Congreso de Coahuila: Tumbar el telón

Opinión
/ 6 enero 2025

Quiero escribir y desahogar mis frustraciones, angustias y el resquemor sobre lo que veo y escucho en mi gestión como diputado de Coahuila

Hace un año tomé protesta como diputado y me siento orgulloso de haber definido un perfil público congruente con mis principios e ideales, los cuales he defendido en tribuna vehementemente. Sin embargo, desatendí y desprecié un espacio de comunicación tan relevante como el de la escritura y me resistí a escribir durante mucho tiempo. Un esfuerzo como este obliga a la reflexión y a la mesura. Decido ahora construir un legado público de mi gestión mientras me abro al diálogo con otra velocidad, sin prisas, para quien así lo desee. Esta es mi primera entrega.

Comienzo con un compromiso: voy a hablarles con la verdad.

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No voy a escribir sobre elegantes y sofisticados argumentos de filosofía política, no recorreré de la mano de usted por los pasillos de la historia para rememorar pasajes o personajes de ilustre fama y reputación. No tengo ganas, francamente. Lo que quiero hacer es captar su atención −de aquí pa’l real− con mi llana, franca, inmediata, pero honesta, verdad sobre las cosas: quiero escribir y desahogar mis frustraciones, angustias y el resquemor sobre lo que veo y escucho en mi gestión como diputado de Coahuila en la 63 Legislatura del Congreso de los Diputados.

Si bien es el honor más grande de mi vida ser representante popular del Pueblo de Coahuila, me encuentro obligado a compartir con ustedes que dicho sentido de responsabilidad y de trascendencia es poco valorado entre mis colegas del Palacio de Coss. Para decirlo directo y sin vericuetos: la discusión política en el Congreso de los Diputados es una simulación, una puesta en escena, en donde se ejecuta una coreografía de los rituales, de las formas y de los procedimientos. Todo está ensayado para llenar el espacio, pero sin dotar de sentido político a nada.

Cosas tan básicas como que el orden del día de la sesión no se comparte sino hasta el mero día; o que no fue sino hasta mediados del año que tuvimos un correo electrónico oficial y que durante todo el primer periodo ordinario de sesiones nuestra comunicación oficial fue a través de los servidores personales de cada diputado y diputada; o que las sesiones de trabajo de las comisiones que se reúnen de manera presencial no se graban y las que son llevadas a cabo de manera virtual por la ausencia de uno o varios de sus miembros, aunque sí son grabadas, nunca son compartidas al público.

¿O acaso es que usted alguna vez ha visto alguna sesión de trabajo de alguna comisión? ¿No, verdad? Esta negligencia con el principio de máxima publicidad es consecuente con el hecho de que las transmisiones en vivo de la sesión en el Pleno llegan a tener sólo cuatro personas conectadas (y tres de ellas son trabajadores de la cabina de audio). Todo esto sólo se remite al plano de lo procedimental, en cuanto al fondo de nuestra responsabilidad política la omisión es mucho más grave.

El 71 por ciento de los dictámenes que para agosto del año pasado habíamos tratado en el pleno del Congreso eran provenientes de dos comisiones: la de Gobernación y la de Finanzas, cuyos temas preponderantes fueron la solicitud de licencias de regidores y demás servidores públicos, así como de la enajenación o concesión de bienes a favor de una u otra autoridad. Que si un municipio quiere regalarle un terreno a una escuela, se vota; que si un regidor quiere ser candidato o candidata, se vota. Vacío e intrascendente.

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Para mayor ignominia de nuestro Congreso, hay dictámenes de comisiones que llegan al Pleno a ser votados que hacen referencia a eventos que han pasado hace meses: en octubre desahogamos dos puntos de acuerdo sobre las vacaciones de Semana Santa y otro sobre las elecciones de junio. Las iniciativas, igual: pese a tener el Congreso un periodo de tiempo reglamentado de hasta 60 días para dictaminar (o sea, discutir y aprobar o desechar un proyecto de ley), no pasa absolutamente nada si ese plazo vence. Puedo decir que yo tengo una iniciativa presentada el 30 de junio sobre desaparición forzada transitoria desde el año pasado que ahí sigue... y seguirá... esperando a que alguien la tome en cuenta.

Lo que digo, lo digo porque así lo he vivido, no porque esté cómodo con ello o quisiera que así fuera. No milito en la cínica certeza del “todos son iguales”, “nada va a cambiar”, “siempre es lo mismo”, al contrario. Lo que pretenderé hacer en estas líneas es tumbar el telón de la mencionada puesta en escena y hablarnos con la verdad, de tal forma que podamos tener una conversación pública asentada en una experiencia lo más real y concreta posible.

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