De mi parentela
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La Villa de Santiago es un lindo lugar de Nuevo León. Ciudad ahora, la gente la sigue llamando con su antiguo nombre, y dice: “Voy a la Villa”... “Fulano es de la Villa”...
Tengo ahí raíces cordialísimas, es decir, de mucho corazón. Por principio de cuentas Santiago es ciudad tocaya de la nuestra, que alguna vez se llamó Santiago del Saltillo en honor del santo patrono de los ejércitos de España. Luego, la gente del Potrero, nuestro rancho, comerciaba más con la Villa que con Saltillo. En recuas de mulas cargadas de ciruelas color púrpura, duraznos perfumados, manzanas de tentación o noble maíz llamado potrereño tramontaban la sierra nuestros antepasados; caían a la Laguna de Sánchez, donde hacían noche, y sedaban sus fatigas con dos o tres tragos -o cinco o seis o siete- del famoso mezcal que ahí se elaboraba y -bendito sea Dios- se sigue elaborando, ahora con el nombre de “vino de maguey” a fin de que la autoridad no pare oreja. Después sorteaban los vertiginosos riscos hasta llegar a la Cola de Caballo, anuncio cierto de que la Villa estaba ya cercana. En Santiago cambiaban su fruta por manta con la que harían sus vestidos; cuadernos para los niños; piloncillo de miel de caña; sombreros nuevos; zapatos de charol y zapatillas de ante que estrenarían los señores y las señoras en el baile del Sábado de Gloria.
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Vive en ese lugar nuevoleonés una fecunda parentela por parte de la amada eterna: todos los Peñas que en la Villa moran son peñas del Coahuilón, que es alto monte. Pero además de esos parientes tengo otros que bien se podrían llamar postizos, y cuya nómina incluye el censo entero de la población. Porque sucede que sobrevive en Santiago una costumbre que me gusta mucho. Si un habitante de la Villa se dirige a un señor de edad lo llama “tío”, sea quien sea, y si habla con un coetáneo le dice “primo”, aunque no lo haya visto nunca antes. De modo que tengo ahí algunos tíos -ya no muchos-, y altísima cuota de primos y sobrinos.
-¿Le cuido el coche, tío? -te dicen los chiquillos cuando llegas al restorán o a la iglesia.
-Vete derecho, primo -te indica el señor a quien pediste alguna dirección.
Encuentro en esa forma de trato un cálido elemento humano. Cuando alguien te dice “primo” o “tío”, aun sin serlo, te despoja del carácter de extraño y te acerca a sí. Te da familiaridad, en el mejor sentido de ese término; te entrega su confianza. Pasas a ser -como quien dice- de su casa, de su familia, hasta de su sangre. ¿Puede haber mejor manera de recibir a un visitante? En Santiago jamás te sientes forastero.
He vuelto a la Villa, porque a la Villa siempre hay que volver. Ahora es lugar de moda, y un terreno en la Villa te cuesta lo mismo o más que uno de la misma dimensión en San Pedro Garza García. Los regios han hecho de la Villa lo que otrora los defeños ricos hicieron de Cuernavaca: un sitio para su descanso, apartamiento del tráfago y las inquietudes de la vida en la urbe. Iré a Santiago cada vez que pueda. Nunca debe uno dejar de visitar a sus tíos y a sus primos.