidad propinado por el Payaso Fosforito.