En vez de dar razones a un bando o a otro —ir al cine es personal— lo que me interesa es que, como artefacto, Deadpool y Wolverine, la más reciente película de Marvel, es fascinante por varias razones. La secuencia inicial, en la que nos enteramos de que Deadpool está buscando a Wolverine para que le ayude a salvar a sus amigos, las sintetiza.
Número uno. Al final de los créditos que abren la película, Deadpool comienza a tararear el tema de Marvel: es consciente de que está en una película y de que hay una audiencia que lo está viendo; en consecuencia, no sólo pasa las siguientes dos horas explicando lo que sucede, sino que rompe constantemente la cuarta pared para hacer comentarios cínicos y burlones que van más allá de la trama de la película. En un mundo hiperconectado, lleno de información y memes, hace referencias a otras películas y personajes, canciones, incluso a chismes de celebridades. También provee metainformación: por ejemplo, que Disney recientemente compró los derechos de Marvel a Fox, e ironiza con que Disney resucitó a Wolverine porque planea exprimirlo hasta que tenga noventa años. En otro momento destruye una de las cámaras que lo está filmando—porque pertenece a Fox. Y en la escena crucial al final, cuando (¡sorpresa!) Deadpool y Wolverine arriesgan su vida para rescatar al mundo, Deadpool sabe que una canción de Madonna es la banda sonora, y remarca su importancia para el desenlace.
Número dos. Si el cine es el arte total —utiliza escritura, música, actuación, vestuario, y fotografía— Deadpool y Wolverine muestra cómo ha integrado ya a otros dos pilares de nuestra cultura pop.
En la escena inicial, Deadpool se enfrenta a unos guardias del tiempo (el concepto suena complicado, y lo es: vea el siguiente punto). Deadpool los mata uno por uno de una manera ultraviolenta, pero tan estilizada y coreografiada que parece un videojuego; encima, mientras los mata baila como si estuviera en un videoclip y perteneciera a una boyband.
A lo largo de la película la violencia es abundante y raya en lo absurdo, pero se aborda como entretenimiento, no como drama o tragedia. La inmensa mayoría de los personajes que mueren son el equivalente de Non-Player Characters (NPC): no se sabe nada de ellos —ni cómo son ni quién los quiere ni cuántos hijos tienen ni cuáles son sus sueños— así que su asesinato carece de peso moral. Y para que el espectador no se estrese, los héroes de la película ya no corren el riesgo de morir: al igual que en un videojuego, pueden ser resucitados. Lo que nos lleva al siguiente punto.
Número tres. ¿Deadpool y Wolverine juntos? ¿En serio? Hasta esta película, no sólo sus aventuras no tenían conexión, sino que el humor y la atmósfera de sus historias era radicalmente diferente. Sin embargo, ambos son extremadamente populares. ¿Por qué no ponerlos juntos en una película? En vez de basarse en un héroe y desarrollar a su alrededor varias historias, Marvel creó un universo donde habitan todos sus personajes, así que nada impide que convivan.
Es una idea magnífica. Deadpool y Wolverine es la trigésimo cuarta película que sucede en el llamado Marvel Cinematic Universe, y al menos hay otras diez en desarrollo.
La consecuencia, sin embargo, es que las películas giran en torno a los personajes, así que las tramas difícilmente hacen sentido, rozan lo infantil, y están llena de parches. En este caso, Wolverine ya había muerto en una película anterior, pero para solucionar este tipo de inconvenientes, el universo de Marvel es en realidad un multiverso, y cada uno de sus universos tiene su propio espacio temporal, historia, y posibilidades. Si a estas alturas usted ya está perdido, no lo culpo. Lo que importa es que Deadpool descubre que en otros universos hay otros Wolverines vivos, así que solo es cuestión de que encuentre al adecuado para su proyecto.
Por cierto, ir de un universo a otro no es complicado. Deadpool solo necesita un aparato del tamaño de un iPhone.
Número cuatro. Los temas siguen siendo los mismos: en la secuencia inicial queda claro que la misión de Deadpool y Wolverine será salvar al mundo. Pero Marvel sabe que los espectadores modernos son sofisticados, y les ofrece un amplio rango de héroes. En otras películas los hay clásicos —sanotes All-American con inquebrantables valores morales— pero aquí tenemos a un héroe mentiroso, grosero, y zafio, y a otro lleno de dudas e inseguridades que además de borracho y atormentado, no cree (gulp) estar a la altura de lo que se espera de él.
Adivine que sucede al final: a) los dos se redimen; b) los dos fallan en su misión; c) ninguna de las anteriores.
Número cinco. Por último, los efectos especiales merecen mención aparte. La primera secuencia es cinemáticamente espectacular, y anticipa lo que sucederá en las siguientes dos horas: como en los buenos actos de magia, toda la acción fluye de manera tan impecable, que el espectador sólo ve el resultado final, sin preguntarse por los trucos que hay en el proceso — en este caso, la tecnología que hace posible crear las fantásticas secuencias de la película.
Así pues, ¿es Deadpool y Wolverine una obra de Arte con mayúscula? Probablemente no. ¿Es una obra brillante? Sin duda. Puede gustarnos más o menos, pero como artefacto, es una fascinante pieza de arte moderno.