Doña Nadie: la historia de odio contra María Félix

Opinión
/ 23 septiembre 2023

Debo a Rodolfo Siller Blanco, saltillense muy querido que se avecindó en Navojoa, haber conocido esa mágica ciudad que es Álamos, Sonora. Con Rodolfo viajé una tarde por el áspero paisaje de la tierra erizada de ocres peñascos y órganos que se alzan de la tierra como retando al cielo.

Álamos fue fundo minero. En los pasados siglos tuvo bonanzas y grandeza. A mí me gustan los pueblos y ciudades nacidos de las minas. Recuerdo algunos en los que he estado, y la memoria se me llena de fantásticas visiones: Parral, Guanajuato, Zacatecas, Real de Catorce, Pachuca, Concepción del Oro, Real del Monte, Cananea...Y Álamos, que es una maravilla en mitad de la nada.

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La ciudad es hermosa. Tiene uno de los quioscos más bellos de toda la República, y un vasto templo de paredes blancas que reflejan no como un espejo, sino como un espejismo, los soles del desierto. Su edificio municipal es recio, hecho de piedra, pero hay en el poblado calles recoletas y casas llenas de gracia como niñas que van a hacer su primera comunión.

También hay una desgracia que quizá sea gracia: Álamos no pertenece casi a mexicanos. Algún estadounidense descubrió ese rincón, y llamó a otros, y éstos trajeron más, y ahora lo mejor y más bello del lugar es propiedad de norteamericanos. Ésa es la desgracia. La gracia es que los recién llegados restauraron la perdida belleza del poblado y lo han llenado de bienes de cultura, y lo cuidan con el mayor cuidado como lo que es: una pequeña joya.

En Álamos nació María Félix. Para los alamenses, sin embargo, como si no hubiera nacido ahí. Muchos no la quieren, y hablan de ella con desdén. Le reprochan que jamás regresó a su solar nativo; le echan en cara la indiferencia con que trató a los suyos -incluso a los más cercanos- después de que llegó al estrellato. La Doña es una Doña Nadie en Álamos.

En cambio los lugareños sienten veneración por otro paisano suyo: el doctor Alfonso Ortiz Tirado. A mí me habría gustado conocer a este señor. Debe haber sido un amable personaje. Era hombre guapo y bien plantado; médico sabio y generoso. Pero a más de eso fue un extraordinario cantante, dueño de una de las voces de tenor más bellas que se hayan escuchado en México y más allá de sus fronteras. Hizo mucho bien a su patria chica; fundó ahí, y sostuvo a lo largo de su vida, un hospital de niños.

Soy socio de número de “La Hora Bohemia”, insigne asociación que en Monterrey dedica empeñosos empeños a la difusión de la música de la nostalgia. Cada mes nos reunimos en el domicilio de la asociación, que está en la vieja calle de Isaac Garza. De vez en cuando alguno de los socios invita a los cofrades a celebrar en su casa la reunión mensual. Hace tiempo yo tuve la ocurrencia de convocarlos a mi casa -que es la tuya- en Saltillo. La sesión empezó a las 9 de la noche del viernes y terminó a las 11 de la mañana del domingo. Qué tiempos, bendito sea Dios.

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Pues bien: el himno de “La Hora Bohemia” es la canción “Clavel del aire”. Al empezar las sesiones escuchamos esa canción puestos de pie, con la mano derecha sobre el corazón, como se escucha un himno patrio. Así lo prescriben los estatutos, que ordenan también que la canción debe escucharse forzosamente en la voz del doctor Ortiz Tirado. Al final de la sesión vuelve a oírse “Clavel del aire”, pero ahora en la voz de los asistentes, que cantan las sentidas estrofas inspirados por sentidas libaciones. Eso es muy para verse, si bien no para oírse.

Por todo lo dicho cuando oigo mencionar el nombre de Álamos no pienso en María Félix, por más hermosa que haya sido la mujer. Pienso en ese hombre de extraordinaria voz y generoso corazón que fue el doctor Alfonso Ortiz Tirado.

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