Donald Trump: otra vez la agresión a México
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La agresión permanente de Donald Trump a México representa una conducta inadmisible que es preciso confrontar. No podemos aceptar que se nos insulte y agreda a placer
No es, debe decirse con claridad, ninguna novedad que el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, se refiera a nuestro país -y a nuestros representantes- con expresiones irrespetuosas y agresivas. El republicano pavimentó su camino hacia la Casa Blanca, en 2016, con las piedras que se dedicó a lanzarle a nuestro país desde el primer segundo de su campaña.
Pero no por ser conocida su condición de “bully”, el ser objeto de sus agresiones debe normalizarse o aceptarse como un hecho inevitable.
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Antes, al contrario, dada la tentación de convertir a nuestro país en objeto recurrente de agresiones, so pretexto de que existe un proceso electoral en curso, resulta necesario definir y poner en práctica una estrategia que deje clara la necesidad de establecer reglas mínimas de trato entre naciones.
En otras palabras, debe estar claro que en el terreno de la lucha electoral no vale todo y, en particular, no vale el convertir a un socio comercial de la relevancia que nosotros tenemos, en una “piñata” a la cual se puede apalear en cada ocasión en que se considere necesario.
El comentario viene al caso a propósito de la enésima amenaza que el neoyorkino lanzó ayer en contra de nuestro país: imponer aranceles del 200 por ciento a la empresa John Deere en caso de que esta siga adelante con sus planes de incrementar la proporción de sus operaciones en México.
No se trata de precisar si tal acción es posible o no; tampoco de identificar las acciones legales que los afectados podrían emprender en caso de que, llegado el momento, Trump cumpliera su amenaza. De lo que se trata es de restablecer el trato respetuoso que se deben dos naciones con una frontera de más de tres mil kilómetros y una profunda vinculación comercial, cultural y turística.
Las expresiones que Trump utiliza de forma recurrente para referirse a nuestro país son inadmisibles. La violencia que implican tales expresiones hacia nuestra sociedad resulta en agravios que no pueden −ni deben− ignorarse porque son intolerables.
Ninguna sociedad comercial, por muy lucrativa que pueda resultar para cualquiera de las partes, justifica que uno de los socios insulte, agreda y calumnie a su contraparte cada vez que lo considere necesario para sus muy particulares intereses.
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Lo anterior es necesario tenerlo claro, sobre todo, de cara a la posibilidad de que Donald Trump gane las elecciones de noviembre próximo y, como ya lo hizo durante cuatro años, vuelva a tener con nosotros un comportamiento que se ubica de espaldas a todas las reglas del Derecho Internacional.
En ese sentido, resulta indispensable que a nivel doméstico construyamos un discurso y definamos una actitud que nos blinde frente a este tipo de tentaciones venidas del exterior, cuyo objetivo es ubicarnos en un plano de subordinación frente a otras naciones.
No basta con rechazar discursivamente las agresiones y los insultos. Además de ello es necesario actuar para conjurar la posibilidad de que estos se repitan en el tiempo.