Del pianista que tocaba a Schönberg para hablar de Marx y Engels
Afortunadamente la anécdota que se cuenta del pianista italiano Maurizio Pollini (1942-2024), dirigiéndose a un público de obreros en algún lugar de la ciudad norteña de Milán, no es el referente definitivo de este “monstruo sagrado y gran humanista del piano”, como lo describe en una memorable reseña póstuma el periodista y crítico musical de El País, Pablo L. Rodríguez, sino que la historia del pianismo mundial, y de la música, lo catalogaron en vida como uno de los más grandes pianistas de todos los tiempos, sí, justo al lado de Rubinstein, Horowitz, Cortot, Schnabel, Paderewski, Fischer, Kempff, Brendel, Argerich, Barenboim y un larguísimo etc., y, en lo personal, pienso que superior a varios de los mencionados.
La anécdota cuenta que Pollini, hijo de un brillante arquitecto milanés, después de obtener la medalla de oro a los 18 años en el prestigiadísimo Concurso Chopin de Varsovia en 1960, empezó una meteórica carrera en el pianismo mundial grabando discos con la prestigiada marca discográfica alemana Deutsche Grammophon, presentándose como solista en recitales y con orquestas de primera línea.
La historia de la presentación ante un público de obreros milaneses (o genoveses, ya no lo recuerdo) la escuché de mi maestro Gerardo González, cuando me enseñaba las imbricadas sonoridades de un Estudio de Chopin. Me contó de su afiliación desde su juventud al partido comunista italiano y de su militancia irrestricta a los ideales de esta tendencia política, y de su afán de culturizar a la sociedad, empezando por la clase obrera de su país (parecido a lo que intentó con éxito Carlos Chávez en el México de José Vasconcelos).
Tal militancia, como si fuera una religión, la compartió con dos de sus amigos más entrañables, el celebérrimo director de orquesta Claudio Abbado y el no menos célebre compositor Luigi Nono. Siguiendo con el relato, Pollini llegó a la fábrica, se plantó ante el piano de cola ubicado en una de las alas industriales del complejo y empezó una peroración ponderando los milagros del sistema socialista, citando a los precursores de tal doctrina, Karl Marx y Friedrich Engels.
En un momento del discurso un obrero levantó la mano para mencionar que estaban ahí para escucharlo tocar el piano. Con un enfado visible, Pollini se sentó y empezó a tocar una pieza de Schönberg, el creador del dodecafonismo. Por varios minutos el galardonado pianista interpretó la cerebral y matemática pieza del iniciador de la Segunda Escuela de Viena. La incomodidad y estupor generado entre los asistentes del más insigne proletariado italiano no se dejó seducir por la extraña pieza arrítmica desprovista del centro tonal y las apolíneas frases propias de la música de Clementi, Beethoven y Schubert, y en un momento de incómoda tensión otro obrero lo interrumpió para demandarle que dejara de tocar esa música extraña y que en su lugar continuara hablándoles de las maravillas del proletariado, el maravilloso sistema económico de producción socialista y los sistemas de producción de masas.
Pollini, nació en una región cuna de la música occidental, repleta de historia, leyendas, mitos y arte en todo su esplendor: Milán, ciudad norteña e industrial de la península de Italia (geográficamente equiparable a Chihuahua, Saltillo, Monterrey o Nuevo Laredo, solo que estas tres últimas urbes no están bañadas por ningún Mar Tirreno ni Mar Adriático), y murió (el pasado 23 de marzo a los 82 años) en la misma ciudad (me recuerda a Giovanni Battista Sammartini, el creador y precursor de la Sinfonía en el siglo XVIII, que nació y murió en Milán).
La fama bien cimentada de Maurizio Pollini radica en su peculiar y señero estilo de interpretación, respaldada por una técnica perfecta y honda intelectualidad para abordar las formas y estilos de los románticos alemanes (Beethoven, Schumann y Schubert), así como de la música del genio del romanticismo, Fréderic Chopin. Las grabaciones que hizo para el sello DG en los 70 de los 24 Preludios para piano Op.. 28 y de los Estudios Op. 10 y Op. 25, sencillamente son insuperables, hasta la fecha.
Ajeno a las escuelas pianísticas en boga de esas décadas, la escuela rusa y la norteamericana, su perfil y trayectoria no lo vincula a ninguna corriente pianística formal. A pesar de haber sido discípulo por un breve tiempo de otro enorme pianista compatriota suyo, Arturo Benedetti Michelangeli, a Pollini no se le puede encasillar en ninguna corriente musical pianística. La mejor e insuperable manera de conocer a este pianista legendario es escuchando y viendo sus grabaciones, muchas de ellas hitos en la historia de la interpretación musical.
CODA
“Este muchacho toca mejor que todos nosotros”.
(Arthur Rubinstein- refiriéndose al joven Maurizio Pollini que contaba con 18 años- dirigiéndose a los miembros del jurado que presidía, en el Concurso Internacional Chopin de Varsovia, 1960).