El derecho a ser felices

Opinión
/ 20 marzo 2022

Hoy, como todos los 20 de marzo desde 2013, se conmemora el Día Mundial de la Felicidad, una celebración instaurada por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas a través de la resolución 66/281 de 2012, la cual reconoce la relevancia de la felicidad en la vida de todas las personas del mundo y solicita a los países que generen acciones que incidan en la felicidad de las sociedades.

Ante esta conmemoración, pues para garantizarla habría primero que definirla, puede resultar importante cuestionarse: ¿Qué es la felicidad? La respuesta, sin embargo, puede resultar muy compleja, ya que presenta diferentes e infinitos matices que varían en cada uno de nosotros y nosotras.

Para ejemplificarlo me di a la tarea de preguntárselo a algunas personas cercanas a mí. Y como era de esperarse, las respuestas fueron sumamente variadas: hay quienes dijeron que la felicidad es viajar, tener éxito profesional o estar en familia un domingo. Alguien mencionó que es quererse y aceptarse a uno mismo. Otras creen que es no tener preocupaciones y tener estabilidad económica. También mencionaron que ser feliz implica poder enfrentar los problemas con la mejor actitud posible, comer algo delicioso, tener salud, entre otras ideas. La lista se estaba volviendo interminable.

Finalmente, el argumento más reiterativo y el único en que hubo consenso es que todas y todos quieren ser felices. Más allá de las consideraciones teóricas, filosóficas o individuales, la felicidad es una aspiración universal. Sin duda, existe una búsqueda constante de las personas por encontrarla y mantenerla.

Esta reflexión me lleva a una segunda interrogante: si la felicidad involucra un concepto subjetivo y tan diverso desde la perspectiva de cada persona, ¿cómo pueden los Estados y sus gobiernos garantizarla o incidir en ella?

La respuesta a lo anterior se ha ido desarrollando al postular que existe un vínculo directo entre la felicidad y el estado de bienestar de las personas. Esta propuesta plantea que existen diversos factores externos y circunstancias relacionadas con la garantía de los derechos humanos de las personas que inciden en la búsqueda de la felicidad y que deben ser asumidos por los poderes públicos.

Esta visión sostiene que las vulneraciones a los derechos humanos de las personas impactan en la felicidad, como por ejemplo no tener un plato de comida en la mesa o un techo digno; falta de recursos para continuar los estudios; cuando ante una enfermedad se carece de atención médica o cuando como mujeres vivimos la cotidianidad con miedo de sufrir algún tipo de violencia basada en género; cuando un miembro de la familia desaparece o le arrebatan la vida por ejercer el periodismo, por ser activista o por ser mujer; o cuando la discriminación por pertenecer a algun grupo vulnerable menoscaba nuestros derechos y nuestra dignidad.

Abordarlo desde esta perspectiva nos permite confirmar que aunque ésta no se encuentre reconocida como un derecho humano en ningún ordenamiento jurídico nacional, el Estado tiene múltiples compromisos pendientes con los derechos humanos que podrían incidir de forma positiva en nuestra felicidad.

Algunos países han empezado a adoptar esta visión. Bután fue uno de los primeros países en observar la felicidad como una responsabilidad estatal: en la resolución que tras su aprobación instauró el “Día de la felicidad”, proponía que resultaba indispensable que las naciones dieran “más importancia a la felicidad vinculada con el bienestar en la determinación cómo lograr y medir el desarrollo social y económico”.

Al interior, Jigme Singye Wangchuck, quien fuera rey de Bután, propuso en 1972 la creación de un índice para medir la felicidad, denominado Felicidad Nacional Bruta (FNB), a través de un cuestionario que considera nueve dimensiones: bienestar psicológico, salud, uso de tiempo, educación, diversidad y resistencia cultural, buen gobierno, vitalidad de la comunidad, diversidad y resistencia ecológica y niveles de vida. Esta propuesta fue llevada a la Organización de las Naciones Unidas y desde 2012 ésta realiza anualmente un Índice Mundial de la Felicidad que utiliza dimensiones como el Producto Interno Bruto per cápita, la esperanza de vida saludable y el apoyo social, entre otros.

Platón, Aristóteles y otros grandes pensadores propusieron en términos generales que la felicidad depende de uno mismo y de la forma de afrontar las dificultades de la vida. Sin embargo, estas dificultades podrían ser considerablemente menores si el Estado garantizara, protegiera y respetara los derechos humanos de todas las personas sin ningún tipo de distinción y nos brindara la posibilidad auténtica de elegir ser felices.

Que este día de la felicidad sea útil para buscar nuestra propia felicidad y para generar conciencia de la importancia de ésta en las sociedades, especialmente en el papel que juegan los Estados para promover acciones que ayuden a construir sociedades felices.

La autora es investigadora
del Centro de Educación para los Derechos Humanos
de la Academia IDH

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos
de VANGUARDIA
y la Academia IDH

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