Dos poetas
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Existencias que se desviven como ecos que se corresponden; espejos rotos, carreteras paralelas, laberintos concéntricos: ruinas circulares
A finales de 1954 murió en Saltillo el poeta José León Saldívar, luego de una penosa enfermedad. Minero, profesor rural, boxeador, escritor autodidacta, había publicado apenas un par de libros. Contemporáneo de Arturo Ruiz Higuera, Oscar Flores Tapia y otros, hoy sus poemas no se encuentran por ninguna parte.
A principios de 2022 murió en Saltillo el poeta Alfredo García Valdez, luego de una penosa enfermedad. Escritor cuasi autodidacta, había publicado una docena de libros.
Contemporáneo de mediáticas mediocridades, su oficio no le alcanzó para impartir un curso bien remunerado o una beca estatal en los últimos 17 años; algo que no lo desdice en absoluto, sino que impone una verdad como una pedrada en el rostro de nuestras instituciones –sí, esas que siempre se conduelen demasiado tarde-, ya que mientras éstas se volcaban en homenajes cuasi de estado a funcionarios delincuentes o poetas menores, uno de las voces literarias más altas del norte de México se asfixiaba en la desesperación y el ostracismo. Aunque él mismo me lo dijera alguna vez, hace siglos: “Alejandro, quizá la desesperación también sea una forma de conocer a Dios”.
Digo caminos de extravío, páginas al viento, ruinas repetidas, porque quizá nadie conoció de la obra de León Saldívar como el propio García Valdez. Tanto, que prologó aquella hoy también inencontrable antología del autor de “Poema interrumpido por el llanto”, editada por la UAdeC, poco después del año dos mil.
Uno lee y vuelve a leer, y si la imaginación poética es también atisbo, un entrever más allá de los resquicios engañosos de la realidad y las eras ¿Hasta dónde en el círculo plano del tiempo, un poeta escribía sobre un precursor, quizá escribiendo sobre sí mismo?
Porque hace dos décadas García Valdez escribía en El león y el cangrejo (título guiño al estudio de Villaurrutia sobre Velarde, El león y la virgen), un prólogo a su predecesor: “El presente año se cumplen 50 del fallecimiento de José León Saldívar, uno de los poetas más infortunados que registra la historia de la literatura coahuilense. Y vaya que los poetas y escritores nacidos en el estado no se distinguen por un tránsito feliz ¿No es Saltillo la patria de Acuña el prototipo del poeta malogrado, quien con su suicidio se convirtió en una de las leyendas que ha aportado México a la literatura española? Otilio González cayó asesinado en Topilejo (AGV confunde la matanza de partidarios vasconcelistas de 1930, con la de Huitzilac, tres años antes) dando lugar a otra pequeña leyenda: el poeta Julián Hernández, construido por José Emilio Pacheco.
Saldívar se entregó con tal celo a la lectura y al estudio de la poesía contemporánea que los críticos de la víspera, que lo tachaban de silvestre y trasnochado, empezaron a calificarlo, en las postrimerías de su vida, como “el primer poeta vanguardista de Coahuila”.
¿Qué obtuvo Saldívar después de cuatro decenios de amargura, frustración cotidiana y trabajos forzados para conseguir el sustento propio? ¿Sólo el lecho de la enfermedad y la promesa siempre postergada de su remedo provinciano de gloria literaria? Ganó un poco más, ciertamente: un volumen que rebasa las cincuenta páginas y donde se esbozan una sombra y una estatura de auténtico poeta.”
Lector agudo como pocos, formado por su sola voluntad en el estudio de la literatura durante la vida adulta -conserje y estudiante al mismo tiempo del Ateneo, igual que León Saldívar- García Valdez entrevió en él ecos del mejor Neruda:A veces llora un niño en nuestra sangre.
Y bajo la frente curvada como un mundo,
su mirada es tierna, los ojos fingen agua,
lumbre, pétalos o arenas.
Donde nace la fuente de las lágrimas
a veces llora un niño de ojos ciegos.
alejandroperezcervantes@hotmail.com
Twitter: @perezcervantes7