Construyendo un mundo de verdadera paz

Opinión
/ 22 septiembre 2024

“Recordar para aprender; aprender para no repetir” es una de las frases más relevantes que expone el Museo de Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México. Su objetivo es impedir que, con el paso del tiempo, las personas olvidemos nuestra historia. Olvidar lo que se ha vivido es abrir una puerta a que vuelva a suceder y, lamentablemente, así está sucediendo.

La Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento histórico de daño desproporcionado para la humanidad. La comunidad internacional, es decir, los Estados, acordaron que lo que sucedió entonces no debía volver a ocurrir. Así se estableció la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945 como un organismo internacional comprometido con mantener la paz y la seguridad en el planeta.

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Sin embargo, desde su creación, la propia ONU ha reconocido que hasta la fecha se han presentado más de 250 conflictos armados de carácter internacional. Algunos han sido más duraderos que otros, pero, en cualquier caso, no sólo se pierde la paz mundial, sino también vidas humanas.

En este contexto, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió conmemorar el Día Internacional de la Paz en el mes de septiembre. Específicamente se estableció el tercer lunes del mes, pero en 2001 optaron por establecerlo de manera definitiva el 21 de septiembre. Todo con la finalidad de conmemorar y reflexionar sobre lo que deben hacer las autoridades nacionales en materia de paz, abandono de las armas y construcción de relaciones armónicas entre los pueblos.

La paz, más allá de indicar ausencia de conflictos bélicos, debe ser entendida como una meta para alcanzar. Se trata de garantizar situaciones justas y sostenibles en cada nación; acabar con la pobreza, la desigualdad y la discriminación; impulsar la solución alterna de conflictos como puede ser la mediación internacional o la diplomacia. Lamentablemente, es difícil generar y mantener la paz.

En efecto, baste recordar algunos de los conflictos más recientes que están afectando derechos humanos a pueblos enteros, y cuáles están siendo las consecuencias constitucionales al respecto. Un primer caso que podemos mencionar es la guerra entre Ucrania y Rusia, que lleva más de dos años de duración con un saldo lamentable de más de un millón de personas fallecidas o heridas a septiembre de 2024.

Otro caso altamente conocido es el disputado en la franja de Gaza entre Palestina e Israel. Un caso que, desafortunadamente, ha cobrado un elevado número de palestinos que han perdido la vida (más de 60 mil), siendo casi un 30 por ciento niñas, niños y adolescentes, y que también ha generado más de millón de personas desplazadas.

Además, Israel tiene abiertos distintos frentes contra Irán, Líbano e incluso con Siria. Las constantes amenazas y operaciones de bombardeo son causantes de incertidumbre y terror en las poblaciones civiles, quienes son, a su vez, las mayores afectadas en sus derechos por estos conflictos.

Tampoco queremos dejar de lado un cruce de violencia en el continente africano. Actualmente Sahel occidental, Sudán y la República Democrática del Congo se atacan entre ellas, provocando millones de afectaciones a derechos humanos y, por supuesto, una inestabilidad político-institucional en cada Estado.

Así mismo, Burkina Faso, Mali y Níger también se encuentran en una crisis humanitaria debido a los conflictos internos y externos que se presentan. La ineficiencia en la seguridad sólo vulnera multifacéticamente los derechos humanos de incontables personas.

La guerra y la ausencia de paz en particular, son generadas por muchas razones. Intereses políticos, disputas territoriales, explotación de recursos, discursos de odio, violencia, represión, terror. Según la ONU, más de 600 millones de jóvenes se encuentran en regiones propensas al conflicto. Definitivamente no es una cifra para estar orgullosos.

Además de la evidente lesión social que provoca la guerra, también estamos en presencia de múltiples crisis constitucionales. La democracia y las instituciones locales comienzan a perder su estabilidad porque no pueden funcionar como deberían. Los motivos por los que existen estas instituciones pasan a un segundo plano; resolver el conflicto bélico es prioritario para los Estados.

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De ahí que la diplomacia sea fundamental. Recientemente el gobierno chino intervino como mediador en las problemáticas de Arabia Saudí con Irán. Las conversaciones se llevaron a cabo en territorio neutral (en China) y con una apertura de diálogo para resolver las diferencias que acarrearon durante décadas estos gobiernos. No decimos que China debe resolver los problemas de todo el mundo, pero sí creemos que establecer mecanismos de conciliación son la alternativa más necesaria para el mundo que tenemos hoy.

Esperamos que este 21 de septiembre haya servido como un momento de reflexión interna y geopolítica para encontrar soluciones pacíficas, diplomáticas y prontas para garantizar sociedades estables.

No debemos permitir que se normalice la muerte de millones de personas por la guerra. Recordemos para aprender y aprendamos para no repetir. Prioricemos la solución amistosa de las diferencias; evitemos que las guerras sigan provocando el desplazamiento de personas, la mala distribución de los recursos, la desprotección de las minorías, la cancelación de políticas públicas en materia de derechos humanos, o la negación de la justicia. Necesitamos reconducir nuestras prioridades para construir el mundo que queremos y de la paz a la que aspiramos. Que todo esto lo escuchen quienes dirigen a los Estados ciertamente, pero también, nosotros en lo individual, para construir desde ahí, una cultura de paz.

Los autores son secretario Académico y auxiliar de Investigación, respectivamente, en la Academia Interamericana de Derechos Humanos

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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