María Elena García, y de cuando ver mujeres en la Narro (UAAAN) de Saltillo era algo extraño
María Elena García Hernández dice que ha sido muy feliz durante su vida, una en la que ha abierto caminos para que las mujeres estudien lo que deseen, incluso carreras que históricamente se pensaba que eran solo para hombres. Dice que con su vida “rompió el techo de cristal” al ingresar a una de las universidades del estado, donde los hombres no solo entraban para estudiar, sino también para reafirmar su masculinidad.
En los años 60, en México, se percibían los primeros pasos en la búsqueda de la igualdad de género. El país ya incorporaba en sus filas presidentas municipales, diputadas y senadoras, tanto a nivel local como federal. Sin mebargo, en algunos sectores todavía era una cosa extraña ver a las mujeres en las universidades y no en sus casas ayudando con las labores.
En ese contexto, María Elena García Hernández ingresó a la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro en 1966, cuando ésta pertenecía aún a la Universidad Autónoma de Coahuila, siendo ella la única mujer en todo el campus, que no estaba acondicionado para recibirla: no había dormitorios para ella, ni becas, ni siquiera sanitarios, e incluso se trató de negarle la entrada a la universidad.
María Elena, fue la octava mujer en estudiar Ingeniería en Agronomía en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, y la primera egresada en obtener un posgrado en la misma institución.

En ese entonces, dice, se pensaba que la Agronomía era una carrera exclusiva para hombres. Según ella, muchos de ellos asistían a clases con la intención de reafirmar su hombría
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Recuerda que cuando presentó su examen de admisión, había solo tres mujeres y alrededor de 130 hombres, sin embargo, solo ella pasó el examen, ya que sus dos compañeras no lo lograron.
María Elena dice que siempre supo que quería estudiar algo relacionado con la física matemática, e incluso su padre pensaba que estudiaría medicina o alguna otra ingeniería, pero no que seguiría sus pasos en la agronomía. Aunque no era una profesión “para señoritas”, dice que su padre nunca se escandalizó, pues siempre tuvo mucha libertad en su casa y fue educada para no rendirse ante los obstáculos y barreras que la misma sociedad le impondría.
La primera de ellas la enfrentó cuando llegó el día de su inscripción a la “Narro”, pues a pesar de haber aprobado el examen de admisión, una noche antes la sociedad de alumnos celebró una asamblea en la que se llegó al acuerdo de que “a la escuela no volvía entrar (así, textualmente) ni una vieja”.
“Llega el presidente de la sociedad de alumnos y me dice ‘¿Con qué pasaste, verdad, Maria Elena?’ Le digo, ‘Sí.’ ‘¿Y te vienes a inscribir?’, ‘Pues sí, me corresponde hoy’, le dije. ‘Pues fíjate que no, este es el acuerdo que acabamos de tomar. Así que tú no te inscribes’. Ese fue el recibimiento.”, recuerda María Elena.

Ante la negativa, decidió hablar con el rector de la Universidad en ese momento, José de las Fuentes Rodríguez, para pedirle su intervención y que ella pudiera ingresar a la Universidad.
“Recuerdo que estaba agachado, atendiendo sus asuntos, y cuando le empiezo a decir lo que me llevaba a hablar con él, levanta la vista y me pregunta ‘¿Y pasaste?’ Él pensó que yo podía ir a solicitar que me autorizan aunque no hubiera pasado el examen de admisión”, cuenta.
“Mandó a traer las listas y soy de las primeras allí con resultados. Me dio una tarjeta personal, que todavía debe estar en mi expediente, que decía que a la portadora de la tarjeta se le inscribiera como instrucción personal de él. Y ya no pudieron hacer nada ante esa decisión.” añadió.
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En aquellos años, recuerda, no era común que las mujeres aspiraran a una carrera profesional. María Elena estudió en la primaria anexa a la Normal donde las mujeres, al graduarse, pasaban directamente a ser normalistas y posteriormente a maestras; pero María Elena siempre fue diferente.
“Cuando se consolida la República en el siglo XIX deciden impartir clases que sería la base de esta, y las mujeres se sentían ofendidas porque se les asignó así ‘nomas’, sin preguntar”.
Muchos años después, ya en el año 2000, se reencontró con el presidente de la sociedad de alumnos que había bloqueado su inscripción.
“Me dijo: ‘Oye, María Elena, ya pasaron muchos años, pero quiero pedirte perdón.’ Le dije: ‘pues en realidad no me afectó, yo seguí mi camino, fue nada más una circunstancia y punto. No pasó a más.’”
Sin becas, hospedajes, ni sanitarios
María Elena dice que hizo la licenciatura “en falda y botas”, subiendo a tractores, e inseminando vacas sin ningún inconveniente. No obstante se enfrentó a un sistema que, aunque otorgaba becas a los estudiantes con mejores calificaciones, no tenía ninguna consideración para las mujeres.
Los becados recibían comida y alojamiento en el internado de la universidad, mientras que ella no tenía siquiera un sanitario. Recuerda que un día sus compañeros pasaban con su ropa recién lavada y doblada (porque la beca también incluía eso), listos para ir a descansar un rato de sus labores.
“Ya habían comido y ya iban a dormir la siesta y yo ahí sentada. Y entonces dije, “Ay, pues si yo tengo mejores calificaciones que varios que pasaron por aquí ahorita, ¿por qué no tengo derecho a una beca?”. Y también fui con el director, ya estaba como en tercero, y le dije ‘Oiga, ¿por qué yo no tengo derecho a una beca? Yo he mantenido el promedio, nunca he reprobado, nunca recurse, cumplo todos los requisitos, y a mí nadie me lava, ni me plancha, ni me dan de comer, ni nada. Ni tengo dónde estar, ni siquiera un sanitario ni nada’”

Después de esa conversación, no solo le ofrecieron la beca, sino que también le dieron una copia de la llave de un sanitario de los maestros, algo simbólico, pero importante.
Así ella fue la primera mujer en obtener una beca en la Universidad y sentó el precedente para que otras alumnas pudieran obtener el mismo beneficio más tarde. La beca fue en efectivo. Recuerda que le depositaban una pequeña cantidad de dinero en el Banco Mercantil de Monterrey, que luego se convirtió en Banorte.
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En cuanto al hospedaje, ya que la institución no estaba adecuada para que pudiera quedarse, solicitaba semestre tras semestre ser externa por lo que tenía que tenía que buscar la manera de llegar a clases todos los días.
Al principio le permitieron abordar un camioncito de personal que transportaba a las secretarias y que tomaba en el cruce de Victoria y Xicoténcatl en la Zona Centro. En otras ocasiones comenta que esperaba en la esquina de Ramos “a ver quién pasaba” y la pudiera acercar a la escuela.
“Era una epopeya”, dice.
Luego, también llegó a tomar una ruta urbana, actualmente la ruta 6, que transportaba a la gente cerca de las fábricas, al norte de Saltillo, para luego cruzar la ciudad y pasar por la universidad. Mientras que para regresar, a veces caminaba desde la UAAAN hasta la calle de Obregón o bien, pedía un aventón a los camiones de volteó, quienes la llevaban en la parte trasera, pues no les permitían subir mujeres en la cabina.
“Así andaba brincando llantas en los camiones, con todo y falda”, dice.

En cuanto a la relación con sus compañeros, María Elena destaca que, en general, nunca sintió hostilidad y por el contrario siempre sintió que la veían como parte de su familia.
Lo que sí pasó, según ella, fue que algunos compañeros se sintieron amenazados por su desempeño, pues algunos le reclamaban incluso por haber obtenido más décimas que ellos en las calificaciones. Además, en ocasiones algunos protestaban porque había una indicación que se le guardará un lugar adelante, pero estos, dice, fueron incidentes mínimos.
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“Si se extrañaban los compañeros y los maestros de verme ahí, y aunque no me dijeran nada, de alguna manera les afectaba la presencia de una mujer en el grupo, pues llegaban a reafirmar su masculinidad. Entraban al salón ¿Y quién crees que estaba ahí? Eso como que les afectó. Era también un golpe a su hombría de alguna manera”, consideró.
Durante su estadía, entró otra mujer a la universidad, su fiel amiga, y aunque no estuvieron en el mismo grupo, tuvieron muchas vivencias juntas como las que anteriormente se describieron.
Trabajo, maternidad y posgrado.
En 1971, María Elena comenzó a trabajar en la Comisión Agraria Mixta del Estado, donde se vio involucrada en la implementación de una nueva ley promulgada por el presidente Echeverría. Ella fue designada para dirigir la oficina, con personal a su cargo, sin embargo, nuevamente se enfrentó a la falta de instalaciones adecuadas, como sanitarios para mujeres, la cual era una de las quejas más constantes de las empleadas.
“En ese entonces, ni siquiera pensaban que las mujeres pudiéramos tener esas necesidades”, dice.
En ese periodo, María Elena también vivió otro cambio importante en su vida: se casó y tuvo una hija. Un tiempo después, algunos compañeros de la Narro le propusieron que continuara sus estudios y se inscribiera en un posgrado. Motivada por el reto, aceptó, pero nuevamente se encontró con barreras. Esta vez, no era el ingreso lo que la detenía, sino nuevamente la obtención de una beca.
La opción de estudiar con beca era vital para ella, ya que, como madre y profesional, dependía de un respaldo económico, sin embargo, la comisión de becas, formada por egresados de la misma escuela que habían creado un fondo para apoyar a los estudiantes, le negó el apoyo. El motivo: ella estaba casada.
“Me dijeron que no me podían dar la beca porque ‘yo formaba parte de una sociedad conyugal y que mi esposo me mantenía’”, explica María Elena.
“Fui a exponer mi caso al comité de becas, les digo ‘¿por qué me exigen lo que a cualquiera que quiera aspirar a estar hacer un posgrado, pero no me dan los mismos derechos? ¿Entonces para ustedes es lo mismo que venga yo a que venga mi esposo a clases?”.
Con estos cuestionamientos resaltó la importancia que tenía esta cuestión y que, por ser mujer casada, no debería de ser excluida.
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“Fui la primera mujer egresada que entró al posgrado, pero con beca, porque al final me la dieron cuando les dije que si yo no podía ir iba a ir mi esposo a clases”, recordó entre risas.
Cuando comenzó el posgrado, las dificultades no se detuvieron. A los pocos meses, se embarazó nuevamente y tuvo que pedir un semestre de permiso. Durante ese tiempo, le suspendieron la beca, pero ella se negó a rendirse y tomó un curso de verano para emparejarse con su generación, y, a pesar de tener un niño recién nacido, no se dejó detener.

“No fue obstáculo porque logré al final terminar junto con los que había entrado”, dijo.
Los años pasaron, y María Elena continuó avanzando en su carrera, sin dejar que los obstáculos de género ni las expectativas sociales la frenaran.
En la década de los 90’s, asistió a un evento del Colegio de Ingenieros, donde el recibimiento fue, nuevamente, una muestra de la discriminación de género persistente.
“Lo primero que hicieron fue preguntarse qué estábamos haciendo allí nosotras, las ‘señoras’. El que me había invitado, que también presidía el evento, aclaró que éramos ‘ingenieros’”.
“Yo soy ingeniero porque cumplí con el programa de la carrera. El techo de cristal se rompe con acciones, no con títulos. Si me hubiera puesto a pensar que no podía manejar el tractor o que no podía hacer la carrera con vestido, no habría llegado a donde estoy. Lo importante es demostrar lo que valemos con lo que hacemos”.
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